CNNE 209141 - pope benedict xvi steps down and officially retires from the papal office

Nota del editor: Brian Frawley, exsacerdote católico, es director de la oficina de Boston de Hay Group. Su práctica se enfoca en áreas como desarrollo de liderazgo y eficacia organizacional. Las opiniones expresadas en esta columnas son exclusivas del autor.

(CNN) – En septiembre del año pasado hace 25 años, cuando el papa Juan Pablo II visitó Estados Unidos por primera vez, dos jóvenes sacerdotes aparecieron en la portada de US News and World Report con el siguiente título estampado en sus pechos: “Los primeros soldados del Papa”. Yo era uno de esos sacerdotes.

Doce años después, dejé el sacerdocio y la orden agustiniana para comenzar un programa doctoral en psicología clínica. Hoy en día, he cambiado mi cuello romano para desempeñarme como un trabajador de cuello blanco en la consultoría de líderes y ejecutivos en organizaciones globales, ayudándolos a cumplir los desafíos que enfrentan en las trincheras de la vida corporativa.

Ahora que el Colegio Cardenalicio se reunirá en Roma este mes para elegir a un nuevo líder, hay suficiente discusión acerca de los problemas actuales de la iglesia.

Algunos han sugerido que el mundo empresarial podría darle al nuevo Papa consejos valiosos sobre cómo conducir a la iglesia a través de aguas complicadas e inciertas. Pero quizá la contribución más relevante que las empresas pueden ofrecerle al cónclave papal es cómo evitar los errores del pasado cuando se elige a un sucesor… especialmente, las posibles dificultades de mover a un líder importante que se encuentra en una posición secundaria al papel del no. 1.

A lo largo del papado de Juan Pablo II, el cardenal Joseph Ratzinger (quien ahora es el antiguo papa Benedicto XVI) sirvió efectivamente como un duro “director de operaciones” que debía revisar las operaciones de la iglesia globalmente, revisar la ortodoxia de los seminarios y asegurar que la visión de su jefe de realinear a la iglesia alrededor de una agenda profundamente conservadora fuera ejecutada efectivamente. Según muchas opiniones, él realizó el trabajo razonablemente bien. Su éxito en la gestión de las operaciones de la iglesia le permitió a Juan Pablo II convertirse en “el Papa de la gente”, alguien que recorrió el mundo y se reunió con jefes de estado.

Cuando Juan Pablo murió, muchos vieron al cardenal Ratzinger como el sucesor perfecto. Él parecía estar familiarizado con los desafíos de la Iglesia, era bien conocido y sus semejantes en general tenían una buena opinión suya; además, su ortodoxia doctrinal al parecer aseguraba una transición fácil y estable. Esa, al menos, era la esperanza.

De hecho, muy temprano en su papado se hizo evidente que Benedicto carecía de la vitalidad requerida para dirigir a una iglesia plagada de escándalos. Tampoco tenía la distancia suficiente de la mala administración de la iglesia para ser una voz creíble para el cambio.

En nuestro trabajo de sucesión del director ejecutivo, encontramos que las organizaciones a menudo asumen que el director de operaciones o incluso el director financiero, por virtud de su conocimiento de los negocios y de su familiaridad con la junta, está mejor posicionado para desempeñar el papel principal.

Al juzgar de esta forma, ellos podrían no estar incluyendo en su cálculo algunas de las cualidades esenciales que pueden hacer toda la diferencia entre una transición fácil y exitosa y un mandato breve y complicado que deja a la organización a la deriva.

De cualquier manera, no hay duda de la importancia crítica del líder que se encuentra al frente. Un ejemplo de ello es Jeff Bezos de Amazon. Hace algunos años, Amazon luchaba con un modelo de negocios que no estaba funcionando y con una clientela que estaba acudiendo a nuevas páginas web y líneas de productos. Su liderazgo, visión y compromiso con la innovación ha energizado a su compañía y le ha traído nueva vida a la marca.

La iglesia se encuentra al borde de su propia transición en la cima que podría tener un impacto enorme en su vitalidad y dirección futura. Representa un momento lleno de oportunidad y cargado de desafíos. En esa luz, estas son algunas de las preguntas que el último cónclave debería haber considerado y que deben estar en su agenda en esta ocasión:

• ¿Qué tipo de capacidad estratégica de pensamiento ha demostrado este líder que sugiere que podrá organizar y comunicar una visión convincente y unificadora para el futuro de la iglesia?

• ¿Ha demostrado este líder tener la capacidad de gobernar de manera efectiva a una burocracia grande y compleja? ¿Es un buen juez de talento y está dispuesto a delegar los papeles críticos de la administración a las personas correctas?

• ¿Es este líder un comunicador extraordinario, alguien que esté dispuesto y sea capaz de utilizar los medios electrónicos y las redes sociales para llegar a las personas a lo largo de distintas culturas y generaciones?

• ¿Ha desarrollado este líder fuertes relaciones fuera de la iglesia con otros líderes, tanto religiosos como seculares, que puedan ser utilizadas para romper barreras y forjar sociedades nuevas y dinámicas?

• ¿Qué tan valiente y contundente será este líder para impulsar los cambios que cultivarán una mayor propiedad y participación en la toma de decisiones entre todos los miembros?

• ¿Es vista esta persona como un líder de una integridad inquebrantable que ni en el pasado ni en el futuro sucumbirá a la tentación de comprometer los valores esenciales?

Estas son las preguntas que esperamos que el Colegio Cardenalicio considere mientras se reúne en Roma este mes. Son parecidas a las preguntas que muchas empresas, al verse confrontadas con fuertes desafíos y con la necesidad de tomar una nueva dirección, han enfrentado mientras buscan considerar quién debería ocupar el puesto más alto.

El cónclave papal representa una gran oportunidad para que la iglesia demuestre que ha aprendido lecciones importantes del pasado. Pueden considerar las experiencias de otras corporaciones globales a su alrededor para ver que evitar las asunciones erróneas y hacer las preguntas correctas puede impedir que tengan que programar otro cónclave en el futuro cercano.