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Por Pedro Cobo Pulido, especial para CNN

Nota del editor: Pedro Javier Cobo Pulido es profesor de Estudios Internacionales y Estudios generales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y analista de temas sobre Medio Oriente. Actualmente tiene en imprenta el libro “Theodor Herzl. El origen del Estado de Israel”. Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Pedro Cobo Pulido.

(CNN Español) – El discurso fue claro y tajante. La violencia del islam procede del mismo islam y eso no puede seguir así.

Era el 1 de enero de este año, aniversario del nacimiento de Mahoma. Ante las altas autoridades islámicas de la Universidad de Al Azhar, el presidente de Egipto, Abdel Fattah al Sisi, no se mordió la lengua: hay que hacer una verdadera revolución dentro del islam.

“Es inconcebible que nuestra visión más santa del mundo (el islam) sea causa de que la umma (la comunidad islámica) sea una fuente de ansiedad, peligro, matanza y destrucción para el resto del mundo. ¡Imposible!”, dijo el presidente.

Como afirma Raymond Ibrahim, hijo de padres coptos egipcios y uno de los más renombrados estudiosos del islam —y de quien tomo la traducción al inglés del discurso— Al Sisi no se estaba refiriendo a la religión, al islam, sino al pensamiento elaborado a partir de él, al hecho de que a través de los siglos se ha inoculado la idea generalizada de que hay que destruir a los infieles.

El presidente se refería la visión de dividir en mundo en dos partes: el mundo del islam o Dar al Islam, y el resto del mundo o mundo de la guerra, Dar al Harb, con el que debe de haber una lucha perpetua; una visión radical formada en parte tras las Cruzadas y que hoy en día constituye una parte importante de su retórica contra los infieles.

Al Sisi se preguntaba, y preguntaba a los atónitos clérigos e intelectuales islámicos: “¿Es posible que 1.600 millones de personas puedan querer matar al resto de los habitantes del planeta, es decir a 7.000 millones (…)?”. Para él, el problema de la violencia del islam no es un producto del colonialismo o de las invasiones de Afganistán o Iraq, o un problema de caricaturas contra Mahoma; es un problema interno que está haciendo que “la umma se esté rasgando, que esté siendo destruida, que se esté perdiendo, y se está perdiendo en nuestras propias manos”.

No lo dijo explícitamente, pero entiendo que se refiere, por una parte, al terrible costo de vidas a raíz de las luchas entre chiítas, sunitas, drusos, yizaidíes, alauitas, etc. en todo Oriente Medio –Iraq, Siria, Líbano, el Estado Islámico, la propia palestina por los enfrentamientos entre Hamas y la OLP- y por otra, a la pésima imagen que está dando a todo el mundo como una religión de terror y sangre.

Ante esa terrible situación, para cambiar el curso de la historia musulmana, el presidente hizo una petición y una grave advertencia a los intelectuales islámicos: “Lo digo y lo repito: necesitamos una revolución. Ustedes imanes son responsables ante Allah. El mundo entero, lo digo de nuevo, el mundo entero está esperando su próximo movimiento. Lo digo aquí, en Al Azhar, delante de esta asamblea de ulemas. Allah el Altísimo sea testigo en el Día del Juicio de la verdad que les estoy diciendo”.

Como dice Raymond Ibrahim, “es refrescante escuchar palabras tan claras de un alto mandatario en el corazón del mundo musulmán que sus contrapartes del mundo occidental no serían capaces ni de pensar”.

Y el valor no es poco, ya que lo que se está jugando Al Sisi no es solo una carrera política –la animadversión de los Hermanos Musulmanes, de los salafistas y de los islamistas, sino su propia vida, como le sucedió a Anwar al Sadat, asesinado en 1981 por el extremista islámico y oficial del ejército egipcio Khalid al Islambuli por haber establecido relaciones diplomáticas con Israel.

Las críticas de parte de muchos islamistas han llegado rápido y se le ha criticado —como apunta Todd Beamon en newsmax.com— que utilizase la palabra revolución, acusándolo de estar corrompiendo el islam. Otros le han criticado que las palabras son palabras pero que él no ha hecho nada para hacer cambiar el islam.

Pero, por una parte, siguiendo el pensamiento de Raymond Ibrahim, la revolución dentro del islam no le corresponde a él como presidente, sino a los ulemas. Pero además, también ha habido hechos. Según Jonah Goldberg del USA Today, Al Sisi el martes 6 de enero estuvo en una misa copta, la primera vez que un presidente egipcio lo había hecho. Allí habló de su aprecio hacia los coptos egipcios y de la necesidad de que todos los egipcios estén unidos.

Y se pregunta Goldberg: “¿será Al Sisi el Lutero musulmán al que la gente está esperando? Goldberg contesta que no, ya que más que un Lutero lo que necesita el islam sería un Papa musulmán. Puede ser, diría yo, pero la cuestión es difícil por varias razones.

El califato fue abolido por Ataturk en 1922 y lo más cercano que tenemos hoy día a un califa es el Al Baghdadi, que dirige el Ejército Islámico, que no es precisamente un reformador, y el propio mundo sunita está tan dividido –Arabia Saudita, Egipto, Turquía- que es difícil ver por dónde podría venir un califa reformador.

Y por otra parte, dentro de los intelectuales reformistas, que los hay, además de ser pocos, han sido proscritos en sus propios países tal como afirma el jesuita egipcio, estudioso del islam, Samir Khalil Samir, quien considera que, hoy por hoy, los reformistas tienen muy poco peso en la comunidad islámica.

Pero también, con una pizca de optimismo, dice que a mediano y largo plazo esos reformistas pueden abrir poco a poco una brecha en las interpretaciones del islam que cuajaron en el siglo X y XI y que hasta el día de hoy no han podido ser cambiadas.

Si es así es posible que Al Sisi —suponiendo que dure un cierto tiempo en el poder— con la influencia que tiene en los nombramientos de miembros en la Universidad de Al Azar pueda ser una gota de esperanza ante tanto fundamentalismo dentro del islam.