Nota del editor: Edward J. McCaffery es el administrador de la Cátedra de Derecho de Robert C. Packard y un profesor de derecho, economía y ciencia política en la Universidad del Sur de California. El es el autor del libro “Fair Not Flat: How to Make the Tax System Better and Simpler”. Las opiniones presentadas en este comentario son exclusivamente las del autor.
(CNN)– En el mundo patas arriba de la política fiscal, este es el último giro: Donald Trump está proponiendo algunas ventajas en cuanto a los impuestos.
Si, leíste bien. El Donald, en su típico estilo entrecortado, ha comenzado a escupir fragmentos de ideas sobre la reforma de impuestos en Estados Unidos; de manera específica, la reducción de la tasa del impuesto de sociedades, la eliminación de impuestos sobre donaciones o sobre transferencias a título gratuito, los así llamados impuestos de sucesiones, y –espera a oír este– aumentarle los impuestos a los ricos. Las predecibles risas disimuladas siguieron desde todos los lugares correctos.
Ahora el problema siempre está en los detalles. A Trump todavía le falta largo camino por recorrer para estipular eso… y en donde los detalles de hecho parecen acechar bajo la tranquila superficie, difícilmente se ve algo prometedor. Pero todavía no le encontremos defectos a todo. Trump debería ser aplaudido por dejar caer algunas ideas –cualquier idea–, fundamentalmente, respecto al arreglo del defectuoso sistema fiscal de Estados Unidos. Ninguno de los otros muchos candidatos republicanos que buscan la presidencia ha hecho nada que verdaderamente se asemeje a eso.
Y ese es sin duda el primer y más importante señalamiento que se debe hacer aquí. La línea central del sistema político –el Congreso, el presidente, los comités, los grupos de presión y todo ese tipo de cosas– se ha convertido en una gran parte del problema de impuestos. Ver a estos sospechosos habituales para que sean parte de la solución parece ser algo irremediablemente ingenuo. Los políticos tradicionales ofrecen tibias manipulaciones del status quo en el impuesto. Se necesita a alguien que venga de y piense con “originalidad” para encender y despertar la rabia en contra del impuesto tal cual.
Ya hemos visto este guión antes. ¿Recuerdas a Ronald Regan? Cuando Reagan asumió el poder en 1981, la tasa impositiva marginal máxima sobre los ingresos era del 70%, como lo había sido desde que John F. Kennedy lo redujo hasta ese nivel en 1963. Cinco años más tarde, en 1986, Reagan tenía la tasa en 28%. Esta no ha permanecido allí con exactitud, pero el punto es que Reagan –un político no convencional– fue capaz de pasar por encima de los que tradicionalmente tomaban decisiones y presentar su caso directamente a las personas. Eso es ser un gran comunicador. El impuesto sobre la renta en realidad no ha cambiado desde entonces.
Tal vez, solo tal vez, Trump, unos 30 años más tarde, nos puede dar más de lo mismo… una reforma fiscal significativa llevando su caso a las personas y forzando a la ley y a los legisladores tradicionales a que se suban a bordo.
Lleguemos entonces a esas ideas. Cada una, individualmente, tiene algún sentido y, en conjunto, podrían formar una poderosa visión de un plan de impuestos del siglo XXI para Estados Unidos.
Una de ellas, la reducción de la tasa de impuesto de sociedades de Estados Unidos representa una buena dosis de sentido y sería apoyada por la mayoría de los economistas ortodoxos. El problema hoy es que la tasa de sociedades de Estados Unidos se encuentra entre las más altas del mundo, por lo que las empresas exploran varias lagunas en la base imponible para evitar los impuestos.
Una de estas vías es moverse hacia el extranjero, ya que hay muchísimas jurisdicciones con tasas mucho más bajas, incluso algunas a cero. Ninguna reforma va a traer miles de millones de dólares a casa solo así –esos problemas de los detalles nuevamente–, pero una reforma acertada a los impuestos de sociedades que implique una estructura con una tasa nominal más baja es algo claramente acertado.
Entonces también, con la idea número dos, eliminar los impuestos “de sucesiones”.
Estos impuestos recaudan pocos ingresos, se aplican a menos del 1% de la población y pueden evitarse por medio de una planificación fiscal compleja que no beneficia a nadie excepto a los financistas que manejan los fideicomisos y fundaciones que resultan de esa planificación. Deshacerse de estas reliquias en general tiene sentido.
Lo que nos lleva a la idea tres: hacer que los ricos paguen más.
Aquí, el único detalle de Trump es tonto y grandilocuente: él está acosando a los gestores de fondos de cobertura, quienes han encontrado un truco, en el “interés devengado”, para diferir los impuestos y pagar las tasas de ganancias de capital. Estos son dos beneficios que no están disponibles para las personas que trabajan, quienes deben pagar sus impuestos ahora y según las tasas ordinarias.
Es suficientemente justo pensar que este es un problema. Durante más de una década, se han presentado propuestas en el Congreso para cerrar este “vacío legal”. Pero el problema de gravar menos a los ricos difícilmente se aplica a los problemas de gravar a los gestores de fondos de cobertura, quienes son tan solo una pequeña gota en el balde de una persona rica. Trump, por ejemplo, tiene abundantes miles de millones sin tener que haberse convertido en un gestor de fondos de cobertura.
Las buenas noticias son que existen maneras muy serias para gravar a los ricos… como un impuesto sobre el gasto progresivo, tal como mi persona y otros hemos estado recomendando desde hace muchos años. Dicho impuesto no gravaría el trabajo o los ahorros (o la muerte, o las donaciones, o el contraer matrimonio por esos asuntos en sí), sino que en su lugar, caería sobre el acto privado del gasto, con tasas más altas mientras más lujoso es el nivel de gasto.
Funcionaría como un impuesto sobre la renta, pero con una deducción ilimitada por los ahorros… cualquier ingreso que no se ahorre es, por definición, un gasto. Las tasas progresivas se aplicarían al nivel del gasto. Así que, cualquiera lo suficientemente rico como para gastar más de un millón de dólares al año, digamos, vería que su impuesto sube hasta un 50% o más.
Un impuesto sobre el gasto progresivo, por cierto, sería coherente con cada una de las tres ideas principales de Trump: disminuir (o derogar) las tasas de impuestos de sociedades, derogar los impuestos de sucesiones (porque los hombres que están muertos no gastan dinero… así que a los herederos se les puede gravar cuando lo hagan) y, por supuesto, hacer que los ricos paguen más.
Trump tiene un largo camino por recorrer desde sus fragmentos de políticas de impuestos hasta cualquier cosa como un plan real y factible. Pero él ha expuesto algunas ideas bastante convincentes y, ciertamente, algunos principios a los que vale la pena prestarles atención. Si esto es todo lo que obtenemos, y algunos políticos más convencionales se agitan en una seria reflexión sobre la reforma fiscal, entonces que así sea.
Cuando el pensamiento convencional es parte del problema, debemos estar agradecidos por las voces no convencionales que siguen hablando. Así que sigue haciéndolo, Sr. Trump.