Campo de refugiados de Azraq, Jordania (CNN) - Son las 10 de la mañana de un martes en esta parte de la vasta expansión color óxido del desierto jordano, y Mazoun Almellehan no tiene tiempo para pensar sobre todo lo que ha perdido. Ella piensa en lo que viene después.
Está estudiando inglés, dice, y recibiendo un curso de computación. Las clases se han acabado por el verano, pero espera conseguir el plan de estudios y los libros del próximo año para adelantar.
La clase favorita de Mazoun –aunque se percibe que todas las disfruta– es ciencias naturales.
“Cuando aprendemos ciencias naturales, aprendemos más sobre el mundo que nos rodea”, anuncia con una sonrisa, antes de casi olvidarse de su otra clase favorita: “¡Ah, también inglés, claro!”
Es extraño conocer a una chica de 16 años con un entusiasmo tan puro y desenfrenado por la vida y por las oportunidades que están por venir. Es aún más extraño conocer a una chica así en un desolado campo de refugiados a 100 kilómetros de la frontera siria.
En 2013, cuando la guerra civil de Siria empezó a aproximarse a su aldea en Daraa, Mazoun dejó todo atrás y escapó con sus padres y sus tres hermanos más pequeños hacia Jordania.
La familia pasó un año en el abarrotado –y a menudo caótico– campo de refugiados de Zaatari en Jordania, antes de trasladarse al campo más tranquilo y mejor equipado en Azraq, hace poco más de un año.
Hoy en día, la familia de Mazoun comparte una oscura caja de acero galvanizado de 23,23 metros cuadrados en este campamento especialmente construido para refugiados, donde cada día llegan alrededor de 60 personas desplazadas.
Pero ese no es el enfoque de Mazoun. Sentada en el borde de un escritorio en su aula improvisada en Azraq, ella se pregunta cuántos de sus compañeros de clase se unirán de nuevo a ella cuando la escuela vuelva a iniciar en septiembre.
Según UNICEF, el matrimonio precoz se ha disparado entre los refugiados sirios en Jordania en los últimos tres años, elevándose de 18% en 2012 a cerca de un tercio de todos los matrimonios que involucran a un refugiado sirio en 2014.
Y en tanto que la brutal guerra civil de Siria, se prolonga sin un final a la vista, cada vez más, los desesperados sirios desplazados ven el matrimonio precoz como una forma de asegurar el futuro social y económico de sus hijas.
“Si eres un padre y ves una oportunidad para que alguien pueda hacerse económicamente responsable de tu hija, esta es una decisión extremadamente difícil”, dice Stephen Allen, oficial de campo de UNICEF. “Y no es una elección que normalmente harías, pero algunos padres están optando por ese camino”.
La Malala de Siria
Mazoun cree que están cometiendo un gran error.
Ella ha estado haciendo visitas de casa en casa durante dos años en los campamentos, haciendo una campaña de una sola niña para convencer a los padres de que dejen a sus hijas en la escuela en lugar de presionarlas para que se unan en matrimonio.
“Muchas familias creen que si casan a sus hijas a una edad temprana, ellas estarán protegidas. Ellos no saben que algo podría salir mal y que si el matrimonio fracasa, su hija quedará vulnerable”.
“La educación es muy importante porque es el escudo que podemos utilizar para protegernos en la vida. Es nuestro método para resolver nuestros problemas”, dice. “Si no tenemos educación, no podemos defendernos”.
En referencia a la activista por la educación paquistaní adolescente que sobrevivió a un ataque de los talibanes en su autobús escolar en el año 2012, Mazoun ha sido llamada la “Malala de Siria” por su cruzada para mantener a las niñas en la escuela.
En febrero del 2014, Malala Yousafzai visitó a Mazoun en Zaatari. Y en diciembre, Mazoun viajó a Oslo para ver a Yousafzai cuando recibió el Premio Nobel de la Paz.
Los ojos de Mazoun se iluminan cuando describe su amistad con la activista de educación más famosa del mundo.
“Me siento muy orgullosa de que me llamen la ‘Malala de Siria’”, dice.
“Malala es una persona muy dedicada y fuerte que ha enfrentado enormes dificultades en su vida al tratar de promover la educación. Así que eso me motiva enormemente para hacer aún más”.
Pero Yousafzai parece estar igualmente impresionada con Mazoun. “Fue grandioso conocerla cuando fui a su campamento”, recordó en una entrevista con ACNUR en YouTube el año pasado.
“Ella también tiene grandes sueños para su país. Ella quiere que su país sea pacífico, quiere ver paz en cada esquina de Siria”, comentó Malala.
Lo peor de todo
A lo largo de los últimos cuatro años, Jordania dice que ha abierto sus puertas a 1,4 millones de personas sirias desplazadas por la guerra civil que envuelve al país, aunque solo 630.000 están registradas en la agencia de refugiados de las Naciones Unidas.
La educación es tan solo uno de los muchos problemas que enfrentan estos sirios, y los observadores dicen que día a día las condiciones se vuelven más sombrías.
La semana pasada, Jordania anunció que había recibido solo el 12% de los 1.900 millones de dólares que dice que necesita para apoyar a los sirios que ha recibido.
“La comunidad internacional puede contar con que Jordania continúe haciendo su parte”, dijo el Ministro de Planificación jordano, Imad Fakhoury. “Pero no nos pueden dejar solos en este esfuerzo”.
A principios de este año, la escasez presupuestaria obligó al Programa Mundial de Alimentación a suspender la ayuda alimenticia a 80% de los refugiados sirios que viven fuera de los campos en Jordania.
