Por Krupskaia Alís, CNN Español

(CNN Español) – Son casi 50 días de ausencia, de andar con esa tristeza que reconocen, que no se puede explicar. Una tristeza que cansa, pero que también les da fuerza, como dice Rafael López, uno de los padres de los 43 normalistas desaparecidos.

“Estamos cansados —asegura— pero no nos vamos a rendir, porque nuestros hijos valen mucho más y nosotros vamos a mover mar y tierra, para encontrarlos, para saber dónde se los llevaron”.

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Su hijo, Julio César López, de 21 años, desapareció junto con sus compañeros, el 26 de septiembre en Iguala, Guerrero, a manos de policías de ese municipio y otros de Cocula, quienes después —según las investigaciones oficiales— los entregaron a sicarios del grupo criminal organizado Guerreros Unidos, quienes presuntamente los habrían asesinado y quemado, en el intento de borrar todo rastro.

La Fiscalía General, sin embargo, asegura que tiene que corroborar esa versión, mediante los análisis genéticos que se realizarán en la Universidad de Innsbruck, Austria.

Pero los familiares de los desaparecidos quieren es que se busque a sus hijos no en fosas sino vivos —como señala Narciso Ramos—, porque dicen que aunque la esperanza sea pequeña, ellos la quieren de su lado.

“Aunque sea mínima la posibilidad de que estén vivos, esa mínima la vamos a ocupar. Y los vamos a encontrar, porque nuestro corazón de padres nos dice que están vivos”.

Y por eso han salido a las calles, a exigir el regreso de sus hijos, aunque a veces las protestas suban de tono, nunca será tan alto, dice Rafael López, como la desaparición a la vista de todos, de 43 jóvenes.

“Dice el Gobierno, que cuando hacemos las marchas, que no violentemos; y yo me pregunto, entonces qué cosa hicieron ellos, ¿eso no fue violencia lo que ellos hicieron? Y fueron uniformados, por eso decimos que fue el Gobierno el que nos los quitó”.

Y así, un puñado de hombres y mujeres, con las lágrimas que les vienen rondando cada día, quieren terminar con ese vacío, y para ello aseguran que ahora empezarán a buscarlos por cuenta propia, casa por casa, más allá de los riesgos que puedan enfrentar y hasta las últimas consecuencias.

“Yo ya viví esto y ya lo que venga le tengo entrar, porque mi hijo no es un perro para que nomás me lo quiten y me lo quemen y me lo tiren al río, eso no va a quedar así, si mi hijo llega a aparecer así..”, afirma Rafael.

En la Normal de Ayotzinapa les esperan sus cosas, acomodadas igual y como las dejaron.

Hasta unas flores que sembraron los 43 jóvenes desaparecidos y que aún no han sido cosechadas, para que sean ellos, y solo ellos, quienes lo hagan.