Por Daniel Burke
BOSTON (CNN) — De ciertas formas, el “efecto Francisco” no parece ser muy efectivo.
A pesar de la inmensa popularidad que el papa argentino se ha ganado desde que lo eligieron el año pasado, no ha cambiado una palabra de la doctrina.
Pero hay más de una forma de medir la influencia que un pontífice tiene en su rebaño distribuido por todos los rincones del mundo.
Empieza por preguntar a los católicos y ateos de Boston y otras partes y es fácil encontrar personas que están ansiosas por compartir la historia de cómo un hombre ha cambiado su vida en tan solo un año.
Tenemos al hombre gay que finalmente se siente bienvenido en su iglesia.
A la mujer que llora cuando los encabezados por fin dan buenas noticias.
A los latinos que esperaron tanto para tener un papa que hablara su idioma.
Si hay un lugar que necesitaba sanar es Boston, la ciudad más católica de Estados Unidos.
Casi la mitad de los habitantes tienen sus raíces en la Iglesia. Es hogar de un importante colegio católico, uno de los dos seminarios jesuitas de Estados Unidos y de un cardenal al que el mismo papa escucha.
Sin embargo, Boston también es una ciudad asolada por un escándalo de abuso sexual en la Iglesia que ha dañado a cientos de niños, desmoralizado a decenas de sacerdotes inocentes y roto los lazos de confianza entre el clero y la feligresía.
El decir que el papa Francisco sonrió y curó todas esas heridas es una exageración, según dice la gente de esa ciudad. Hay muchos excatólicos que nunca darán una segunda oportunidad a la Iglesia. Pero también hay muchos otros que dicen que podrían.
En otras palabras, es la ciudad perfecta para medir el “efecto Francisco”, para visitar iglesias, aulas, cafeterías y bares y descubrir cómo este papa ha moldeado la vida de los católicos comunes.
Unas cuantas sorpresas
En caso de que no lo sepas, esto es lo que Francisco ha hecho desde que lo eligieron el 13 de marzo de 2013.
Atacó a los obispos que gastan dinero y reprendió a los sacerdotes que olvidan que son siervos y no príncipes.
Hizo un llamado a hacer una tregua en las guerras culturales, se negó a juzgar a las personas gays y se puso en contacto con los ateos. Abrazó a un hombre cubierto de tumores, lavó los pies de unos prisioneros musulmanes y se puso una nariz de payaso… solo por diversión.
Contrató a un grupo de cardenales —entre ellos el cardenal de Boston, Sean O’Malley— para reformar a la curia, la burocracia del Vaticano que tiene reputación de hacer negocios turbios.
Sorprendió a las monjas: se negó a vivir en el Palacio Apostólico y desechó la parafernalia ostentosa de la vida papal. Dijo que el capitalismo descarado es un falso ídolo y que la teoría del escurrimiento económico es una farsa.
Figuró en la portada de las revistas estadounidenses Time, New Yorker,Rolling Stone y The Advocate, una publicación gay y lésbica que no oculta sus rencillas con los papas anteriores.
Dijo que es inmoral que los medios reporten cada movimiento de los mercados pero ignoren la muerte de un indigente.
Dijo que su Iglesia debe tener un corazón grande y sensible, abierto y misericordioso; que olvide la fastuosidad y haga un alboroto en las calles, que sea un hospital de campaña en este mundo enfermo por el pecado.
La gente lo ama por esto y mucho más.
Francisco se ordenó como sacerdote jesuita en 1969 y dirigió la sección argentina de la Compañía entre 1973 y 1979. Dice que se unió a los jesuitas por tres razones: su espíritu misionero, su comunidad y su disciplina.
Gracias a la popularidad del papa durante el último año se duplicaron las solicitudes para unirse a la Compañía de Jesús y reciben cinco o seis cada semana, dice el reverendo Chuck Federico, director de vocaciones de las provincias jesuitas en la Costa Este de Estados Unidos. “Apenas puedo darme abasto”.
Muchos de estos hombres que quieren unirse a los jesuitas han escuchado hablar de la compañía por medio de Francisco. Algunos no han ido a la iglesia en años, dice Federico.
Francisco tiene 77 años y tal vez sea un rebelde improbable en Roma, pero ha seguido la misma estrategia que siguió durante décadas en Buenos Aires, de acuerdo con el reverendo Gustavo Morello, experto en la historia católica de Argentina.
Morello conoce a Jorge Bergoglio desde hace mucho tiempo. El que sería papa entrevistó a Morello hace 30 años, cuando este quería entrar a la Compañía de Jesús, el nombre oficial de los jesuitas.
“Siempre ha sido pastoral, cercano a la gente”, dice Morello, quien ahora es sociólogo del Boston College. “La simplicidad de su vida cotidiana es real”.
Durante sus primeros días como arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio daba vacaciones a sus sacerdotes, lujo que muchos no habían gozado desde hacía cinco años. Pagó sus viajes y los sustituyó en sus parroquias.
Sin embargo, Bergoglio no les agradaba mucho a los conservadores, dice Morello.
El futuro papa una vez se arrodilló ante unos pastores pentecostales y les pidió su bendición. Argumentó que el Estado debería reconocer las uniones civiles de personas del mismo sexo. No le parecían útiles la liturgia ni los ropajes suntuosos.
Al igual que muchos sacerdotes latinoamericanos, era un pastor que conocía la calle, tenía un toque populista y tomaba sus propias decisiones, dice Morello.
