Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Encuentro. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Banksy es al arte callejero lo que Salinger a la literatura. Fugitivos de lujo. Hombres invisibles.
Tras publicar El Guardián en el centeno, el escritor estadounidense se escondió hasta de su sombra. Y el grafitero británico hace lo mismo: “ataca” y desaparece. Eso sí, va dejando una estela de murales, esculturas urbanas o acciones de arte de guerrilla que confunden y maravillan.
Banksy es capaz de todo y lo suyo es aguar la fiesta. Apareció de la nada, literalmente hablando, en 1992 en Bristol, su ciudad natal, con graffittis que arremetían contra la clase política y la aristocracia. Y desde entonces no ha parado. Nadie sabe cómo es, si es uno o varios artistas que trabajan en equipo. Sea lo que fuere, Banksy es el protagonista de una pequeña revolución hecha con sarcasmo y mucha poesía. En casa tengo dos posters suyos; en uno de ellos, un manifestante indignado lanza un ramo de flores. Claro, uno espera que lanzara un coctel molotov pero es un ramo de flores coloridas.
Ahora Banksy se ha centrado en Disneylandia, que percibe como uno de los íconos del conformismo burgués, y ejemplo de un meticuloso proceso de edulcoración del mundo infantil.
Banksy junto a otros artistas callejeros ha creado su propio parque temático en un sitio medio destartalado en la costa inglesa. Se llama Dismaland y significa tierra triste. Lo promocionan como un “festival de arte, entretenimiento y anarquismo de nivel inicial”.
Banksy no da entrevistas y eso se agradece en un mundo en el que sobra la gente que da entrevistas. Y que las hace, pero una vez dijo: “A veces me pregunto si soy parte de la solución o del problema”. Como cualquier hijo de vecino, solo que él es Banksy.