(CNN) – La expresión Kkot-jebi —que literalmente traduce “golondrinas de flores”— suena poética, pero la realidad es mucho más dura.
Ese término norcoreano se refiere a los niños sin hogar, quienes se valen por sí mismos sin el apoyo de la familia o el Estado. El origen de la palabra proviene de las consecuencias de la guerra de Corea, una pronunciación imaginativa de la palabra rusa “kochevyi”, que significa “deambular”, y se refiere a quienes fueron desplazados por el conflicto ocurrido entre 1950 y 1953.
Durante la década de 1990, Corea del Norte se vio afectada por varios años de hambruna cuando desastrosas cosechas asolaron la tierra, lo que ocasionó la muerte de cientos de miles de personas, según cálculos conservadores. La red de seguridad social del país se debilitó. Familias se separaron. Y los niños mendigos resurgieron en grandes cantidades.
Aunque las condiciones de hoy son mucho mejores, Corea del Norte sigue siendo un país desesperadamente pobre. La comida es escasa para una gran parte de la población, y todavía hay muchos kkot-jebi.
La revelación
Corea del Norte es una de las sociedades más herméticas del mundo. Cuando un equipo de CNN visitó el país recientemente, nuestro horario fue organizado por nuestros anfitriones oficiales del gobierno. Nuestros “escoltas” nos acompañaron en cada toma. Habíamos hecho ciertas solicitudes, pero nunca supimos más que con unas pocas horas de anticipación cuál sería el siguiente punto de nuestro itinerario.
Cuando una tarde nos dijeron que fuéramos a una sala de reuniones de nuestro hotel, no teníamos idea de qué estaba pasando al otro lado de la puerta, solo que tenía algo que ver con la realidad de los desertores.
Cuando entramos por la puerta y vimos a ocho jóvenes sentados a un lado de una enorme mesa redonda de conferencias, inmediatamente supimos con quiénes nos estábamos reuniendo.
‘Escoria humana’
A principios del verano de 2013, los medios de comunicación del mundo clamaron por la repatriación de un grupo de nueve niños de Corea del Norte, quienes en ese momento tenían entre 14 y 19 años de edad, y se encontraban Laos. Habían sido capturados por la seguridad fronteriza mientras estaban siendo trasladados desde China hacia Laos por misioneros surcoreanos, con la esperanza de restablecerlos en Corea del Sur.
Pionyang no oculta su odio hacia los desertores. Se refiere a ellos en los medios oficiales como “escoria humana” y los acusa de cometer actos criminales, mentir sobre su propio país por la fama y el dinero y abandonar a sus propias familias.
La decisión de regresar a los niños fue condenada por muchos. Se hicieron predicciones nefastas sobre su destino: los niños iban a ser enviados de vuelta a la cárcel; se enfrentarían a una vida de venganzas e incluso podrían ser ejecutados.
Pero aquí en esta habitación, casi dos años después de su regreso, estos exkkot-jebi parecen transformados. Cuatro jóvenes vestidos con los sacos azules de estudiantes universitarios y dos chicos y dos chicas en uniformes de una escuela secundaria se encontraban ahí a la espera de nuestras preguntas. El noveno miembro del grupo estaba en una universidad más lejos de Pionyang y no lo pudieron traer con tan poco tiempo de anticipación.
Dejaron su hogar
Cuando ingresaron a China, todos eran niños de 12 a 17 años de edad, y lo hicieron por separado o en grupos pequeños. Solo se conocieron después de que llegaran a la casa de los misioneros.
Les preguntamos por qué se fueron; fue una pregunta inicial incómoda.
“Éramos jóvenes”, dijo Ri Gwang Hyok de 17 años. “Solo fuimos a China por diversión”.
Cuando le pedimos más detalles, Mun Chol, de 21 años, admitió lo siguiente: “Francamente, teníamos algunas dificultades familiares. Habíamos pasado por un periodo de nuestra historia que llamamos ‘la ardua marcha (los años del hambre)’. No vivíamos bien. Yo era joven e ingenuo. Vivíamos junto al río Amnok, el cual está ubicado en la frontera. Mi intención era regresar a casa. Tenía curiosidad”.
