Por Daphne Sashin

(CNN) — Para cuando alcanzó las 148 kilos, Robert Foster había estado jugando el papel de “el chico gordo” durante décadas. Su tamaño era lo que lo hacía sobresalir.

En público, él aceptó su estilo de vida como un hombre amante de las barbacoas, consumir carne y aborrecer las verduras, que usaba playeras que hacían alarde de su tamaño corpulento. Había una particularmente deliberada, la cual según recuerda leía: “Superé la anorexia”.

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En privado, él estaba resentido por no estar más delgado. Se sentía molesto cuando no podía soportar llevar a sus cuatro niñas pequeñas al parque porque se sentía demasiado exhausto por la descarga de los comestibles. Se sentía ofendido que le dijeran que era muy grande para los cinturones de seguridad de los juegos de los parques de diversiones.

Su esposa, Jessica, quien también era obesa, pesaba 130 kilos. A diferencia de Rob, ella se sentía invisible. Los clientes del banco donde trabajaba no se le quedaban viendo mientras hacían sus transacciones. A finales del 2011, un miembro cercano a la familia hizo un comentario en la mesa que le quedó grabado:

“Ella solía atraer las miradas. Ya no más”.

A finales de marzo del 2012, la pareja de Colorado tuvo una conversación emotiva. Se acercaba el cumpleaños 30 de Jess y estaba cansada de la forma en que se veía y se sentía. Ya habían tenido conversaciones como esta antes, donde hablaban sobre la necesidad de cambiar, pero había algo diferente esa noche.

“Adoro a mis niños y amo mucho a mi esposo, pero estaba en ese punto en el que me odiaba demasiado. No les estaba dando todo de mí porque estaba indignada”, dijo Jess. Tienes que mirarte en el espejo y decir: ‘¿Voy a permitir que esto continúe o voy a levantarme y hacer esos cambios?’ Algo se me iluminó estando arriba”.

La próxima semana, comenzó a tomar clases de zumba. En tan solo unas semanas, había perdido más de seis kilos - lo suficiente para motivarla a asumir nuevos retos físicos. Se cambió a las bicicletas y cintas caminadoras y se aseguró de sudar durante una hora por lo menos tres veces a la semana. Después de eso, no había vuelta atrás, dijo.

Rob fue un poco más renuente al cambio -la idea de ir a correr era “poco atractiva al punto de volverse insoportable” - pero él comenzó a jugar al tenis y dejó de cenar dos veces.

En el verano del 2012, añadieron otras actividades físicas que no se sentían como hacer ejercicio; por ejemplo, senderismo y natación recreativa con sus hijos y amigos. Se engancharon con un alto nivel físico y quería hacer más.

Rob se unió a Jess en el entrenamiento para una carrera de 5 kilómetros ese diciembre. Caminaba tanto como corría, y Jess terminó antes que él. Pero algo en él cambió.

“El ambiente de la carrera, los ‘choca esos cinco’ y la sensación de logro se convirtió adictivo para mí”, dijo. “Después de ese día, juré que me esforzaría por correr 5k sin aminorar el paso”.

En palabras de Rob, “fue una locura desde entonces”.

Mientras más corría, más sentía que tenía que correr. Cuando se puso sus zapatos deportivos y comenzó, “sentí como si toda mi vida se había levantado repentinamente”, dijo.

Unos meses después de aquella primera carrera de 5k, corrió la segunda, esta vez sin tener que caminar. Luego su primera carrera de 10 millas. Y en mayo de 2014, corrió su primera maratón. Para entonces, ya pesaba 72,5 kilos menos.

Durante todo el proceso, la pareja utilizó una aplicación de conteo de calorías para mantener un registro de todo lo que comían. Ellos sabían que querían romper el ciclo familiar de consumo no saludable de alimentos, mientras sus hijos aún estaban pequeños.

“Llegó a un punto en el que nos dimos cuenta que no importaba lo que les dábamos de alimento”, dijo Rob. “Si no estábamos comiendo de la misma manera o si comíamos en exceso, ellos iban a seguir nuestro ejemplo”.

Los Foster comenzaron a comprar solo en la periferia de las tiendas de comestibles, nunca entrando a los pasillos a menos que fuera para cereal. Agregaron más fruta, verduras y carnes blancas magras y pescado. También comenzaron a cocinar todo lo que comían desde cero, incluyendo panes, aderezos y salsas.

“Toda nuestra filosofía hacia la comida estaba añadiendo cosas buenas”, dijo Rob. “Lo que descubrimos fue, mientras agregábamos más y más cosas buenas, menos ansiábamos la comida chatarra”.

Después de meses de una dieta rica en granos enteros, verduras y carnes magras, recientemente tomaron la decisión de hacerse veganos por la salud, el medio ambiente y razones éticas.

Ahora, tanto Rob como Jess pesan 75 kilos, habiendo bajado en conjunto 127 kilos. Jessica ha bajado 54 kilos desde que empezó la trayectoria; Rob ha bajado 72. Se sienten más saludables, felices y dispuestos a enfrentarse al mundo.

Rob, ex gerente en el ámbito bancario, ha vuelto a la universidad para obtener un título de licenciatura en fisiología integrativa con el objetivo de entrar a la escuela de medicina. Este mes de mayo, completó su primer año de universidad.

Él ya no es “el tipo gordo” y se siente bien con eso.

Jess también se siente bastante bien. Ahora talla 10, luego de usar talla 24, ella todavía se está acostumbrando a que la gente se fije en ella. Ella volvió empezó a trabajar en julio de 2013, después de cinco años como madre y ama de casa y se sorprendió al ver la diferencia en cómo la gente la trataba.

“Muchas personas se volvieron muy amables y en realidad me veían a la cara, en lugar de ver para otro lado. …Y obviamente, el sexo opuesto era más bromista, siempre halagador. Nunca me había pasado eso. Nunca, nunca antes”, dijo.

“Me quiero a mí misma. Me gusta lo que veo en el espejo. Sé que hay mucho trabajo que hacer todavía, pero soy una persona muy diferente de lo que era antes”.