Estudiantes en la Washington University de St. Louis, en una protesta en diciembre pasado tras un caso de abuso policial.

Nota del editor: Taylor Swaak es estudiante de periodismo en la Universidad de Maryland y editora asistente de noticias en The Diamondback. Ella hizo una pasantía en CNN durante este verano. Las opiniones expresadas en este comentario son exclusivamente suyas.

(CNN)– ¿Alguna vez has pensado que algo es cierto, y luego un día te das cuenta de que podría no serlo? Eso me sucedió cuando empecé a cuestionar la postura de mi generación frente al racismo.

Cuando un correo electrónico racista de un miembro de la fraternidad circuló en la comunidad de la Universidad de Maryland en marzo –tan solo días después de que fuera grabada en video una consigna racista de miembros de la fraternidad de la Universidad de Oklahoma en un autobús– mis compañeros estudiantes estaban furiosos.

Ellos exigieron respuestas y castigos. Mi universidad se sumergió en una investigación; nuestra agrupación universitaria buscó formación en diversidad; el presidente de la Student Government Association (SGA) solicitó actividades sociales con más diversidad racial en el campus, y la SGA aprobó una resolución poco después en la que solicitaba el cambio de nombre para el Byrd Stadium, el cual lleva el nombre de un expresidente (racista) de la universidad.

A pesar de la nube de decepción y vergüenza, parecía que había un resquicio de esperanza ante el conocimiento de que, aparte de algunos individuos aislados, la generación del milenio no toleraría ese comportamiento. Nosotros no éramos racistas.

Así que realmente me sorprendió encontrarme con artículos con títulos tales como “Los blancos de la generación del milenio están perpetuando el racismo” y “Los de la generación del milenio son más racistas de lo que creen”.

He descrito a la generación del milenio de muchas maneras –conocedores de la tecnología y obsesionados con los teléfonos, individualistas y ávidos creyentes en el progreso–, pero racista nunca fue una palabra que se me ocurriera.

Como un conjunto, la generación del milenio que yo conozco es cariñosa y tolerante. Desbordamos en apoyo hacia Caitlyn Jenner en las redes sociales después de que se dio a conocer como mujer transgénero, y la vasta mayoría de nosotros –73%– apoyamos con orgullo la decisión de la Corte Suprema para legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo en junio.

Sin mencionar que somos la generación de estadounidenses más diversa de la historia. Alrededor del 43% de nosotros no son blancos –casi el doble de la cantidad que aparece en el censo de 1980–, lo cual crea una amalgama de ideas y culturas.

“Una de las mayores fortalezas de la generación del milenio es su tolerancia, su sentido de la igualdad”, me dijo Jean Twenge, la autora de “Generation Me”. “Ellos están mucho menos prejuiciados que las generaciones anteriores en cuanto a la raza, el género, la orientación sexual y los asuntos transgénero, mucho más conscientes de estos asuntos y mucho más dispuestos a tratar a la gente como individuos más que miembros de grupos”.

Pero, más tolerancia y menos prejuicio, según parece, no necesariamente erradica el racismo. Y mi definición de racismo –la cual se enfoca alrededor de aquellos quienes de manera deliberada y maliciosa intentan discriminar, odiar y juzgar– no era completamente exacta, tal y como el Dr. Eduardo Bonilla-Silva me lo hizo ver.

“El problema es que asumimos que el racismo es acerca de ‘esa gente’, la gente prejuiciada –el Klan, el tipo en Carolina del Sur, etc.– cuando en realidad, históricamente, el racismo se ha tratado de un sistema de dominio racial”, dijo el profesor de sociología de Duke. “El prejuicio es acerca de las actitudes… ‘no me agradas porque eres negro, no me caes bien porque eres un blanco’. Eso es diferente a tener una sociedad parcialmente estructurada en los términos de la raza, en donde algunas personas obtienen beneficios sistemáticos”.

Además de dejar pasar formas sutiles de racismo, nosotros, los de la generación del milenio, también tenemos una tendencia a darnos palmaditas de aprobación en la espalda por nuestra capacidad de inclusión más allá de lo que probablemente deberíamos, dijo Patrick Ronk, presidente de la SGA de la Universidad de Maryland.

“Una gran cantidad de grupos de estudiantes, especialmente los estudiantes de las minorías, sintió que el correo electrónico era un ejemplo de algo que ellos enfrentan todos los días, lo cual creo que es una llamada de atención”, dijo Ronk “No creo que nos estemos tomando el tiempo para hablar lo suficiente con los estudiantes que en realidad están experimentando racismo”.

La expresidenta de la Unión de Estudiantes Negros de la universidad, Jazmyn White, dijo que aun cuando ella no suele experimentar a menudo el racismo en su vida personal, ha habido incidentes, como cuando un empleado la siguió en una tienda del centro comercial.

“La razón por la que el racismo continúa viéndose en los alrededores es porque ha sido transmitido de generación en generación, y la historia se repite”, dijo White. “En cuanto a combatirlo… se trata acerca de cambiar las ideas que otros tienen, cambiar las percepciones de otros”.

Un artículo del 2014 que promociona la ‘tolerancia de la generación del milenio’ sugiere que la prolongación del racismo radica en la confusión de la generación del milenio en cuanto a lo que el racismo conlleva en su totalidad, y en su miedo a discutir abiertamente los temas de la raza y la discriminación.

En un esfuerzo por ser daltónico, la mayoría de la generación del milenio se siente incómoda discutiendo el tema de la raza (solo el 20% dice que se siente cómodo), y –como indica un artículo de POLITICO del 2015–, “simplemente ignora el racismo estructural en lugar de tratar de arreglarlo”.

Bonilla-Silva dice que dejar atrás el racismo es imposible si adoptamos una postura de no “luchar con firmeza contra el monstruo”.

“Lo que algunos políticos y algunos analistas sugieren es, básicamente, lo siguiente: ‘Vamos a ignorar la raza, vamos a tratar de dejar el asunto atrás y seguir adelante’”, dijo. “Y creo que mientras continuemos así y no lidiemos con la desigualdad racial, nunca avanzaremos más allá”.

Para confrontar la desigualdad racial, es vital hablar –en especial a los niños– abiertamente acerca de la raza y el racismo. Vivo en una sociedad que ha convertido la raza de alguien en un tema delicado, al punto que soy cautelosa, incluso a los 20 años de edad, de usar las palabras “negro” o “asiático” como adjetivos en una conversación en donde estoy describiéndole una persona a mi interlocutor.

Eso tiene que cambiar. Deberíamos ser capaces de ser francos y no tener miedo de discutir y hacer las preguntas difíciles:

¿De qué maneras seguimos viendo la desigualdad racial en la sociedad hoy en día, y cómo podríamos contribuir para hacer, en realidad, una diferencia?

Mientras más nos esforcemos por comprendernos unos a otros y mientras más sean las preguntas que se hagan y que sean respondidas –sin importar cuán “dignas de estremecimiento” parezcan ser cuando se escuchan– menos conceptos serán ignorados y continuamente malentendidos. No hay duda de que mi generación y la generación que estamos criando puede convertirse en una fuerza imparable en la lucha contra el racismo de una vez por todas.