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La trilogía sucia de La Habana
04:15 - Fuente: CNN

Por Karl Penhaul

La Habana, Cuba (CNN) — El escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez dice que está interesado en la ética de los más pobres.

Sus observaciones son crudas; algunos dicen que es pornográfico, pero también ha ganado elogios.

Él dice que “la realidad es excesiva. Tengo que atenuar las cosas para que sean creíbles”.

Trabajó como periodista en periódicos estatales, pero su ficción hizo que lo despidieran.

Un pequeño grupo de turistas alemanes se encuentra atrapado adentro. El apartamento a precio de ganga que han estado alquilando quizás ahora no parece ser tan buen negocio. No les han dicho cuándo llegará un ingeniero de mantenimiento ni siquiera saben si tal persona existe.

Este definitivamente no es el lugar soñado de un intelectual. Y esa es precisamente la forma en que le gusta al cubano Pedro Juan Gutiérrez.

“Hasta aquí arriba, soy como un fantasma. He sido testigo privilegiado de lo que ha ocurrido en el barrio”, me dijo cuando visité recientemente su casa.

Hasta el día de hoy, Gutiérrez ha estado viviendo en el último piso durante más de 30 años. Él ha transformado una pequeña terraza en su propia plataforma de observación, para ver desde arriba lo que él llama la realidad “sucia” del centro de La Habana.

En estos días, Gutiérrez dice que se ha convertido al budismo para vencer sus adicciones al ron barato y al sexo salvaje. Arriba en su santuario del noveno piso, está casi libre de peligro.

Pero un paso en falso y simplemente podría caer –él dice que quizá me acompañará uno de estos días para “beber algo” a nivel del suelo.

Gutiérrez casi nunca ha vivido sin vicios. Dice que ha pasado la mayor parte de las últimas tres décadas vagando por las calles y callejones de abajo.

“Ahí abajo continuamente suceden cosas. Acontecimientos pornográficos, eróticos, sociológicos y antropológicos”, explicó con los ojos muy abiertos.

Las casi 20 obras de prosa y poesía de Gutiérrez contienen vocabulario grosero, cínico y mordaz. Los críticos literarios más amables lo han bautizado como el pionero del “realismo sucio”.

Sus peores críticos lo han condenado como un pornógrafo crudo; por ejemplo, incluso antes de terminar la primera página de su aclamada “Trilogía sucia de La Habana”, encuentras escenas sexuales gráficas.

“Algunas personas me acusan de exagerar, pero yo les digo ¡no! la realidad es excesiva. Tengo que atenuar las cosas para que sean creíbles. Es una realidad muy brutal y violenta, y a fin de hacerla creíble, tienes que bajarle un poco el tono”, dice.

“Pero estoy interesado en la fealdad, la ética y la estética de los ‘sucios’, de las personas más pobres que viven al límite”, añade.

‘La misma pobreza, la misma miseria’

Sus obras más sombrías se centran en la década de 1990, durante el llamado “período especial” de Cuba. Eso ocurrió justo después de que la Unión Soviética colapsara, dejando a su aliado caribeño Cuba destruido económicamente y en la ruina, carente de subsidios o de un mercado para sus bienes.

Pero Gutiérrez dice que desde entonces la situación no ha mejorado mucho, al menos en el Centro y en la Habana Vieja.

“Todo ha permanecido igual aquí. La misma pobreza, la misma miseria, las mismas personas que simplemente son sobrevivientes”, dijo. “Escribo sobre personas que sobreviven en los límites”.

Apuntando hacía el sol de la tarde, Gutiérrez señala a Neptuno, Colón, Trocadero y San Lázaro, las cuatro calles que según él, alguna vez formaron el distrito rojo más grande de Cuba, antes de la Revolución de 1959.

Él sugiere que la prostitución, la migración del campo a la capital y la desintegración de las familias extensas son las principales causas del caos que según él todavía prevalece en esta zona.

“Había cientos o miles de prostitutas allí abajo. Las personas que ahora están allí son las hijas y las nietas de las prostitutas. En términos sociales es importante tomar esto en cuenta. Este nunca fue un barrio normal”, explica con una sonrisa burlona.

Gutiérrez trabajó durante 26 años como periodista en diarios y revistas estatales. Pero cuando comenzó a publicar su estilo de ficción burdo y crítico, fue despedido. Él cruzó los límites de la libertad de expresión en Cuba, pero nunca ha sido encarcelado por decir lo que piensa.

Es evidente que no tiene la intención de quedarse callado.

“Pronto cumpliré 65 años de edad. Tengo que aprovechar esos años para decir lo que tengo que decir. Las personas no se atreven a hacerlo; solo mueren con la boca cerrada. Cuando tienes ideas, tienes que expresarlas”, dijo Gutiérrez.

