NEW YORK, NY - APRIL 01:  Former Secretary of State Hillary Clinton attends a round table conversation and press conference announcing a childhood development initiative with first lady of New York City Chirlane McCray on April 1, 2015 in New York City. The initiative is between New York City Children's Cabinet and Too Small to Fail.  (Photo by Andrew Burton/Getty Images)
¡Ya es oficial! Hillary Clinton anuncia su candidatura
02:05 - Fuente: CNN

Por Timothy Stanley

Nota del editor: Timothy Stanley es un historiador y columnista del diario británico The Daily Tepegraph y autor del nuevo libro “Citizen Hollywood: How the Collaboration Between L.A. and D.C. Revolutionized American Politics”. Las opiniones expresadas en este comentario son propias del autor.

(CNN) –– Hillary Clinton oficialmente es candidata a la presidencia… y la historia interminable de los Clinton continúa. Ella ha sido parte de nuestras vidas desde hace casi un cuarto de siglo. Empezó como la primera dama a quien la derecha disfrutaba odiar, luego fue la esposa engañada, después fue senadora, luego, candidata a la presidencia en una de las primarias más dinámicas de la historia y finalmente, secretaria de Estado.

Los republicanos tienen a sus Bush aristocráticos; los demócratas tienen a sus Clinton. Y si Hillary o Jeb ganaran dos mandatos presidenciales, entonces en los 44 años desde 1981 hasta 2025, durante 28 años habría habido un Clinton o Bush en la Casa Blanca. La gran república estadounidense ahora se ve tan democrática como “Juego de tronos”.

Pero aunque Hillary Clinton ha estado presente durante casi toda mi vida, la revista The Economist podría hablar por mí cuando hace la siguiente pregunta: “¿Qué es lo que Hillary representa?” Ella presenta una paradoja: por un amplio margen, es la candidata presidencial mejor conocida en ambos partidos y, por el momento, es la candidata casi indiscutible dentro del suyo. Sin embargo, aunque Diane Feinstein pueda asegurar con confianza que Hillary “no ‘necesita’ la Casa Blanca, pero la quiere”, la pregunta que aún no ha sido respondida es “¿Para qué?” Y para los liberales, quienes creen que el gobierno está ahí para hacer algo, es esta falta de definición la que sin duda resulta tan desconcertante respecto a Clinton.

Hay buenas razones para que Clinton se enfrente a un desafío liberal en las primarias. La economía se ha reactivado con Obama pero, según dicen los críticos, esto ha sido en gran parte gracias a Wall Street y a los súper ricos. Los disturbios en Ferguson, Missouri fueron un doloroso recordatorio de que los pobres, particularmente los pobres que no son de raza blanca, han sido dejados atrás.

Las credenciales de Clinton como alguien que lucha contra la desigualdad son variadas. Es cierto, como lo señala el Wall Street Times, que ella ha hecho un llamado a que se dé “un prekindergarten universal, igualdad de pago para las mujeres, aumentos en el salario mínimo, una licencia familiar con goce de sueldo, impuestos más altos para los acaudalados y una ampliación del Crédito por Ingreso del Trabajo para las familias pobres que trabajan”. Pero ella cuenta entre sus amigos precisamente a esas personas empresariales a quienes el movimiento Occupy culpa por la desigualdad del país. Ahora, Clinton sabiamente se está tratando de distanciar de la Fundación Clinton… después de todo, sus esfuerzos de recaudación de fondos de ninguna forma son lo que compone el liberalismo popular.

Luego tenemos su historial de política exterior. En 2002, Clinton votó para autorizar la guerra de Iraq (aunque en su autobiografía del año pasado, ella se retractó de ese voto, al escribir que “lo malinterpretó”). Como secretaria de Estado, fácilmente se le relaciona en la mente de la izquierda con algunas polémicas como la guerra de Siria, la crisis en Libia y el colapso del régimen de Mubarak en Egipto.

El hecho de que algunos de estos incidentes podrían haber tenido poco que ver con ella no es el punto. Clinton tendrá que invertir una buena cantidad de tiempo en las primarias para explicar y defender las cosas que ocurrieron mientras trabajaba en el gobierno de Obama. Su ética personal es algo que también está en la agenda, como lo evidenció el escándalo por su uso de una cuenta de correo electrónico privado.

Estos son los temas en los que sus rivales democráticos se están enfocando. La semana pasada en Iowa, tanto Jim Webb como Martin O’Malley atacaron a Wall Street, y Webb añadió que él también se había opuesto a la guerra de Iraq. Ambos hombres cuestionaron la sabiduría de una triangulación al estilo Clinton: la idea de que es posible ganar la Casa Blanca y gobernar exitosamente al país, pero siempre buscando hacer concesiones.

Sería sabio para ambos hombres que se enfocaran en Iowa, para contrastar una campaña populista y sencilla con el estilo distante y con el predominio de Clinton. Y ambos harían bien en aprovechar un sentimiento de que sería poco saludable, poco democrático y sencillamente aburrido dejar que Hillary avance a la nominación sin que haya una debida contienda.

Sin embargo, existe una extraña contradicción entre las constantes aseveraciones de que los demócratas quieren una contienda y la evidencia de las encuestas que muestran que Clinton vencería a cualquier posible rival. ¿Por qué los liberales exigen que haya una conversación sobre política, si la única respuesta que se les ocurre es Hillary?

La explicación es que el Partido Demócrata está intelectualmente empobrecido. A menudo escuchamos de los problemas del Partido Republicano, de qué tan desconectado está de un electorado cambiante y de su división interna. Sin embargo, los desafíos de los demócratas son igual de sustanciales. Simplemente los han ocultado al tener a un hombre carismático en la Casa Blanca que domina la conversación nacional.

Obama fue elegido en uno de los puntos máximos de la popularidad del Partido Demócrata. Pero desde entonces, el poder demócrata ha menguado en las elecciones consecutivas del Congreso y en las elecciones locales, lo que ha dejado al partido sin una representación significativa en la región del “Deep South” y sin cualquier tipo de leve respaldo conservador. Todas las apuestas estaban sobre Obamacare, el cual era un proyecto ambicioso y noble, pero que no tenía una continuación obvia.

Ahora, los demócratas han pasado a defender el honor y la reputación de su presidente, en lugar de proponer reformas nuevas y audaces. Y el clima de su base puede sentirse ya sea en la violencia en Missouri o en la hostil y falsa risa de la audiencia de “The Daily Show”. El cinismo abunda. ¿Quién realmente se imagina que Hillary Clinton es el tipo de personalidad que puede generar un renacimiento de pensamiento o un rejuvenecimiento del activismo entre los liberales? Para repetir la pregunta, ¿para qué se está postulando en realidad?

Sin embargo, si tiene un último recurso para utilizar, es la reinvención. Recordemos que ella comenzó las elecciones primarias de 2008 como una favorita moderada, que juega a lo seguro, y terminó bebiendo cerveza en un bar de Indiana… reinventada, en las palabras de Barack Obama, como Annie Oakley. Si queda un poco de intelectualismo en el liberalismo, por lo menos Hillary Clinton es astuta. Esta es la razón por la que sigue siendo un elemento importante en su partido.