Por Jillian Knowles
(CNN) — Siempre imaginé que me graduaría de la universidad, conseguiría un buen trabajo y tendría mi propio lugar dónde vivir. Hasta ahora, tengo una maestría y conseguí un trabajo genial como asistente de médico de emergencias. Pero en lugar de despertarme en un elegante apartamento, escucho a primera hora los sonidos de mi perro que ladra y mis padres que preparan café en el piso de abajo.
A los 27 años, todavía vivo con mis padres, y me encanta.
Así es. A pesar de la mala prensa generada por mi generación de los millennials (nacidos entre las décadas de 1980 y 2000) que viven con sus padres, algunos de nosotros estamos felices e incluso agradecidos de tener un cálido lugar a dónde ir después de la universidad, incluso si tenemos un buen empleo.
Mi decisión de vivir en casa no fue por absoluta necesidad. Como asistente de médico, mi salario es bueno y podría vivir cómodamente por mi cuenta si fuera necesario. Cuando me gradué de la escuela superior, había acumulado una deuda de 150.000 dólares tanto por mis estudios universitarios como de postgrado. Debido a que varios de estos préstamos generaban una tasa de interés del 7,9%, mi padre calculó que mis préstamos aumentaban 15 dólares al día en intereses solamente. Estaba atónita. A este ritmo, me tomaría 30 años saldar mis préstamos estudiantiles, y gran parte de esto iría directamente a los intereses.
Pensé en mis opciones: vivir sola y pagar la renta, los servicios y los costos de alimentación, así como los préstamos estudiantiles que estaban por los cielos, o mudarme de vuelta con mis padres y pagar una renta general mucho más pequeña que me permitiría sacarle ventaja a mis préstamos estudiantiles. Elegí la segunda.
Aparte del interminable suministro de comida casera, lo más importante de mudarse de vuelta a casa es que no estoy sola. Varios de mis amigos asistentes de médicos están en la misma situación: tenemos una buena educación, trabajamos en el área administrativa y vivimos en casa. Nuestros colegas en el campo de la medicina piensan que es una gran idea porque muchos de ellos encaran la misma cantidad desgarradora de deudas. A menudo dicen que si pudieran hacerlo de nuevo, harían lo mismo.
Debido a que tantos millenials se trasladan de nuevo a casa después de graduarse, nació el término “generación boomerang”. Aproximadamente tres de 10 adultos de 25 a 34 años de edad aún viven con sus padres, según el estudio realizado por el Centro de Investigaciones Pew en 2012. El número de adultos jóvenes que viven en casa alcanzó un punto mínimo en la década de 1980, pero ha estado en aumento desde que inició la recesión en 2007.
Alrededor de un cuarto de esos individuos consideraba que su situación de vida era perjudicial para la relación con sus padres.
Hay un estigma que viene con este acuerdo. Algunas personas podrían suponer que nos estamos aprovechando de nuestros padres o que somos demasiado flojos como para encontrar trabajo. No creo que mis vecinos lo entiendan, ya que siempre me preguntan cuándo me voy a graduar y si soy lo suficientemente madura como para cuidar de sus hijos. Sin embargo, mi madre rápidamente disipa cualquier comentario negativo por parte de personas que conocemos. Ella solo les dice que soy exitosa, que tengo una buena educación y salvo vidas.
Me encanta vivir en casa. Hay un constante suministro de café y de personas con la que puedo pasar el rato, y poco a poco he estado pagando mis préstamos estudiantiles en el transcurso del año pasado. Ahora que he pagado 68.000 dólares de mis préstamos estudiantiles, las cuotas ya no son tan desagradables como solían serlo.
Seré honesta, tuve que acostumbrarme a estar de vuelta en casa. Mis padres estuvieron extremadamente dispuestos a abrirme de nuevo las puertas de su hogar para invadir su nido vacío. No estaba acostumbrada a decirle nadie a qué hora llegaría a casa, a dónde iba o qué haría. Accedí a mantenerlos informados sobre mi paradero para que no se preocuparan si no había llegado a casa a cierta hora.
En cuanto a mis padres, tuvieron que acostumbrarse a que llegara a casa a cualquier hora del hospital, a tratar de mantenerse en silencio mientras duermo durante el día luego de haber trabajado el turno de la noche, o a soportar los terribles programas de televisión que me gusta ver.
Nuestra nueva relación es simbiótica. Mis padres se benefician de tener un par de manos adicionales en la casa para ayudar con las tareas y una fuente constante que les explica todas las referencias a la cultura pop.
En términos de romance, tengo 27 años y mi novio, 33. No le permiten subir al piso de arriba y tiene que dormir en el sofá si pasa la noche en casa. Afortunadamente, es comprensivo y vive solo. Paso un par de noches a la semana en su casa.
Como están las cosas ahora mismo, creo que me iré de casa el próximo año. Pero honestamente, no tengo razón para hacerlo Vivir sola significaría que tengo que cocinar, limpiar mi casa y hacer compras. Sé que puedo vivir sola si lo necesito, pero por ahora, no quiero hacerlo. Soy afortunada de tener padres tan cariñosos, y entiendo que no todos tienen la suerte de vivir en esta misma situación. Afortunadamente, mis padres no me han dicho que tengo que mudarme en determinado momento.
Si me quedo aquí lo suficiente, puedo llegar al punto en el que comenzaré a decir que mis padres viven conmigo. Pero como están las cosas ahora, yo vivo con ellos, y eso le debería parecer bien a la sociedad.
¿Eres un hijo adulto que vive en casa? ¿Qué te inspiro a mudarte de nuevo con tus padres? Invitamos a los millennials a compartir sus historias de vivir en casa en CNN iReport.