Por Sally Hayden, para CNN

(CNN) – Es una tarde soleada de abril en la Facultad de Educación de la Universidad de Ruanda en Kigali. Algunos estudiantes forman grupos y conversan en voz baja; otros caminan de prisa por los edificios con sus libros en mano. Los exámenes empiezan en una semana.

Sobre una loma cubierta de césped detrás de una cuadra de oficinas, Jean Claude Nkusi les da a sus 24 hijos una charla. “Todos deben esforzarse en sus estudios”, dice. “Si trabajan duro, pueden cambiar su vida para bien”.

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Esta no es una familia normal. Nkusi tiene 23 años. Ninguno de sus “hijos” comparte su ADN. De hecho, lo único que los une es que todos ellos son sobrevivientes del genocidio; ruandeses que pertenecen al grupo étnico tutsi y perdieron a sus familias en la violencia ocurrida en 1994, cuando 800.000 personas fueron asesinadas.

‘Es por nuestra historia’  

Crear “familias artificiales” para ayudar a que jóvenes sobrevivientes del genocidio salgan adelante fue idea de una organización llamada Asociación de Estudiantes Sobrevivientes del Genocidio (AERG). Originalmente fue fundada por 12 estudiantes universitarios de Ruanda en 1996; hoy en día se han expandido a 43.397 estudiantes universitarios y de secundaria del pequeño país al centro-este de África.

AERG inicialmente agrupa a los miembros en familias con base en la escuela secundaria o universidad a la que asisten, después de lo cual la nueva familia se reúne para elegir democráticamente a un padre y a una madre entre los integrantes del grupo. Aunque no todos viven juntos, se ayudan unos a otros económicamente y tratan de hacer un fondo común con sus recursos.

Solo en la Facultad de Educación de la Universidad de Ruanda, hay 21 de estas familias, y cientos más se están estableciendo en todo el país.

“Nosotros los ruandeses solíamos tener grandes familias pero durante el genocidio, muchas personas fueron asesinadas”, dijo Daniel Tuyizere, segundo vice coordinador de AERG en la universidad de Ruanda.

“Para combatir eso, tenemos que formar familias artificiales para volver a la manera como vivíamos antes”, agrega. “Es por eso que puedes encontrar un padre con 25 hijos; a eso se debe, a nuestra historia”.

El coordinador nacional de AERG, Constantine Rukundo, explica que el concepto viene de una necesidad básica.

“Necesitas tener a alguien por quién preocuparte”, dice, agregando que la meta es que las familias permanezcan unidas durante toda la vida. “Cuando te casas, tu familia estará ahí; serán los primeros en ayudarte”.

Marcados por la guerra  

UNICEF calcula que 95.000 niños quedaron huérfanos como resultado del genocidio. Setenta por ciento fueron testigos de asesinatos o lesiones, mientras muchos fueron víctimas de violencia y violación.

Sus problemas continuaron después de 1994. Para el 2001, un aproximado de 264.000 niños ruandeses habían perdido a uno o a ambos padres a causa del SIDA, una enfermedad que se esparció en parte por el uso de la violación como una herramienta de guerra.

Hoy en día, muchos de estos jóvenes sufren desproporcionadamente a causa de la pobreza, la falta de vivienda, el trauma y problemas legales, como dejar que les quitaran la tierra que le pertenecía a sus padres fallecidos porque no tenían la edad suficiente como para reclamarla.

Recobrando la luz  

Ruanda actualmente está en medio de 100 días de lamento. Las conmemoraciones del veinteavo aniversario han sido inquietantes para muchos de los jóvenes que aún llevan cicatrices físicas y mentales del pasado.

Kelsey Finnegan, oficial de proyectos en Survivors Fund, dice que el trauma se impregna en distintos aspectos de sus vidas: “Por ejemplo, muchos tienen dificultades en sus estudios, en mantener una relación, o tienen problemas con las drogas y el alcohol”.

Kevin Mugina, de 21 años, dice que estar en un ambiente familiar ayuda a los jóvenes a lidiar con sus emociones. “Algunas personas solían ser muy enojadas”. Él dice que juntos discuten sus sentimientos y cómo controlarlos lo suficiente como para poder vivir en paz con quienes lo rodean.

Sí, agrega, el trauma entre sus semejantes sigue siendo un gran problema. “Tenemos niños que han experimentado tal impacto a causa del genocidio, que tienen un impacto permanente. Ese es uno de nuestros mayores problemas”.

Pero en general, parece que están en buenas manos. Augustin Nsengiyumua, de 27 años, llama a su madre artificial por cualquier tipo de pequeñeces. “Por ejemplo, si no tengo un lapicero o no tengo jabón”, dice.

Al ser más joven que varios de sus hijos artificiales, Nkusi dice que la paternidad conlleva mucha responsabilidad, pero lo hace con gusto. “Tienes que conocer cada una de las situaciones en las que se encuentran tus hijos, si tienen problemas en sus estudios, si están comiendo bien, cosas cotidianas. Si uno de ellos se enferma, yo tengo que ser el primero en saberlo”.

El nombre que eligió para su familia es Urumuri.

“Urumuri”, dice Nkusi, “significa iluminar algo. Es cuando algo estaba oscuro, y ahora ha recobrado la luz”.