(CNN) – Idan Sharabi espera a su próximo cliente. Un lunes por la tarde en el mercado de Mahane Yehuda, en Jerusalén, su pastelería debería estar desbordando con turistas y lugareños, y a esta hora tan tarde, se deberían estar acabando los croissants del día.
En cambio, permanece en su negocio, y sabe que la gente no va a venir hoy. No vinieron ayer, y le preocupa que probablemente no vayan a venir mañana.
“Vacío”, dice Sharabi, no totalmente deprimido o desesperado, pero resignado a la sensación dominante de estar solo, una sensación que se ha extendido por las calles de Jerusalén. “Completamente vacío”.
Las calles del mercado, por donde normalmente es necesario dar una buena cantidad de codazos y empujones para abrirse camino, están casi desiertas, y se puede caminar de un extremo del mercado al otro sin chocar con otra persona.
“Durante dos semanas, ha estado vacío hasta el punto donde puedes jugar al backgammon en la calle”, reflexiona Sharabi.
Una cafetería cercana también está tranquila. “Los turistas siguen ahí, pero los israelíes ya no salen”, dice Jeremy Loulou, el dueño de la cafetería que se mudó de Francia a Israel en 2008. “Espero que esté llena pronto, pero no estoy seguro”.
Una ciudad unida, dividida por el miedo
Jerusalén es un municipio gobernado por un solo ayuntamiento. En muchos sentidos, la unidad termina ahí. En ningún lugar se hace esto más evidente ahora que en un recorrido en taxi que vaya del este de Jerusalén, que gran medida es palestina, al oeste de Jerusalén con una mayoría judía.
“Si quieres ir a un barrio árabe, consigues a un conductor árabe”, bromea un taxista israelí en Jerusalén Oeste, cuando le pedimos que dejara a uno de mis compañeros de trabajo en Jerusalén Este.
“Lo siento. No puedo llevarte. Tengo miedo de ir allí “, dice un taxista palestino en Jerusalén Este, cuando se le pide que haga lo contrario. Estos dos viajes en taxi ocurren en días totalmente diferentes, y sin embargo hablan como en respuesta al otro.
Una creciente sensación de temor se ha abierto camino en la tensión de la vida cotidiana, a medida que una ola de ataques contra los israelitas y violentos enfrentamientos entre manifestantes palestinos y las fuerzas israelitas han mantenido a las personas fuera de las calles. Aquellos que sí salen caminan con cautela, quizá incluso con temor, y se mantienen atentos por si ven algo o a alguien inusual.
De camino al mercado —cinco minutos a pie desde la oficina de CNN en Jerusalén— veo a dos niñas judías religiosas que caminan juntas. Cuando ven a una mujer que lleva un niqab musulmán, una chica agarra a la otra como para huir. La segunda chica camina resueltamente, negándose a permitir que el miedo de su amiga cambie su rutina.
No es solo el mercado. El Muro de los Lamentos —usualmente un ajetreo de actividades religiosas— se encuentra igualmente vacío. Los callejones y las calles de la ciudad vieja parecen estar abandonados.
La mayoría de los ataques recientes parecen imprevistos, no coordinados y en gran medida impredecibles; se han utilizado cuchillos u otros objetos afilados y esto ha hecho que sean difíciles de prevenir.
“Todo el mundo dice ‘No va a suceder, no va a suceder’”, dice Sharabi en su panadería, “y entonces les sucede a ellos”.
Este miedo ha desencadenado y, en algunos casos, exacerbado una desconfianza entre palestinos e israelíes. En un IKEA en Kiryat Ata, una ciudad al norte de Israel que no es conocida por ser parte del conflicto, la policía dice que un israelí apuñaló a otro israelí, creyendo que era árabe.
Cómo respondía antes Israel
En olas anteriores de ataques, Israel ha encontrado una manera de enfrentarse a la amenaza. Durante la Segunda Intifada a principios de la década de 2000, los terroristas suicidas tenían como objetivo autobuses y cafés israelíes, y muchos israelíes dejaron de usar el transporte público y evitaron las zonas públicas. Israel entonces construyó una barrera de separación entre Cisjordania e Israel, y estableció puestos de control en los pasos fronterizos. La barrera generó fuertes críticas contra Israel por parte de muchos en la comunidad internacional —los palestinos se refieren a ella como el “Muro del Apartheid”— pero redujo radicalmente la cifra de ataques suicidas.
En la guerra de Gaza del verano pasado, ataques con cohetes amenazaron a comunidades al sur de Israel, lo que hizo que muchas personas corrieran hacia refugios contra bombas cada vez que sonaban las sirenas. Los israelitas sabían que tenían 15 segundos para encontrar refugio. Israel desplegó el sistema de defensa contra misiles llamado la Cúpula de Hierro para interceptar los misiles que venían hacia ellos; colocó el sistema cerca de comunidades que se encontraban a cierto rango de los misiles y casi eliminó la amenaza.
Ahora, Israel está trabajando en un sistema de detección para encontrar los túneles que son cavados bajo la frontera de Gaza en dirección a Israel. Hamás, la organización militante que controla Gaza, considerada como una organización terrorista por Israel y Estados Unidos, usó los túneles para atacar comunidades en Israel durante la guerra. En el pasado, Israel ha desarrollado tecnologías para encontrar y neutralizar las amenazas.
‘Sin miedo de morir en absoluto’
Sin embargo, no existe un sistema de detección para un hombre enfadado con un cuchillo.