En otras palabras, era el papa Francisco en un escenario menor… pero con una diferencia enorme.
“No sabía de su compromiso de reformar la Iglesia y la curia”, dice Morello. “Eso es nuevo, sorprendente”.
Lágrimas de alegría
Michelle Sterk Barrett dice que ella no suele llorar demasiado, pero confiesa que lloró cuatro veces durante el primer año del papado de Francisco. Fueron lágrimas de felicidad.
“Me ha hecho sentir orgullosa de ser católica”, dice, “en vez de tener que ofrecer disculpas siempre por seguir en la Iglesia”.
Las primeras lágrimas cayeron cuando vio la respetuosa discusión sobre el catolicismo en el programa Meet the Press de la cadena estadounidense NBC en marzo de 2013, unos días después de la elección del papa.
Volvió a llorar cuando vio a la multitud acercarse a Francisco durante el Día Mundial de la Juventud en Brasil, en junio pasado. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando la revista Time nombró al papa “Persona del Año” y cuando la revista Rolling Stone lo trató como superestrella en un brillante artículo de portada.
“Durante años, toda la cobertura del catolicismo en los medios había sido muy negativa. Nos han ridiculizado y representado como poco realistas y críticos”, dice Barrett. “El solo ver que se respeta a mi Iglesia en público nuevamente… es increíble”.
Barrett pertenece a la parroquia de San Ignacio, una iglesia jesuita oculta en un rincón del campus del Boston College.
Durante una mañana de febrero, el pastor Robert VerEecke reconoció que muchas de las personas de su parroquia habían contraído la “fiebre de Francisco”.
Incluso los católicos que desde hace mucho no practican la religión están regresando a las iglesias. VerEecke dijo que recientemente se enteró de una mujer que había dejado la Iglesia hacía 40 años pero que quería saber más de la espiritualidad jesuita gracias a Francisco.
Bienvenido a casa
Brian Steven creció como católico en Ohio, pero su pasión por la Iglesia no se encendió sino hasta que conoció a los sacerdotes y monjas de la Universidad de Dayton.
Gracias a una misión de ministerio en Haití emprendió un camino de servicio a los pobres a través de unos programas católicos. Trabajó para ascender y se unió al programa antipobreza de los obispos católicos estadounidenses en 2007.
Sin embargo, Stevens es gay y empezó a sentirse alienado en su propia iglesia.
Mientras los obispos emprendían una feroz lucha contra el matrimonio homosexual, su retórica hacia los gays y lesbianas se volvió más intensa y polarizadora, dice Stevens.
En 2010, Stevens renunció a la conferencia obispal, se mudó al sur de Florida y dejó de ir a misa. Fue un acto de autodefensa, dice.
Con todo, Stevens siguió participando activamente en círculos caritativos y ha observado muy de cerca al papa Francisco. Dice que ha notado un cambio de tono hacia los gays y las lesbianas.
“Habla con una nueva generosidad de espíritu que es verdaderamente cordial”, dice Stevens.
Una noche, hace poco, la parroquia de Santa Rosa de Lima en Miami Shores, Florida, pidió a los defensores de la justicia social que hablaran sobre la influencia que el papa Francisco ha tenido en su vida personal y profesional. Sus historias inspiraron a Stevens a unirse a la parroquia.
Si hay un “efecto Francisco”, dice, no solo consiste en recibir a los gays y lesbianas en el rebaño, aunque es una parte importante.
También tiene que ver con la insistencia del papa en poner primero a la gente pobre y hacer preguntas profundas sobre la misión de los católicos en el mundo.
“Este es un momento de gracia para la Iglesia”, dice Stevens.
Hacer ruido en las calles
El sabor latino de Francisco energiza a la parroquia de Santa María de los Ángeles en el vecindario bostoniano de Roxbury, que tiene una nutrida comunidad dominicana, dice el reverendo Javier Montes.
Montes, el jesuita español, dice que algunas de las mujeres de Santa María se volvieron a casar luego de que sus esposos anteriores las abandonaron.
Les gustaría recibir la Santa Comunión, el mayor sacramento de la Iglesia, pero la ley católica se los impide. El papa Francisco dice que los líderes de la Iglesia discutirán la prohibición en el sínodo de octubre.
“Han escuchado que el papa insiste en la cordialidad y en ser piadoso y que algo está pasando en Roma”, dice Montes, “así que no dejan de preguntar si podrán recibir la Comunión”.
Hace una semana, Montes dirigió un retiro parroquial basado en La alegría del Evangelio, el exhorto que el papa Francisco publicó en noviembre.
Por primera vez en su vida, las abuelas, sus hijos y sus nietos pudieron leer un documento papal escrito en su lengua materna con expresiones notoriamente latinas.
El decir que los documentos papales anteriores no habían encendido la pasión de los jóvenes no es una crítica contra Benedicto o Juan Pablo II, dice Marina Pastrana, quien dirige la Iniciativa de Laicos Hispanos para la Extensión Católica.
Esos papas simplemente hablaban un idioma diferente y escribían para un público diferente.
“Para muchos jóvenes la retórica pública de la Iglesia no tenía sentido”, dice Pastrana, de 27 años. “No era relevante”.
Pero se reanimaron y pusieron atención a lo que el papa Francisco dijo a los millones de católicos que se congregaron en Brasil durante el Día Mundial de la Juventud para “hacer algo de ruido en las calles”.