El financiamiento se dejó intacto para los campos, pero la UNICEF dice que todos tienen que ahorrar todo lo posible.
“Dentro de los campos, las cosas ahora están peores que el año pasado. Podemos mantener los servicios básicos aquí, pero los recursos adicionales de las personas se ven más restringidos”, dice Stephen Allen. En cuatro años ellos están enfrentando lo peor de todo”.
“Ellos están gastando sus ahorros, han vendido algunos de sus activos y cualquier ayuda que hayan estado recibiendo de sus parientes ahora se ha agotado”.
Un lugar de refugio
Cincuenta y cinco por ciento de aproximadamente 14.000 personas que viven en Azraq son niños. Uno de los principales desafíos es encontrar una forma productiva en la que ellos ocupen su tiempo cada día.
En el parque infantil situado en la calle donde está la escuela, el sonido familiar de niños que se columpian, que juegan baloncesto y que juegan alborotadamente resuena a través de los terrenos.
Según Mohammed Abulawi, director del programa para el International Medical Corps en Azraq, este Makani –”mi espacio” en árabe– es un refugio adecuado para los niños, el cual los separa de las tensiones diarias de la vida en el campamento.
“Estos niños han sufrido en su viaje hasta la frontera”, dice Abulawi. “Muchos de ellos padecen síndrome de estrés postraumático… han perdido a sus amigos, a sus familias y algunos de ellos tan solo quieren estar solos”.
“Estamos intentando construir un vínculo entre los niños y mejorar su habilidad para sobrellevar las situaciones. Queremos que este sea un lugar donde los niños pueden expresar las emociones y los sentimientos que han mantenido en su interior durante mucho tiempo”.
Al igual que muchas de las personas en este campo, Hamman, un chico callado y delgado, de 12 años de edad, vino de Daraa.
“Lo que más extraño es nadar,” dice suavemente. “Extraño todo de Siria”.
En medio de la algarabía de los niños en la hora del recreo en el Makani, otro niño, quien usa una sucia gorra negra de béisbol, se sienta en silencio y lee un libro.
“Esta es la historia de un ratón”, explica Faisal, de quince años. “Se trata de un pequeño ratón que se entera que a su familia se la comió un gato grande”.
Faisal ha estado en Azraq durante seis meses. Él es de Guta, un suburbio de Damasco, donde un ataque con gas sarín mató a cientos de personas –muchos de ellos niños– en el verano de 2013, según la ONU.
“Sobre todo, extraño mi aldea”, dice. “Nuestra casa está ahí, todos mis amigos están ahí”.
Faisal no asiste a la escuela formal en el campamento, pues prefiere asistir a las lecciones informales en el Makani. Cuando crezca, quiere ser un maestro de inglés.
Un lugar adecuado para hienas
De los 220.000 niños sirios de edad escolar en Jordania que están registrados con ACNUR –no existe casi ninguna duda de que la cifra real es mucho más alta– 130.000 de ellos están inscritos para estudiar formalmente. Eso nos da una diferencia de 90.000 que no lo están.
Mazoun Almellehan nos lleva a visitar a uno de estos niños. Durante el último año, Sharouk, de 15 años, ha vivido con su madre y dos hermanos en un alojamiento en contenedor de color blanco, no muy lejos del parque infantil.
Su padre se quedó en Siria. Manahel, la madre de Sharouk, dice que solo puede pagar lo suficiente como para llamar a su esposo una vez al mes.
Para la familia, Abdullah, el hermano de 13 años de Sharouk, es la figura paterna sustituta. Él no asiste a la escuela y a ella también le prohíbe ir. A Sharouk esto le viene bien pues de igual manera, a ella no le gusta salir de la casa.
Manahel dice que quiere que sus hijos vayan a la escuela, y espera que ellos tengan una mejor vida en el futuro, aunque es difícil para ella imaginarlo en este momento.
“Eso no es posible aquí”, dice ella. “¿Qué podemos decir sobre Azraq? Es un pedazo de desierto… nadie vive en un lugar como este, ni siquiera las hienas”.
Pero Mazoun ha estado visitando a la familia últimamente, y hace dos semanas se las arregló para convencer a Sharouk –y a su hermano– de que ella tiene que volver a estudiar en septiembre.
“Mazoun nos explicó lo importante que es la educación para nuestro futuro”, dice Sharouk en voz baja. “Yo ya lo sabía (antes), pero ella me convenció todavía más”.
Con Abdullah, por el contrario, le va a tomar más tiempo convencerlo. “Le hablaré más a él”, dice Mazoun. “Y voy a seguir hablando con él y con su hermana hasta que ambos asistan a la escuela”.
Viendo hacia el futuro
El sábado 20 de junio, en el Día Mundial del Refugiado, el jefe del ACNUR, António Guterres, anunció que cerca de 60 millones de personas huyeron de sus hogares en 2014… la cifra más alta desde que comenzaron los registros.
Pero incluso frente a esas malas noticias, Mazoun responde con un tono más confiado.
“Nadie sabe qué es lo que sucederá en el futuro, pero siempre debemos tener esperanza, siempre debemos ser optimistas”, dice. “Tratamos de cambiar el futuro para que se ajuste a nuestras vidas, eso es lo único que podemos hacer”.
¿Y qué depara el futuro para Mazoun?
“Quiero ser periodista”, dice con una sonrisa. “En mi opinión, es un trabajo estupendo”.