En un solo verano se perdieron más de 200 pies (60 metros) de hielo del frente del Sólheimajökull, un glaciar en Islandia, visto en abril del 2006.

Nota del editor: Susan Goldberg es editora en jefe de la revista National Geographic, la cual dedicó su edición completa de noviembre al cambio climático. Las opiniones expresadas en este comentario son únicamente las de la autora.

(CNN)– Cuando National Geographic envió por primera vez a algunos de los mejores fotógrafos y cartógrafos del mundo en una misión hace más de 125 años, no se pretendía captar las fotos del “antes” de un planeta en peligro. Pero eso es exactamente lo que sucedió.

A lo largo de las décadas, desde el Matterhorn hasta la Gran Barrera de Coral y la capa de hielo de la Antártida Occidental, estos intrépidos exploradores se convirtieron en los encargados del registro visual del cambio climático.

Hoy, ese registro es alarmantemente evidente. Desde finales del siglo XIX, la temperatura promedio de la Tierra aumentó 1,5 grados Fahrenheit, derritiendo glaciares y elevando el nivel de los mares.

Como señaló este año el presidente Barack Obama, “la reducción de los casquetes de hielo obligó a National Geographic a efectuar el mayor cambio en su atlas desde que se disolvió la Unión Soviética”.

Mientras tanto, casi una quinta parte de la selva amazónica, la cual almacena una cuarta parte de todo el carbono encontrado en la superficie terrestre del mundo, ha sido destruida a lo largo de los últimos 40 años. En 1980, los científicos registraron 291 inundaciones “catastróficas”, sequías, tormentas y otros acontecimientos climáticos; el año pasado, ese número se triplicó a 904.

Los humanos constituyen una especie altamente adaptable. Solo pregúntales a los inuit de Groenlandia, quienes —en palabras de un antropólogo— “pasaron de la caza de subsistencia a Facebook en menos de un siglo”. Sin embargo, nuestra adaptabilidad tiene límites.

El cambio climático está afectando casi todo. Está desplazando a culturas enteras, representando desafíos para nuestra salud, debilitando nuestras economías y amenazando nuestra seguridad nacional.

La pregunta a la que nos enfrentamos a medida que los periodistas registran el estado del planeta es difícil: ¿escribiremos un nuevo capítulo en el progreso de la humanidad? ¿O acaso escribiremos el obituario de la Tierra?

Dado que los líderes mundiales se reunirán este mes en París para la Conferencia sobre el Cambio Climático de la ONU, al parecer, por suerte, los años de vacilaciones y negación han quedado finalmente atrás. Aunque algunos candidatos presidenciales siguen cuestionando la ciencia y el impacto del cambio climático, las encuestas recientes muestran que tres cuartas partes de los estadounidenses ahora reconocen que el cambio climático está ocurriendo.

El papa Francisco se ha referido al cambio climático como “uno de los principales desafíos que enfrenta la humanidad en nuestros días”. Diez de las mayores compañías de petróleo y gas en el mundo, desde BP hasta Shell y Saudi Aramco, han expresado su apoyo a las reformas climáticas.

Es fundamental que contribuyamos con este impulso.

Al final, de todas las conversaciones sobre tecnologías alternativas de energía, la fuente más importante de energía somos todos nosotros. Es por eso que todos nosotros —personas, empresas y gobiernos— tenemos la responsabilidad de solucionar los problemas que hemos causado.

Consideremos, por ejemplo, el consumo personal. Es fácil suponer que una sola persona no puede afectar al calentamiento de nuestro mundo y esa es parte de la razón por la que abordar el cambio climático es desalentador. Pero una persona puede hacer la diferencia.

Dejar el auto en casa dos veces por semana puede reducir dos toneladas de emisiones de carbono al año. Si la familia estadounidense promedio lavara la ropa con agua fría, eso podría ahorrar un poco más de 725 kilos de CO2 al año. ¿Qué sucede con todos los cargadores de teléfonos y otros aparatos electrónicos que conectamos y no usamos? Esos consumen el equivalente a una docena de plantas de energía, lo que significa que con el simple hecho de apagar y encender una regleta le podría ahorrar a tu hogar hasta 200 dólares por año, al mismo tiempo que ayuda a salvar el planeta. Simplemente demuestra que cuando se trata del cambio climático, no existen tales cifras insignificantes.

Al mismo tiempo, los científicos, líderes de negocios y empresarios por igual se están dando cuenta de los beneficios de una economía verde, ya sea que se trate de grandes corporaciones estadounidenses que ahorran millones por reducir el uso de energía o de negocios emergentes que venden luces solares para proveedores fuera de la red en la India y Birmania.

Actualmente, solo el 13% de la electricidad en Estados Unidos proviene de tecnologías renovables. Pero si la industria estadounidense realmente asume este compromiso, Estados Unidos podría ser la “era del cambio climático” al igual que fue la “era de la información”… el impulsor y beneficiario de una economía revolucionaria.

Por último, los gobiernos deben impulsar una respuesta nacional e internacional a este determinante desafío de nuestros tiempos. Quienquiera que sea juramentado como presidente en el 2017 no solo tendrá que negociar y adherirse a límites estrictos sobre las emisiones de carbono, sino que él o ella tendrá que fomentar la transformación de Estados Unidos para convertirse en una sociedad sostenible.

De hecho, ya hemos visto que países como Alemania han tomado la delantera al generar más de un cuarto de su energía con fuentes renovables. En Estados Unidos, las autoridades de todos los niveles serán responsables de mejorar la infraestructura obsoleta, de construir ciudades más inteligentes y de estimular el desarrollo de energía eólica, solar y otras tecnologías renovables.

Estados Unidos ya ha aumentado 15 veces la energía eólica y solar desde el 2003. Con la inversión adecuada y el apropiado liderazgo, Mark Jacobson, el ingeniero de Stanford, calcula que Estados Unidos podría dejar de depender por completo de los combustibles fósiles para el 2050.

El mensaje pasado y futuro de las revistas es claro. De una u otra forma, nosotros, los habitantes de la Tierra, necesitamos desacelerar el impacto. La elección —y la oportunidad— es nuestra.