(CNN Español) – Esta es una estadística difícil de comprender y una que es aún más difícil de ignorar en la segunda década del siglo XXI.
Según la Organización Mundial de la Salud, casi 800 mujeres mueren cada día por complicaciones relacionadas con el embarazo o el parto en todo el mundo.
Todas menos el 1% de esas muertes ocurren en los países en desarrollo y quizá lo más trágico de todo es que el 80% de ellas pueden evitarse.
Cuando se habla de las muertes maternas, gran parte de la atención se centra en África, que representa alrededor del 50% de las estadísticas globales.
Pero el problema va mucho más allá de las fronteras del África subsahariana; Guatemala, en Centro América, tiene las tasas más altas de mortalidad materno-infantil de la región.
La mortalidad materna en Guatemala
Aunque en Guatemala las muertes maternas han disminuido desde que la Organización de las Naciones Unidas incluyó mejorar la salud materna en sus Objetivos de Desarrollo del Milenio en el año 2000, la tasa sigue siendo inaceptablemente alta.
Según la OMS, ocurren 140 muertes por cada 100.000 nacimientos. La mayoría de estas muertes ocurren en las poblaciones indígenas –la mayoría de ellas mayas– donde las mujeres pobres son las que tienen menos probabilidades de recibir atención médica adecuada y donde las tasas de fecundidad son las más altas.
La deficiente salud materna es una de las cuestiones clave en el centro de la crisis de la desnutrición en Guatemala… y los niños muy pequeños son el innegable rostro del hambre. Los primeros 1.000 días de vida de un niño –desde su concepción hasta su segundo cumpleaños– son los más importantes.
Pero en Guatemala, casi el 50% de los niños menores de cinco años tienen una desnutrición crónica a tal grado que quedan atrofiados de por vida, tanto físicamente como en su desarrollo, según indica la Unicef.
Según el Programa Mundial de Alimentos, Guatemala tiene la cuarta tasa más alta de retraso en el crecimiento del mundo.
Esto puede dar lugar a graves retrasos en el desarrollo, bajo rendimiento en la escuela y menor productividad durante toda su edad adulta. Pero a pesar de los muchos problemas que un embarazo no deseado puede conllevar, muchas mujeres no tienen voz ni voto en cuanto a si quieren o no quedar embarazadas o con qué frecuencia.
La planificación familiar, el gran reto
Este puede ser particularmente difícil en parte porque es una sociedad patriarcal donde la salud de la mujer no se considera una prioridad. Pero también porque las familias numerosas poseen mucho valor y los anticonceptivos están en desacuerdo con la cultura y la tradición.
La doctora Jenny Eaton Dyer es la directora ejecutiva de Hope Through Healing Hands (HTHH) con sede en Nashville, Tennessee. Su objetivo es educar a los estadounidenses acerca de la planificación familiar y la salud materno-infantil en todo el mundo, y aumentar la financiación para estas causas.
A principios de este año, Dyer viajó con una delegación diversa a Guatemala con la organización humanitaria CARE. La delegación viajó a Quetzaltenango, en el altiplano occidental, para visitar a las mujeres mayas y conocer sobre su nutrición, cómo se cuidan a sí mismas y a sus recién nacidos, y para discutir algunos de los principales desafíos que enfrentaban.
Uno de los principales problemas que descubrieron es que las mujeres tenían acceso limitado a los servicios de salud, especialmente en las regiones muy rurales. Parte de esto se debe a la falta de transporte, pero también a que no tienen ninguna influencia en el proceso de toma de decisiones.
Debido a esto, muchas mujeres no están en la capacidad de espaciar sus embarazos según las recomendaciones de la ONU, en cuanto a esperar al menos dos años después del parto.
Esto crea otra serie de problemas. Los embarazos demasiado cercanos pueden conducir a problemas de salud tanto para las madres como para los recién nacidos y esa es una de las causas subyacentes de la mortalidad infantil.
Dyer dice que educar a las familias sobre este tema es un objetivo primordial de HTHH. “Si podemos ayudar a empoderar a las mujeres para que mejoren tanto el momento como el tiempo que deben esperar entre un embarazo y otro, ellas pueden tener la oportunidad de seguir estudiando, buscar un trabajo o una profesión y lograr llegar a ser económicamente independientes”.
El beneficio, según Dyer, se extiende más allá de la familia inmediata. “Esto entonces se trata de un círculo virtuoso para que las mujeres tengan hijos más sanos y más fuertes, familias más sólidas y, en última instancia, naciones más fuertes”.
A pesar de los programas diseñados para ayudar a que las mujeres indígenas aprendan sobre el valor de la nutrición, la planificación familiar y espaciar los embarazos sanos, aún falta mucho por hacer, no solamente en Guatemala sino en todo el mundo.
La campaña Faith-Based Coalition for Healthy Mothers and Children dice que la salud materna, neonatal e infantil, junto con un tiempo saludable y espaciar adecuadamente los embarazos (HTSP) es “un eje de la salud mundial” y una de las estrategias más costo-efectivas y poderosas para empoderar a las mujeres.
“Si somos capaces de mejorar la salud materna y la supervivencia infantil, las madres pueden volver al trabajo, lo que incrementa el PIB per cápita para que la familia pueda combatir la pobreza extrema y el hambre”, explica la doctora Dyer.
“Si la planificación familiar está vinculada, los niños pueden permanecer en las escuelas porque si hay una menor cantidad de hijos, los padres pueden darse el lujo de pagar por su educación; las mujeres pueden quedarse en la escuela y terminar la secundaria e, incluso, cursar estudios universitarios si pueden evitar los embarazos… y si las mujeres pueden recibir una educación y competir por empleos debido a decisiones saludables para ellas y sus familias, el apoyo a la salud materna promueve la igualdad de género”, añade.