Fieles palestinos pasan por Domo de la Roca, después de las plegarias del viernes, en Jerusalén.

Nota de editor: Cawo Abdi es la autora de “Elusive Jannah: The Somali Diaspora and a Borderless Muslim Identity” (Escurridiza Janah: la diáspora somalí y una identidad musulmana sin fronteras).  Abdi es profesora asociada de sociología en la Universidad de Minnesota e investigadora asociada en sociología en la Universidad de Pretoria, Sudáfrica. Las opiniones expresadas en este comentario son exclusivamente las de la autora.  

(CNN) -  Los recuerdos más preciados de mi infancia están coloreados por la belleza asociada con lo que el islam era en la sociedad en la cual donde nací y crecí.  

Un recuerdo vívido de esta infancia implica sentarme regularmente en el borde de la alfombra de oración de mi padre, hecha de piel de cabra, la cual fue suavizándose a lo largo de los años de uso en las aldeas nómadas en el centro de Somalia.Todavía puedo sentir la textura y el olor de la piel, aunque mi padre murió hace más de 30 años.

Mi padre y sus tres hermanos eran maestros del Corán en la región central de Somalia y viajaban de aldea en aldea, enseñándole a los niños –en su mayoría varones– a memorizar el Corán y a menudo regresaban con cabras con las que les habían pagado su labor.

Además de la enseñanza, lo que conllevaba un gran prestigio tanto para los maestros como para discípulos, estos hombres de religión celebraban matrimonios, atendían a los enfermos y realizaban rituales funerarios. 

El islam que le dio forma a mi infancia también incluyó a mi madre que no sabía leer ni escribir en árabe, que memorizaba algunos versículos del Corán, y cuya vida diaria se consumió con las necesidades financieras y emocionales de su familia.

El trabajo de mi madre en un mercado de carne en el centro de Somalia requería de muy largas horas con rituales de oración, un lujo que ella y muchas de sus compañeras de trabajo nunca pudieron permitirse.   Pero esta falta de “práctica” carecía de vergüenza, y tampoco existía ninguna distinción evidente entre un musulmán y un musulmán practicante.

La vida en Somalia, hasta mi adolescencia en la década de 1980, desafió esta dicotomía, pues la identidad musulmana era parte integrante de ser un somalí, independientemente de la adhesión a cualquier ritual en particular.

Pesadilla en evolución

Más de dos décadas después, me siento afortunada de ser capaz de aferrarme a los recuerdos, pero me entristece que mis hijos nacidos en Estados Unidos llegarán a la mayoría de edad con un islam que está enmarañado con el terrorismo.

Hasta hace muy poco, me sobresaltaba cada vez que escuchaba la palabra “islámico” y “terrorismo” asociadas tan íntimamente.

Aun cuando los nuevos discursos extremistas ganaron prominencia después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos y las desastrosas intervenciones estadounidenses en Iraq y Afganistán, este discurso ahora eclipsa al islam de mi infancia.

Una pesadilla en evolución para el mundo en general y para los musulmanes en particular, desde Al Qaeda en Afganistán y Pakistán, hasta Al Shabaab en Somalia, Boko Haram en Nigeria y el grupo extremista más reciente del Estado Islámico de Iraq y Siria (ISIS), ahora dirige nuestra lente hacia los musulmanes y el islam.

Los musulmanes son las principales víctimas de la ira de estos grupos, todos nosotros, espectadores entumecidos ante la matanza diaria de civiles inocentes.

Tan solo en las últimas tres semanas, vimos la masacre perpetrada por Boko Haram de más de 50 personas en Nigeria; la decapitación de Khaled al-Asaad, un erudito sirio de 82 años de edad, a manos de ISIS; el bombardeo de hoteles en Mogadiscio que dejó decenas de víctimas a manos de Al Shabaab; así como el bombardeo de autobuses, un aeropuerto y otros sitios públicos por los talibanes en Afganistán.

Dogma extranjero

Aunque los grupos que ejecutan estas atrocidades representan un extremo en sus lecturas del islam, una interpretación literal del islam menos brutal pero todavía convincente también se está extendiendo en todo el mundo.

Esta tendencia se traduce en la desaparición de la variación de sabores contextualizados de un islam dinámico que acomodaba las diferencias en la cultura y la historia.

El islam como un texto orgánico que se adaptó a las necesidades socioeconómicas y ambientales de pueblos particulares (las opciones anteriores para la vestimenta de las mujeres nómadas somalíes se adaptaron a la necesidad del trabajo para construir cabañas, cargar camellos con cabras recién nacidas, niños, ancianos, por ejemplo) ahora es sustituido por la interpretación islámica normativa que está supervisada por individuos y, en ocasiones, por los grupos militantes. 

La lectura no dogmática del islam con la que yo crecí, la religión como un identificador de lo que las personas son y no de lo que hacen per se, está ahora bajo asalto (es decir, la destrucción de los santuarios sufíes y chiíes con la intención de borrar siglos de la visión social, cultural e histórica del mundo).

El islam en la mayoría del mundo musulmán, a través de las nuevas tecnologías y la caridad con los petrodólares, se define cada vez más en términos rígidos.

El criterio utilizado por Al Qaeda, ISIS, Al Shabaab y Boko Haram, no solo hacia las mujeres sino también hacia las minorías religiosas, la política y la historia es informado por un dogma intransigente que es ajeno a la mayoría de nosotros quienes nacimos en las sociedades de mayoría musulmana.

Recuperación del islam

Mi sentido de girar como un derviche para dar sentido a la crisis de identidad esquizofrénica de los musulmanes de todo el mundo en este inicio del siglo XXI se debe a la condición actual del mundo musulmán.

Decir que un lúgubre número de musulmanes participan en el terrorismo hace poco para cambiar el daño duradero causado al islam y a los musulmanes en todo el mundo.

Esta minoría brutal se ha convertido en la característica que define de facto el mundo islámico, no solo la que conduce intervenciones políticas y militares de Europa y Estados Unidos en el mundo musulmán, sino también la que sujeta la retórica de los líderes dictatoriales en todos los países de mayoría musulmana.

La lucha contra los movimientos “islámicos” no está solamente está en la agenda de la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo, sino también en la de Egipto, Libia, Nigeria, Somalia, Túnez, Iraq, Arabia Saudita, Afganistán y Pakistán.

Mi temor y el miedo de muchos musulmanes alrededor del mundo es que la posición del islam está gravemente dañada y el islam de nuestra infancia podría también pertenecer a otra época.

La confusión, la vergüenza y la victimización podrían definir los futuros recuerdos de los niños musulmanes, con el binario de los “militantes islamistas” y los “musulmanes moderados” contaminando permanentemente a ambos grupos por las generaciones futuras.

Se requerirá de una introspección musulmana revolucionaria para recuperar el islam para las generaciones futuras.

Tal introspección no sólo rechazaría y movilizaría las cosas en contra de la versión fosilizada y condenada del islam de los extremistas, sino también contra los regímenes dictatoriales brutales apoyados por el Occidente en el mundo islámico que utilizan la guerra contra el terrorismo para aterrorizar a sus propios ciudadanos, así como las políticas y proyectos neoimperiales occidentales.