Por Nima Elbagir y Paul Armstrong
CHIBOK, Nigeria (CNN) — Viajar de día por el estado de Borno es una experiencia estresante y osada. Para algunas personas, cuando cae la noche en esta parte del noreste de Nigeria llega el verdadero miedo junto con la amenaza de la aparente omnipresencia de Boko Haram.
Este estado ha sido trampolín para la oleada de ataques con bombas, secuestros y asesinatos que este grupo rebelde islamista excepcionalmente violento ha perpetrado. Su nombre significa “la educación occidental es pecado” en hausa, el idioma local.
Pero este brutal movimiento insurgente llamó la atención del mundo apenas hace poco, cuando secuestraron a cientos de estudiantes a punta de pistola del internado en el que dormían. La aterradora y audaz naturaleza de esta redada a media noche, bajo una lluvia de balas y explosiones, resonó más allá de las fronteras de Nigeria.
Cuando un equipo de CNN hizo el peligroso viaje hacia Chibok, casi un mes después del secuestro de las niñas, descubrieron que el ataque había dejado una huella indeleble en esta comunidad. Los habitantes dijeron que temen la caída de la noche, que es cuando se sienten más vulnerables, más abandonados por el mundo exterior.
La huída de la policía
Antes de que atacaran su aldea, algunos habitantes afirmaban que sus amigos y familiares de ciudades vecinas les habían advertido que los extremistas se acercaban en una caravana de camiones de carga, camionetas y motocicletas. Dijeron que los reportaron a las autoridades locales esa noche y que la policía pidió refuerzos, pero nunca llegaron. Todos, incluso la policía, huyeron al bosque y dejaron a las niñas durmiendo en el internado.
Los pistoleros superaron a los guardias de la escuela y llevaron a las niñas a los camiones, que luego desaparecieron en el denso bosque que colinda con Camerún, bastión del grupo terrorista. Las autoridades no saben en dónde tienen a las niñas.
“Fue horrible; ocurrió en la noche. Estaba muy oscuro, pero se escuchaban disparos y explosiones por todas partes”, relata Daniel Muvia, quien atestiguó el ataque junto con su familia.
“Tuvimos que escapar de nuestras casas. Tuvimos que correr al bosque para salvar la vida. El miedo cunde. El miedo está en todas partes”.
El recuerdo de esa noche horripilante del 14 de abril y el temor a más ataques como ese ha obligado a los hombres como Muvia a tomar cartas en el asunto.
Armados solo con machetes, arcos y flechas caseros y otras armas improvisadas, los hombres de la comunidad se reúnen todas las noches para patrullar su aldea. Su vigilia consiste en patrullar cautelosamente la aldea iluminados con la tenue luz de sus pequeñas antorchas. A veces improvisan una barricada con el tronco de un árbol sobre el camino de terracería para obstruir el paso de vehículos. Es un medio de defensa lastimoso frente a los rebeldes fuertemente armados, pero esperan y rezan por poder proteger a sus familias de la violencia y la destrucción.
Adaptabilidad
El miedo gradualmente cede ante la adaptabilidad en Chibok, ya que los residentes se están cansando de esperar a que llegue la ayuda externa.
El gobierno de Nigeria se ha visto obligado a defender su reacción a la crisis y el presidente, Goodluck Jonathan, ha recibido críticas incesantes por haber esperado tres semanas para hablarle a su pueblo sobre las labores para encontrar y liberar a las niñas. La campaña militar para someter a Boko Haram ha tenido poco éxito desde que se declaró el estado de emergencia en el norte de Nigeria, hace un año.
Durante el día, Chibok regresa a una especie de normalidad y su bullicioso mercado es un eje. Pero las cicatrices del ataque de abril vuelven a ser el centro de atención: el cascarón quemado de la escuela de las niñas sirve de recordatorio de la magnitud de la destrucción en esa infausta noche.