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Nota del editor: Douglas Rushkoff, un teórico y profesor de estudios de los medios en Queens College de City University of New York, escribe una columna regular para CNN.com. Él es el autor del libro “Present Shock: When Everything Happens Now” (El shock del presente: cuando todo sucede ahora), y del próximo libro “Throwing Rocks at the Google Bus: How Growth Became the Enemy of Prosperity” (Tirándole piedras al autobús de Google: cómo el crecimiento se convirtió en enemigo de la prosperidad” (marzo de 2016, Penguin). Las opiniones expresadas son exclusivamente las del autor.

(CNN) – De acuerdo con un informe publicado en The New York Times esta semana, la presencia de barcos espías rusos cerca de cables de datos transatlánticos importantes está causando consternación entre los funcionarios militares y de inteligencia estadounidenses. ¿En todo caso, qué están planificando hacer los rusos? ¿Estarán tratando de ver cuan fácilmente podrían cortar los cables si estallara la guerra?

Todo lo que cualquiera sabe a ciencia cierta es que la teoría de juego que utilizamos para trazar provocaciones y respuestas durante la Guerra Fría es obsoleta en una era digital.

Por un lado, la preocupación por los actos de sabotaje digitales en tiempo de guerra son una tontería. Si estallara la guerra entre Estados Unidos y Rusia, tendríamos problemas mucho más grandes en nuestras manos que la conectividad irregular a través del Internet. Claro, esto afectaría gravemente las comunicaciones con base en el Internet, la banca internacional y una serie de otro tipo de tráfico digital bastante esencial. Pero, a menos de que un enemigo derribara nuestros satélites del cielo, los militares podrían mantener un comando y un control básico sin el Internet.

Por otro lado, la amenaza real aquí es que el Internet ofrece una nueva forma para que las superpotencias, en teoría, libren una guerra sin que hagan estallar todo el planeta. Tácticamente, una ofensiva contra un conducto de distribución de información podría ser algo más parecido a un embargo extremo. Sería desagradable y debilitante, pero no necesariamente requiere de una represalia nuclear.

Es una manera de causar daño sin bombardear ciudades o lanzar los tipos de ataques que demandan una escalada de violencia. Al igual que el reciente hackeo a los archivos de los empleados del gobierno de Estados Unidos, presumiblemente por China, este es un ataque significativo pero en un reino virtual, lo que hace difícil medir una respuesta apropiada.

Es por eso que este alarde de un supuesto poder militar (o en realidad un alarde del poder para cortar cables) nos pone nerviosos. Este sugiere una completa nueva gama de posibles compromisos para los que tenemos que establecer nuevos protocolos… y rápido.

Lo que hace que esto sea difícil es que –al menos desde nuestro punto de vista– un ataque contra el Internet podría no ser realmente un ataque hacia Estados Unidos sino un ataque contra el mundo libre. A pesar de las objeciones de Europa contra la Agencia de Seguridad Nacional y la vigilancia corporativa, el Internet nos conecta a todos como una gran familia de compañías de medios corporativos occidentales, libre expresión y gobernabilidad democrática.

Desde la perspectiva de una Rusia reducida que intenta reafirmar su antigua gloria nacionalista y jerárquica, el Internet es solo una extensión del imperialismo estadounidense. Google, Facebook, Twitter, Yahoo, Apple e Intel son esencialmente empresas estadounidenses, y sus plataformas y dispositivos están incrustados a los valores del capitalismo de mercado libre.

La oligarquía de Rusia podría no querer restaurar, de manera realista, la totalidad de la antigua Unión Soviética, pero sí desea mantener un orden enteramente menos abierto y fluido… uno que ve amenazado por la expansión del mercado, la ideología y, sí, el Internet occidental, a través de Europa y más allá.

Así que mientras que los chinos simplemente bloquean el tráfico de Internet que presenta narrativas alternativas a las del partido gobernante, los rusos bien podrían querer hacer que el futuro interconectado pareciera ser menos inevitable y enteramente más vulnerable según el antojo de un único líder mundial, Vladímir Putin. Mediante la realización de operaciones en esas aguas, Rusia puede no estar diciendo simplemente: “Nosotros podríamos eliminar el Internet”, sino también podría estar preguntando: “¿Y, díganme, qué harán ustedes a cambio?”

Además, como Micah Sifry, cofundador de Civic Hall, señaló: “Que yo sepa, Rusia estaba bastante bien integrada al sistema financiero mundial, por lo que cualquier intento de cortar esos cables transcontinentales la perjudicaría tanto como a cualquiera. No creo que puedan, de algún modo, cortar quirúrgicamente esos cables que transportan el tráfico de información sin afectar sus intereses… todo se trata de bits y paquetes de datos, ¿correcto?”

Es por eso que –junto con el reclamo de Rusia a las partes del Círculo Polar Ártico, en un esfuerzo por anticiparse a los reclamos occidentales acerca de las reservas de petróleo sin explotar– esta amenaza implícita, en este caso a la infraestructura de comunicaciones occidentales, exige respuesta. No, no en la forma de una contraamenaza, sino una conversación abierta acerca de cómo administramos el uso y abuso de nuestros recursos compartidos.

Hasta que podamos demostrar que el Internet no es tanto una red nacional sino mas bien un verdadero servicio comunitario internacional, Rusia podría pensar que arriesga menos en su supervivencia que en su destrucción.