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Nota del editor: Rafael Domingo Oslé es catedrático en la Universidad de Navarra e investigador en la Universidad de Emory. Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a su autor.

Hasta ahora, siempre había pensado que, así como Juan Pablo II fue el papa de los jóvenes y Benedicto XVI el papa de los intelectuales, Francisco iba a ser el papa de los pobres. Después de este gran viaje a los Estados Unidos, me parece, sin embargo, que Francisco pasará a la historia como el papa de las grandes verdades.

Grandes verdades son esas verdades que se reconocen con facilidad por las personas de todas las culturas, religiones y razas, porque brillan por sí mismas; son esas verdades que no hieren, que no ofenden a nadie por más que interpelen; esas verdades exigentes pero amables, comprometedoras, que guían la vida de los pueblos y de las personas.

Esas grandes verdades están ahí, las conocemos casi intuitivamente, son evidentes, pero con frecuencia nos apartamos de ellas en busca de otros intereses humanos espurios, quizás más rentables a primera vista.

Las verdades, las grandes verdades, cuando se manosean o manipulan, no brillan: se ‘fundamentalizan’. Por eso, empobrecen, dividen, e incluso destruyen. Para que esas grandes verdades realmente iluminen a la sociedad deben ser propuestas por personas auténticas, cuyo único objetivo sea buscar y abrazar la verdad en sí misma. Francisco es una de ellas.

Experto en humanidad y amante de la autenticidad, la rectitud de intención del papa Francisco merece confianza y respeto. Por eso, las gentes son capaces de reconocer la verdad en sus palabras, gestos y acciones. Francisco no engaña. Es de fiar.

Entre las grandes verdades, el papa ha dicho a los políticos que deben legislar para personas creadas a imagen y semejanza de Dios; ha recordado a las naciones que la pena de muerte no va, que hay que acabar con el narcotráfico y las guerras, que la pobreza se puede erradicar si nos empeñamos en serio, que hay que apoyar al inmigrante. El papa nos ha recordado que la tierra es de todos, y a todos nos compete el deber de cuidarla como nuestra casa.

Hoy, en las últimas horas de su inolvidable visita, el papa se ha centrado en las grandes verdades sobre la familia. El hombre no ha sido creado para estar solo; es un ser social por naturaleza. El papa nos ha recordado que el mismo Dios quiso vivir en el calor de la familia de María y José, quizás porque Dios mismo, en su esencia trinitaria, es también familia. Dios, siendo único, tampoco está solo.

Por eso, la necesidad de proteger la familia, de hacer familia, de celebrar el amor de la familia, está en la base de la conducta humana. Solo desde la familia, verdadero pilar de la humanidad, seremos capaces de recomponer nuestro cansado mundo. Todo un gran programa de vida.