Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Encuentro. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Yo sospecho de la gente que no sabe qué hacer con un libro. Y al mismo tiempo creo que se puede vivir sin leerlos y no por eso se es menos digno. Pero ¿merecería la pena vivir en un mundo sin libros?
La escritora española Almudena Grandes, con esa voz inclasificable que tiene, dice que “vivir sin leer ya no sería vivir, sino un sucedáneo insoportable de la vida”. Y tiene razón.
A mí nada ni nadie me ha acompañado, emocionado, movilizado, enseñado y todos los ado que quieran, como los libros. Es más, tras dejar mi país, empecé a sentirme en casa solo cuando tuve mi primer trabajo, un perro y cuando pude ufanarme de una pequeña y modestísima biblioteca que de a poquito iba emergiendo en una de las paredes de nuestra primera casa en Miami.
Cada vez que tengo que mudarme de ciudad o decido cambiarme a otro apartamento, lo primero que empacamos en casa son los libros.
Matthew Flores es un niño de doce años que vive en Utah y que un buen día el cartero sorprendió mientras devoraba la publicidad comercial que traía cada día y que la gente deshecha como basura.
“Y me preguntó”, cuenta el cartero, “si tenía correo extra para que él pudiera leer. Me dijo que le gustaría tener libros para leer”.
El cartero le sugirió la biblioteca pública, pero el niño le dijo que sus padres no tienen coche.
Pues nada, que el cartero contó la historia del chico en Facebook y pidió que le echaran una mano. Y comenzaron a llegarle libros de todas partes del mundo, libros que ahora Matthew muestra orgulloso y sonriente como si fueran los sesenta y nueve huevos imperiales de Fabergé.
Desde al menos el siglo xv damos por sentado que los libros están ahí para nosotros. Pero ¿y si un mal día desaparecen? Y una cosa más: ¿Qué esperan los libros de nosotros?