La descripción literaria que él hace de sus vecinos aquí en el centro de La Habana puede parecer cruda. Pero al caminar por las calles, rápidamente te das cuenta de que su punto de vista bien puede ser válido.

A unas cuantas puertas de su edificio de apartamentos está la entrada al Comité local de Defensa de la Revolución, un grupo en el barrio establecido para promover los valores de la Revolución.

En la puerta se ve una foto de Fidel en blanco y negro cuando era joven.

En el lado opuesto, en diagonal, hay una pequeña tienda con barras soldadas en la ventana. La única cosa en el interior, una enorme tina de ron blanco. La media medida se vende a 40 centavos y una medida completa de 750 ml se vende por 80 centavos.

Era apenas media mañana, y un hombre buscando en la basura de afuera, sacó una pequeña botella de plástico y con manos temblorosas pidió que la llenaran con una medida completa.

Eso no puede ser lo que Castro –consagrado en el cartel al otro lado de la calle– tenía en mente: una tierra donde los turistas beben mojitos llenos de menta mientras que, a pocas cuadras de distancia, un trabajador alcohólico se empina un enorme trago de “chispa de tren”, como los cubanos llaman coloquialmente al ron barato con potencia industrial.

“Este barrio estuvo siempre al margen de toda la charla de los ideales revolucionarios. Talvez en la década los años 70 y 80, cuando existía algún tipo de orgullo revolucionario, era un poco diferente. Pero en general, la gente se quedó al margen”, me dijo Gutiérrez.

Un izquierdista ‘romántico’

Aunque sus obras son una mordaz crítica de la descomposición social de décadas en su barrio, su perspectiva global sobre la vida y el sistema cubano es más matizado.

Cuando Castro y sus rebeldes tomaron el poder en 1959, Gutiérrez tenía 7 años y vendía helados en las calles de La Habana. Él recuerda la brutalidad de la dictadura saliente del general Fulgencio Batista y las celebraciones y las esperanzas de libertad que acompañaban a las fuerzas rebeldes.

“Había mucho regocijo en los primeros días. Era como si la libertad hubiera llegado”, dijo.

A pesar de las experiencias de las décadas desde entonces, Gutiérrez dice que todavía se considera a sí mismo un izquierdista “romántico”. Él rechaza el hecho de que le insinúen que tiene algo que ver con el movimiento disidente derechista de Cuba.

“Creo que (el régimen) está tratando de salvar las cosas buenas del socialismo y de la Revolución tales como la educación, la salud y el orgullo nacional. Todavía tenemos que avanzar mucho en materia de derechos humanos y libertades personales”, agregó.

Para algunos de los vecinos de Gutiérrez, el cambio no viene lo suficientemente rápido.

Es pasada la medianoche en un tugurio situado en la calle Galliano.

Agustín, un boxeador fracasado, canta suavemente al ritmo de una canción de salsa que se escucha en la televisión, para luego pedir un ron doble y una Coca-Cola. Dice que fue campeón de peso gallo en los Juegos Olímpicos y Panamericanos.

Cuando se trata de los boxeadores, Cuba ha demostrado tener una clase deportiva propia. Pero ahora, a los 50 años de edad, Agustín tiene poco que mostrar de sus años de gloria, a excepción de su nariz que más parece un trozo de goma –la que le han quebrado tantas veces que ya no tiene ningún cartílago.

En el bar del hotel, a unas puertas de distancia, en el paseo marítimo del Malecón de La Habana, una mujer de 33 años de edad, vestida con pantalones cortos con estampado de leopardo, toma a sorbos una cerveza Cristal y entabla una conversación.

Ella dice que la policía una vez le dio una multa por “acosar a los turistas”, término oficial para prostitución. Dice que su trabajo durante el día es como maestra de educación física para niños de primaria.

Ella gana solamente 10 dólares al mes con su salario estatal y lo gasta tan rápido como sube y baja una de sus pestañas postizas. Pero dice que el trabajo le proporciona una portada vital.

Ella dice que tener un empleo legítimo la mantiene fuera de problemas con la ley cuando trabaja como prostituta por las noches. Si sus clientes extranjeros no le regatean, ella les cobra 100 dólares por la noche, dice.

Como muchos otros, luego del anuncio que hiciera el presidente Barack Obama respecto a que las relaciones entre Estados Unidos y Cuba serán más estables, ella tiene grandes esperanzas de que podrá sacar provecho de la posible afluencia de turistas estadounidenses.

Pero recapitulando en la calle, Gutiérrez no está convencido de que esas relaciones tengan una solución rápida. El problema, dice, son los cubanos mayores de ambos lados del Estrecho de la Florida.

“Durante más de medio siglo, ha existido mucho odio entre los cubanos en Estados Unidos y los que viven en la isla. Ha habido mucha sed de venganza. Tenemos que esperar que pasen los años y que mueran los ancianos”, dice.

“Solo entonces podremos resolver las cosas de una manera civilizada”.