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(CNN) — Abeer Rantisi planea su próxima lección en medio de las nubes de polvo que suben del desierto a causa de las miles de personas que llegan cada día al campamento de refugiados Zaatari; a solo 15 kilómetros de la frontera de Jordania y Siria.

La joven de 26 años es bajita, con el cabello negro recogido, anteojos de montura gruesa que descansan torcidamente en el extremo de su nariz. Está parada afuera de una gran carpa donde un grupo de hombres sirios aprenden lo básico del entrenamiento de fútbol.

“Futbol”, cuenta a CNN, mientras sus ojos se mueven hacia un grupo de niños que están cerca, que ríen a carcajadas mientras patean un balón alrededor de una cancha arenosa, “todos hablamos fútbol”.

Rantisi es la estrella del equipo nacional femenino de Jordania, que se prepara para un torneo que podría ver al reino clasificar para las finales del Mundial por primera vez en su historia.

Pero, por ahora, tiene un trabajo más importante que hacer. Enseña fútbol a las niñas y mujeres jóvenes sirias que han huido de los horrores de la guerra civil y se encuentran en lo que se convirtió en uno de los mayores campamentos de refugiados del mundo.

El sonido de la risa de un niño es raro en Zaatari.

Desde el comienzo de la guerra civil siria -el conflicto marcó su tercer aniversario en marzo-, esta diminuta aldea se transformó en una de las mayores ciudades en el país.

Aproximadamente 150.000 personas viven aquí ahora. Miles llegan cada día, a veces más, a veces menos, dependiendo de la brutalidad de la pelea a solo kilómetros de distancia. Construyeron una vida de semipermanencia.

Según Naciones Unidas ahora hay cerca de 700 tiendas en el campamento y casi 60 mezquitas.

Puedes comprar televisión por cable de una de las varias carpas establecidas para suministrar a la creciente población. Hay una pastelería de bodas, un lugar para comprar vestidos de novia e incluso una tienda de mascotas.

Cuesta 1.600 millones de dólares al año dirigir Zaatari, pero el costo humano es incalculable.

Casi cada jugador que Rantisi entrena dice que fue confrontado con lo inimaginable: bombardeos, la muerte de familias completas, ataques, violaciones.

“Lo principal en lo que podemos trabajar es autoconfianza”, explica Rantisi sobre el estado frágil emocional y físico en el que sus jugadores llegan.

“Traer a esas personas aquí y decirles que pueden lograr lo que quieran. Tenemos que hacerlos resistentes porque sufrían en Siria”.

Lidiar con las cicatrices emocionales de una guerra civil es un trabajo duro, pero también está el obstáculo añadido de superar el conservadurismo social.

Casi todos en Zaatari vienen de la población sunita sureña, rural y conservadora de Siria.

Las niñas simplemente nunca han jugado fútbol en ese ambiente. El mayor problema en un campamento tan impersonal y en expansión, de acuerdo con Rantisi, es la privacidad.

“Todas vienen de comunidades conservadoras y no se les permite jugar en público así que tenemos que asegurarnos de que se escondan todo el tiempo”, dice.

“Es un problema realmente grande aquí. Porque puedes ver que el campamento está abierto desde todos los ángulos así que tenemos que encontrar un lugar seguro para que jueguen. Tenemos que encontrar lugares privados solo para que las niñas vengan”.

En privado, lejos de la mirada de los hombres, Rantisi trabaja con sus jugadores, pero le toma tiempo ganar su confianza.

“Las mujeres en Zaatari no tienen idea de los deportes en lo absoluto”, explica. “En la primera lección decimos: ‘somos jugadoras del equipo nacional. Venimos a hablar sobre el deporte’. Y preguntan: ‘¿a qué te refieres? ¿qué es el deporte?’”.

No es una pregunta extraña en la región. Aunque el fútbol femenil creció en todo el mundo, el deporte en Medio Oriente ha estado plagado de oposición religiosa y cultural en la última década.

En Kuwait, el equipo nacional femenil fue efectivamente sancionado en 2007 después de que legisladores decidieran que jugar fútbol era algo ‘no islámico’ para las mujeres.

El equipo nacional femenil de Palestina tuvo que luchar contra el conservadurismo social dentro de sus propias comunidades para construir un equipo mezclado de jugadoras musulmanes y cristianas.