Oficiales de la policía ahora se encuentran en paradas de buses y en estaciones de trenes ligeros, donde antes no los verías. Las barricadas y los puestos de control son parte de fuertes restricciones contra el movimiento de palestinos dentro y alrededor de Jerusalén Este, y los soldados israelíes frecuentemente detienen a los palestinos que caminan por la ciudad para pedirles su identificación y revisar si portan armas. Pero la gente todavía se siente vulnerable.
“Estas medidas de seguridad, en cierto sentido, son más simbólicas. Tienen que ver más con un sentido de seguridad que con la seguridad en sí”, dice Amos Harel, un analista de las fuerzas armadas y de defensa para el periódico israelí Ha’aretz.
Muchos de los ataques supuestamente han sido llevados a cabo por palestinos jóvenes —a menudo adolescentes— que usan un cuchillo y objeto afilado que es fácil de conseguir, según la policía.
“Obviamente, el arma más común aquí es acuchillar y apuñalar. El aspecto interesante, desde mi punto de vista, es que en su mayoría es llevado a cabo por jóvenes, y estos jóvenes no tienen miedo de morir en absoluto”, dice Harel. “Estos jóvenes están perfectamente conscientes de que lo más probable es que sean asesinados de todas formas”.
Aunque cada individuo probablemente tiene un factor distinto que lo motiva, una frustración que viene desde hace mucho tiempo atrás con la ocupación de Israel de los territorios palestinos alimenta la tensión. La chispa, según Harel, es la incitación que se comparte y amplifica en las redes sociales. Cada bando comparte en gran medida los videos e historias que respaldan su propia narrativa. Mientras los israelíes muestran videos de los ataques palestinos, los palestinos comparten imágenes de cada puesto de control, cada barricada y cada vez que las fuerzas israelíes abren fuego.
La vida en Jerusalén Este
El miedo engendra más miedo, y cualquier preocupación entre los israelíes se manifiesta en más restricciones a los palestinos. Algunas de las barricadas y puestos de control en Jerusalén Este ahora han sido eliminadas, y se han levantado los límites de edad para las oraciones de los viernes en el complejo al-Aqsa, pero muchos palestinos, especialmente los que se encuentran en Jerusalén Este, aún viven con su propia sensación de miedo.
Rasem Obeidat de Jabel Mukaber, un barrio palestino en Jerusalén Este, trata de vivir una vida normal, pero se preocupa por sí mismo y sus cuatro hijos. Su hija y sus cuatro hijos ya están grandes —el menor tiene 17 años— pero eso no hace mucho por aliviar su miedo.
“Este no es solo un castigo colectivo. Es un acto de venganza colectiva”, dice sobre las barricadas y los puestos de control que se han vuelto parte de la vida diaria.
Israel desplegó a casi 2.000 agentes adicionales de la policía de fronteras en Jerusalén, en un esfuerzo por mantener la seguridad, dice, animando al mismo tiempo a los ciudadanos israelíes a llevar armas si tienen una licencia. Las solicitudes de permisos para portar armas se han disparado en las últimas semanas.
En el barrio de Obeidat, Israel colocó las llamadas barreras de concreto “temporales” entre Jabel Mukaber y un barrio judío cercano en Jerusalén Este, lo que restringe aún más el movimiento de los palestinos.
“No es cuestión de la seguridad”, dice Obeidat. “Es una cuestión de destrozar los sentimientos de las personas, humillarlas y quitarles sus derechos. Ellos están tratando de hacer que su gente se sienta segura de esta manera. Es una ocupación y ninguna otra palabra puede describirlos”.
En Isawiyya, otro barrio palestino en Jerusalén Este, puedes ver colas de gente que espera durante 30 minutos para pasar por los controles de seguridad. Las fuerzas de seguridad israelíes hacen que los palestinos levanten sus camisetas, se suban las piernas de sus pantalones y muestren documentos de identificación para pasar. A la mayoría de las mujeres se les permite pasar sin controles, aunque a veces las fuerzas de seguridad revisan sus bolsos.
Mientras nos encontramos cerca del puesto de control para grabar video, vemos a palestinos que llaman a casa a sus familiares para informarles que han cruzado de manera segura.
Incluso cuando las barreras de cemento y los puestos de control han sido eliminado se algunos barrios palestinos, ellos han permanecido en Isawiyya.
“Parece ser un castigo colectivo”, dice Rasha Othman, una madre de dos niñas que vive en el vecindario. “Es una prisión dentro de una más grande. Ellos restringen nuestra respiración, restringen cada detalle de nuestras vidas, y si la situación continúa así, entonces alquilaré una casa en otro lugar y me iré de aquí”.
No queda terreno común
Por todas las declaraciones que los líderes israelíes y palestinos han hecho a los medios, han hecho pocas declaraciones, si es que alguna, unos a otros. Parece como si la influyente opinión internacional es más importante que desarrollar un entendimiento mutuo. Ambas partes ven la reciente ola de violencia como completamente en blanco y negro.
Un acuerdo entre Israel y Jordania para establecer una vigilancia las 24 horas en uno de los sitios más santos de Israel, conocido como el Monte del Templo para los judíos y como el Santuario Noble para los musulmanes está diseñado para aplacar las tensiones en el sitio. Sin embargo, la violencia se ha extendido más allá de Jerusalén, y calmar a la ciudad santa podría tener poco efecto afuera de sus muros.
La mayoría de personas con las que he hablado parece querer una vida normal. Una rutina diaria. Paz y tranquilidad.
Dos ideas sencillas.
Idan Sharabi dirige la vista hacia el mercado de nuevo.
Al menos tiene a uno de ellos.