Luego les preguntamos cuántos de ellos habían pasado hambre antes de irse.
Cuatro de los ocho levantaron la mano.
“Era invierno. Habíamos guardado comida durante el otoño. Pero no era suficiente. Nuestra familia era demasiado grande”, explicó Pak Kwang Hyok, de 19 años.
Una vez estuvieron en China, los niños fueron trasladados a una casa en el pueblo fronterizo de Dandong, donde fueron atendidos por un misionero surcoreano que CNN ha llamado M.J. en informes anteriores, junto a su esposa. Ahí, según M.J., los niños que habían pasado hambre fueron transformados. Según los jóvenes ahora, el cuadro no fue del todo color de rosa. Dijeron que los mantuvieron en la casa durante año y medio.
“El misionero nos daba lecciones sobre la libertad”, recordó Mun Chol. “Pero no nos daban libertad. Nos obligaba a estudiar a Dios y a memorizar libros religiosos”.
“Por supuesto, la comida era buena”, añadió, “pero ese era nuestro único placer. Cuando tienes comida, parece que las cosas están bien, pero un niño necesita más que eso”.
Luego de nuestro encuentro con los estudiantes, CNN contactó a M.J., quien preguntó si se encontraban bien. Dice que los extraña.
Mientras duda respecto a decir mucho por temor a su seguridad, él insiste en que los estudiantes necesitaron de su ayuda luego de huir de Corea del Norte.
Detenidos en Laos
China es un aliado histórico de Corea del Norte, y los norcoreanos que son encontrados de forma ilegal en el país se enfrentan a la deportación si los atrapan. Después de un año y medio, el misionero decidió trasladar a los niños a un tercer país. Eligió Laos, en la frontera suroccidental de China, desde donde esperó poder trasladar a los niños a Corea del Sur.
Luego de un angustioso recorrido durante cuatro horas en la noche a través de la región fronteriza montañosa, el grupo fue descubierto por la policía de Laos y fue detenido.
Cuando les dijeron que los enviarían de vuelta a Corea del Norte, se sintieron aterrorizados.
“El misionero nos dijo que nos matarían si regresábamos”, dijo Mun Chol. “Él nos dijo que nuestras familias habían sido asesinadas porque nos habíamos ido de casa”.
El regreso de los pródigos
Pero en lugar de ser castigados, nos cuentan que recibieron un trato especial, les dieron clases extra para que compensaran los tres años en los que no habían ido a la escuela y ahora están estudiando en los mejores establecimientos educativos en la capital.
“Estaba asustado”, admitió Pak Gwang Hyok. “Había dejado mi hogar sintiéndome culpable y había pasado tiempo en el extranjero. Habíamos traicionado a nuestro país. Pensé que seríamos castigados. Pero ahora estamos estudiando en las mejores universidades de Pionyang. Nuestros temores eran bastante insensatos”.
Poco después de su regreso, los niños aparecieron en la televisión norcoreana a fin de denunciar su incentivo para desertar por parte de los surcoreanos. Ahora, más de un año después, nuevamente se encuentran bajo la mirada pública. Se han convertido en los niños de los afiches para “la benevolencia y el perdón” de las autoridades norcoreanas.
Existe una gran diferencia en relación a cómo eran sus vidas cuando salieron de China y cómo lo son ahora. “Me siento como un indigente que se ha convertido en príncipe”, dijo Ri Gwang Hyok.
Pero sus familias no se les han unido en Pionyang, la capital de la exhibición. Ellos permanecen en áreas fronterizas empobrecidas y sus vidas no han cambiado.
Cuando piensa en lo que podría haber ocurrido si hubiera logrado llegar a Corea del Sur, Mun Chol dijo lo siguiente: “Si hubiera llegado, podría haberme convertido en traidor: un sujeto malo que abandona a su familia”.
“Podría haber sido recordado en la historia como parte de la ‘escoria de la tierra’”.