Nota del editor: Gene Seymour es un crítico de cine que ha escrito sobre música, películas y cultura para The New York Times, Newsday, Entertainment Weekly y The Washington Post. Las opiniones expresadas en este comentario son exclusivamente las del autor.
(CNN) – Wes Craven, quien murió el domingo, a los 76 años de edad, será recordado por mucho tiempo como un artesano hábil, a menudo obstinado e ingenioso de las películas de pesadilla, quien sabía cómo aumentar el público usando los medios más sangrientos y macabros a su disposición.
Sin embargo, lo que realmente parecía impresionar a las personas acerca de Craven era que el hombre detrás de ese cebo garrapatosamente ondulante, de mirada salvaje y parecido a un sangriento perro de caza como “La última casa a la izquierda” (1972), “Las colinas tienen ojos” (1977) y “Pesadilla en la calle del infierno” (1984), contaba con las credenciales académicas que le permitieron dar cursos en el área de humanidades en la escuela profesional.
Por un tiempo, en realidad lo hizo… en el que entonces era el Clarkson College en Potsdam, New York, luego de recibir una maestría en filosofía de la Universidad Johns Hopkins en Maryland para continuar con su licenciatura en psicología de Wheaton College en Illinois. Para cuando estaba cerca de cumplir 30, decidió que la vida como maestro no era para él y cambió su dirección para dedicarse a hacer pesadillas para las masas.
Y sin embargo, también es posible imaginar que lo que Craven había decidido era que el verdadero problema eran los salones de clase en sí y que, solo talvez, él podría impartir, de mejor manera, complejas lecciones sobre la vida y el alma a través de la clase de película estridente y escabrosamente tallada de cine B que solían mantener en el negocio a los cines y a los autocinemas de las carreteras.
Uno no quiere hacer mucho énfasis en el tema. Después de todo, las lecciones de advertencia en una “última casa” o unas “colinas que tienen ojos” son tan evidentes que tendrías que ser tan débil como una de las víctimas más desafortunadas de esas películas como para dejarlas pasar. Nosotros no solamente gritamos de miedo sino que con la misma frecuencia también de exasperación cuando, por ejemplo, la familia cuyos miembros eran todos estadounidenses en las “colinas” no hicieron caso de todas las advertencias y pistas ya fuera para alejarse o para rodear las cuevas infestadas de caníbales.
La brutalidad resultante fue tan horrorosa que casi era divertida… y así se suponía que lo fuera.
Craven conocía su literatura lo suficientemente bien como para decir a sus entrevistadores: “Realmente hay una línea muy delgada entre el humor y el horror. Ambos se tratan de cosas que nos hacen sentirnos incómodos”.
Nadie iba a confundir el característico tipo de películas de horror de Craven con sus distintivos juegos bruscos y golpes contundentes, con los estilos más matizados e inquietantemente provocativos de F.W. Murnau (“Nosferatu”) o David Lynch (“Eraserhead”, “Terciopelo azul”). Sus tácticas de creación de películas tenían una analogía más cercana a la comedia de Mel Brooks que la de Woody Allen, pues la de este último era más ambiciosa en cuanto al estilo.
Sin embargo, Craven fue capaz de infundir un ingenio comparativamente sofisticado dentro de sus fórmulas lucrativas, el que era evidente a los ojos de quienes tenían más criterio que para cualquiera de sus serviles aficionados o de sus detractores más inflexibles. Ambos grupos, en mi opinión, se perdieron de las gracias más sutiles de la adaptación de 1982 que Craven hizo del libro de comics “La cosa del pantano”, en especial con sus tres estrellas, Adrienne Barbeau, Ray Wise y Louis Jourdan muy involucradas en la broma y quienes, de manera perceptible, parecían disfrutar de su trabajo aún más.
Ese humor se hizo más visible más adelante en su carrera con esas torres gemelas de escándalos y guiños, las franquicias de terror “Pesadilla en la calle del infierno” y “Scream”. En Freddy Krueger, el que fue interpretado en cada una de las ocho películas de “Pesadilla”, a partir de 1984, por Robert Englund, Craven creó un hombre del saco que era aterrador y sin embargo también tan jovial respecto a su caos, que tú casi te sentías feliz al verlo una y otra vez… y otra vez.
Y allí estaba la película “Scream” de 1996, cuya exitosa saga de cuatro películas, en esencia, constituían una “meta” versión de la fórmula Craven, con todos sus personajes conscientes de las trampas y riesgos habituales colocados en las masacres de películas anteriores por macabros sociópatas… y aun así, igual conseguían masacrarlos.
Por este tiempo, Craven parecía creer que no tenía nada nuevo que añadir al género que él había ayudado a vigorizar. Él dirigió “Music of the Heart”, un drama de 1999 de línea central protagonizado por Meryl Streep como una violinista que busca enseñarle sus habilidades a estudiantes con desventajas económicas en East Harlem.
La película fue considerada como un cambio algo drástico para su director. ¿Pero realmente era así? Después de todo, era sobre una profesora educada en el estilo clásico que adaptaba su refinada sensibilidad para darle a aquellos de las clases más bajas un pequeño vistazo tanto a las emociones realzadas como a las ideas sutiles. Craven no la escribió. Pero se podría argumentar que la vivió.