Arabia Saudita todavía no tiene equipo femenil. Pero las actitudes cambian.

El equipo de Jordania solo existe desde 2005 y es respaldado con dinero y apoyo del príncipe Ali bin al Hussein, el medio hermano menor del rey, quien recientemente fue elegido como vicepresidente del comité ejecutivo poderoso de la FIFA.

Se construyeron 15 nuevos centros de entrenamiento para niñas y el príncipe Ali fue instrumental en impulsar un cambio de regla que permite que las mujeres musulmanas porten un hijab modificados para cubrir su cabello en los partidos de la FIFA.

Originalmente se les impedía que lo hicieran en la cancha ya que el hijab era un símbolo religioso. Pero el cambio podría revolucionar el juego en Medio Oriente y abrir al fútbol a millones de mujeres que de otra forma no podrían jugar.

En los últimos años solamente, se establecieron equipos nacionales femeniles en Emiratos Árabes Unidos, Qatar y ahora, finalmente también Kuwait.

Sin embargo, la mayor historia de éxito, ha sido la del equipo nacional de Jordania con Rantisi, quien cita al ganador francés del Mundial, Zinedine Zidane, como su inspiración, en el corazón de la media cancha.

“Soy de Amman y comencé a jugar cuando tenía 13 años”, recuerda. “En Jordania ya no tenemos los mismos problemas como digamos con los palestinos”.

“No tenemos los mismos problemas sociales que tienen. Pero solíamos tenerlos, cuando comenzamos en el pasado”.

En solo ocho años, el equipo de Jordania pasó de no ser nada a clasificar para la Copa Asia.

Rantisi anotó un triplete en una victoria de récord mundial 21-0 sobre Kuwait en un partido de clasificación.

El torneo se lleva a cabo en mayo y si Jordania llega a las semifinales clasificarán para el Mundial, la primera vez que lo haría un equipo de la región.

“Juego como mediocampista central así que fue divertido anotar”, dice, un poco avergonzada por la gran diferencia de goles.

“Tenemos que observar a nuevos equipos como Qatar y Kuwait y apoyarlos. Pero”, añade, riéndose, “¡necesitábamos 20 goles ya que Uzbekistán estaba en el mismo grupo y ellas anotaron 18!”.

Para el príncipe Ali, el éxito de un equipo en la cancha reivindica una inversión en el deporte femenil que pocos otros en la región estaban dispuestos a hacer.

“Nuestras chicas clasificaron para la Copa Asia, el primer equipo en la historia de Asia occidental y eso es gracias a ellas y a la inversión que hicimos”, explica sobre el reciente éxito de Jordania en la cancha.

“Escogimos a un entrenador de Japón, al tener en cuenta que son campeonas mundiales, y esperamos que pueda llevarlas al Mundial”.

El proyecto Zaatari es una colaboración entre el Proyecto de Desarrollo del Fútbol de Asia, establecido por el príncipe Ali, y la UEFA, el organismo de fútbol de Europa.

El objetivo es utilizar al fútbol para promover una vida más saludable y también llenar las horas de ocio que los campamentos de refugiados ofrecen en abundancia. Más de 1.000 niños y adultos jóvenes menores de 20 años están en el programa, con 80 más entrenados para ser entrenadores.

“Todos los niños que llegan están completamente devastados”, explica Bassam Omar al Taleb, un sirio de 31 años que huyó de su hogar en Daraa unos meses antes. Ahora, como jugador amateur de fútbol, entrena a los nuevos de Zaatari.

“Han visto a familiares asesinados ante sus propios ojos y el viaje a Jordania es difícil”, dice. “A través del fútbol, al menos intentamos eliminar la sensación de miedo y volver a ganar una sensación de normalidad”.

Mientras tanto, a medida que la guerra en Siria continúa, la cantidad de Zaatari aumenta cada día.

“Es un trabajo realmente difícil”, dice Rantisi.

Mientras la clase de entrenamiento para hombres jóvenes sirios termina, los niños todavía están en la cancha de arena, gritando mientras persiguen el balón como una manada. “Pero”, añade Rantisi, “tenemos que restaurar su vitalidad”.