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Por Arwa Damon

Sus ropas en tonos brillantes ofrecen toques de color frente a lo que de otra forma sería simplemente una monótona e interminable fila de tiendas blancas.

Un pequeño grupo juega con piedras, para sustituir los juguetes que dejaron atrás cuando huyeron, mientras otros trepan a través de un agujero en la alambrada que rodea el campo de refugiados.

El campo de refugiados Shariya abrió hace más o menos seis meses; está compuesto por unas 4.000 tiendas y el número sigue en aumento.

Miles de refugiados yazidíes ahora habitan este rincón del Kurdistán Iraquí, a más o menos 30 kilómetros de uno de los frentes de la batalla con ISIS, donde es posible escuchar la resonancia ocasional en la distancia de lo que supuestamente son ataques aéreos.

Miles son tomados cautivos

La gran mayoría de los ocupantes del campo provienen del pueblo de Sinjar, el cual se encuentra cerca de la frontera con el Kurdistán sirio, y huyeron del ataque perpetrado por ISIS ahí en agosto. Pero no todos escaparon. ISIS tomó a miles de yazidíes cautivos.

Los combatientes separaron a las mujeres jóvenes y a las niñas, algunas de apenas 8 años de edad, para ser vendidas como esclavas, y para que sus “amos” las usaran como concubinas. Los hombres podían elegir entre convertirse al Islam o ser asesinados.

Mahmoud había salido a hacer mandados cuando llegaron los combatientes de ISIS y se llevaron a su esposa Ahlan, a sus tres hijos —el menor era de tan solo un mes— y a sus padres de edad avanzada.

“Se llevaron nuestros teléfonos, joyas, dinero”, recuerda Ahlam. “Tenían armas. Nos obligaron a subir a grandes camiones a punta de pistola”.

Ellos fueron trasladados a una escuela que ahora es una prisión en Tal Afar. Desde allí, la familia viajó de aldea en aldea… y en un momento determinado, llegaron a Mosul.

“Anotaron los nombres de todos y nos preguntaron dónde queríamos trabajar, si en los campos, en tareas de limpieza o como pastores”, dice.

Ahlam y su familia escogieron pastorear cabras.

Luego fueron trasladados a una aldea chiíta cuyos residentes habían huido, donde eran parte de un grupo de más o menos 40 personas que vivían en una misma casa. En la casa, Ahlam encontró un teléfono celular que sus antiguos ocupantes habían dejado y llamó a su esposo.

“Dije que estábamos vivos pero que éramos prisioneros”.

El esposo de Ahlam, quien hasta este momento había perdido la voluntad de vivir porque pensaba que su familia estaba muerta, dice que lloró de alegría a pesar de su dolor.

Ahlam lo llamaba cuando podía, brevemente, después de la medianoche, escondida bajo las sábanas. Si la sorprendían con un teléfono, sería asesinada.

Prisión en la aldea

La aldea en sí era una enorme prisión, y sus puertas eran custodiadas por combatientes de ISIS.

Ella recuerda que dos hombres, de cuarenta o cincuenta y tantos años, habían tratado de escapar. Cuando los atraparon, les rompieron los huesos, ataron sus cuerpos a la parte posterior de un camión y los condujeron por las calles.

Los cautivos yazidíes fueron obligados a ver el horripilante espectáculo. Los cuerpos de los hombres luego fueron arrojados a una zanja, y se dio la orden de que no se les enterrara.

Una noche, algunos de los hombres yazidíes arriesgaron sus vidas para arrojar tierra sobre sus cuerpos, a fin de darle a los asesinados la dignidad que podían.

Ahlam nos cuenta que alrededor de una semana antes de que nos reuniéramos, los combatientes de ISIS llegaron y se llevaron a sus suegros y a las otras personas mayores que vivían en la casa.

“No sabíamos a dónde los llevaban, pero pensamos que nosotros seríamos los siguientes”, recuerda.

Así que ella y el resto del grupo se dieron cuenta de que tenían que tratar de huir.

“Decidimos que o sobrevivíamos o no”.

Intento de fuga

Salieron a la media noche. Llevó en brazos al bebé, e hizo que sus otros dos hijos —de 3 y 4 años de edad— se tomaran firmemente de su ropa. Rezó para que el bebé no llorara, y que los niños pudieran seguir caminando.

Sabían la dirección general que debían tomar, pero no conocían la ruta exacta, y solo podían esperar que los llevara a la libertad.

“Cuando el sol empezó a salir, pensé que ese era el final y que nos iban a atrapar”, dice Ahlam. “Y ¿qué voy a hacer con los niños? No puedo llevarlos a los tres en brazos y salir corriendo”.

Por suerte, Ahlam nunca tuvo que responder a esa pregunta imposible. El grupo logró llegar al Kurdistán iraquí.

La pareja no puede expresar con palabras cuáles fueron sus emociones cuando se reunieron.

Mientras acaricia con ternura la palma de su hija, Mahmoud dice que él no podía creer que la mujer de los lindos ojos y las palabras gentiles de la que se había enamorado, al igual que sus tres hijos, estuvieran de nuevo a su lado. Habían sido ocho meses desesperantes.

Pero su alegría se tiñó de temor por los padres de Mahmoud.

Unos días después de que Mahmoud y Ahlam se reunieran, ISIS liberó a 217 cautivos.

Nadie sabe exactamente por qué, o la razón no ha sido revelada al público. Había 60 niños, unos cuantos hombres y mujeres, y el resto eran personas mayores… entre ellos los padres de Mahmoud.

“No sabíamos si nos iban a matar o qué iban a hacer con nosotros”, dice el padre de Mahmoud.

“Nos trasladaban mucho, y en un momento dado permanecimos en un lugar por tres días”.

Pero los padres de Ahlam todavía siguen con ISIS.

Atormentada por los gritos

Vian Dakhil, una miembro yazidí del parlamento de Iraq, especula que los yazidíes que ISIS liberó son individuos de los que les era difícil ocuparse.

Dakhil es parte de la delegación del primer ministro Haider al-Abadl que viajará a Estados Unidos esta semana. Ella se dirigirá a las Naciones Unidas y pedirá más ayuda internacional para Iraq, más ataques aéreos para ayudar a derrotar a ISIS, y hablará sobre la difícil situación de los yazidíes.

“A veces decimos que desearíamos haber sido masacradas. Eso habría sido mejor que ser secuestradas y violadas. Preferimos la muerte en lugar del destino por el que están pasando estas mujeres y niñas”, dice Dakhil.

“Ahora depende del gobierno y la comunidad internacional que se enfoquen en esto. Cómo liberar a estos cautivos. Es inconcebible esto en el siglo XXI algo así este sucediendo como si fuera la edad de piedra”.

Ahlam dice que ella fue excluida porque estaba amamantando a su bebé y tenía niños pequeños, lo que nos dicen, la convierte en una mujer impura y por lo tanto, imposible de utilizar como esclava sexual.

Para Ahlam, lo que pasó no es la parte más difícil de su terrible experiencia.

Es el momento en el que los combatientes empezaron a llevarse a las mujeres y niñas. La atormentan los gritos y la imagen de cómo las arrastraron mientras sollozaban y gritaban.