(CNNMoney) – El término ‘anchor baby’ (bebé ancla) se ha popularizado en las primeras etapas de las elecciones presidenciales en medio del polémico debate por la inmigración ilegal. La expresión —que para muchos es despectiva— se usa para describir a los hijos de inmigrantes ilegales que, por la constitución de Estados Unidos, reciben todos los derechos de ciudadanía por nacer en territorio estadounidense y de paso ayudar a que sus padres puedan tener la ciudadanía estadounidense.
Por esta razón es que algunos políticos se podrían referir a Michele Cantos como una “bebé ancla”, pero ella se rehúsa a que la definan de esa forma.
“Soy estadounidense, puedo decirles eso”, dijo Cantos, cuyos padres viajaron a Estados Unidos desde Ecuador a finales de los años ochenta.
No solo es estadounidense, también es una joven de 24 años con una maestría en Relaciones Internacionales de la Universidad de Siracusa. ¿Su sueño? Comenzar un negocio que algún día genere empleos en su vecindario de Brooklyn y devolverle algo a su comunidad.
Y ya va de camino. Hoy en día es gerente de programa en Future Leaders Foundation, una organización sin ánimo de lucro en Nueva York que ofrece becas de tres años a estudiantes destacados que provengan de familias que viven por debajo de la línea de la pobreza en sus países de origen, y que sean la primera persona en su familia en asistir a la universidad.
Si ella y sus padres no hubieran inmigrado a Estados Unidos desde sus pequeñas comunidades andinas en Ecuador en 1987, Cantos sabe que su historia probablemente sería muy distinta.
Su padre, Julio, llegó a Estados Unidos primero y luego su madre, Anna, llegó unos meses después. Ambos traslados involucraron un peligroso viaje por tierra con un “coyote”.
Ellos volaron a Panamá y luego atravesaron Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México; viajaron a pie y en camionetas y autos “a menudo apiñados como si fueran sacos de papas”. Muchas de las mujeres tuvieron que sucumbir a “cosas” durante la travesía, dijo Cantos.
“A mis padres no les gusta hablar de su historia y tampoco les gusta cuando la discuto”, dijo.
Los padres de Michele finalmente llegaron a Nueva York, donde luego de años de pasar de un empleo a otro, Julio encontró un trabajo estable como conductor de taxi. La pareja se estableció en Brooklyn, donde Michele nació en 1990.
Pero incluso después su llegada, las dificultades continuaron. Un incendio en el apartamento de al lado obligó a la familia a salir de su casa. Estuvieron sin hogar durante un par de días, hasta que la familia fue colocada en proyectos de vivienda pública en Williamsburg, Brooklyn, dijo Michele.
Por temor a ser deportados, la familia decidió que Michele, quien en ese momento tenía seis años, y su hermano José, de dos años de edad, se irían con Anna a vivir en Ecuador. Los niños permanecieron separados de su padre durante seis años.
Para cuando regresaron a Estados Unidos, Michele estaba en sexto grado y ya había olvidado gran parte del inglés que había aprendido anteriormente.
“Me pusieron en una clase bilingüe, lo que significa que todo lo impartían en español… y eso no es muy bilingüe que digamos”, dijo. “Éramos más de 25 alumnos de distintos grados y de distintos países de Latinoamérica… estoy segura de que algunos de los niños no habían tenido ninguna educación antes de venir aquí”.
Los estudiantes que hablaban inglés en su escuela la molestaban y la insultaban, pero Michele ignoraba sus escarnios, dijo.
“Me fue bastante bien en la escuela durante toda mi vida, pero mis consejeros querían que aplicara a escuelas seguras en las que pensaban que podían aceptarme”, dijo. “Luego, en algún momento, alguien me llevó a una feria de universidades y apliqué a Fordham, NYU y Siracusa”.
Su padre mantenía a la familia por medio del servicio de taxis privados que dirigía con otro conductor de taxis. Fue este ingreso, junto con ayuda financiera, lo que permitió que Michele asistiera a la Universidad de Siracusa, y permitió que su hermano estudiara en la Universidad Aeronáutica Embry-Riddle en Daytona, Florida.
Michele pasó sus vacaciones de verano de la universidad estudiando en el extranjero en Madrid y Ginebra. Y mientras estudiaba su maestría en relaciones internacionales, ella viajó a Santiago de Chile. También viajó a Tailandia con las Naciones Unidas, y ayudó a los reguladores ahí a implementar reglas sobre la prohibición del uso de minas terrestres.
“Me encantaba viajar al extranjero, porque esto solidificaba mi identidad como estadounidense”, dijo. “A donde iba, causaba impresión por el hecho de que fuera estadounidense, porque luzco diferente, pero eso es lo que soy”.
Ahora, los padres de Cantos son ciudadanos estadounidenses naturalizados. Ellos se han vuelto desconfiados de la retórica en contra de los inmigrantes que está invadiendo la política estadounidense. No quieren que sus hijos nacidos en Estados Unidos sean estigmatizados o discriminados porque ellos llegaron sin papeles, dijo.
Sin embargo, Cantos dijo que ella entiende por qué algunas personas podrían molestarse con los inmigrantes que viven en el país, especialmente cuando los políticos usan un lenguaje tan incendiario.
“Entiendo que si eres estadounidense y trabajas mucho, ves que tu ingreso desaparece. O que si pierdes tu empleo, quieres culpar a alguien”, dijo Cantos. “Lo entiendo, y son los inmigrantes quienes se convierten en el blanco. Pero yo no culparía a mis conciudadanos estadounidenses por sentirme frustrada y molesta; culpo a los políticos”.