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Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Encuentro. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) – Mi psiquiatra, el pobre, no ha detectado todavía por qué me gusta ver series de televisión de hace 40 o 50 años. Si son en blanco y negro y con el sonido chirriante, mejor. Como esos ruiditos guturales que hace  la radio de onda media cuando viene tormenta.

Pues a lo que iba, que en un capítulo memorable de The Waltons -que cuenta la vida de una familia campesina en EE.UU. durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial- una vecina alemana está a punto de ser trucidada solo por ser alemana.

El vocerío no repara en que la mujer ha huido de los nazis. Y justo cuando los vecinos enardecidos se disponen a quemar un montón de libros, la mujer comienza a leer en alemán uno de tales libros. Un rústico grita: “¡A la hoguera!”. Y es cuando John Boy, uno de los personajes más entrañables de la serie, revela que ese libro es la Biblia.

En las calles de la ciudad holandesa de La Haya, por cierto, la cuna del calvinismo, dos jóvenes con ganas de jorobar la pita disfrazan una Biblia de Corán y les leen a los peatones algunos de sus pasajes como el que sostiene que “una mujer debe aprender en silencio y total sumisión”. O este otro: “Si dos hombres se acuestan juntos, a los dos tendrá que dárseles muerte”.

Una mujer exclama “No sé cómo alguien puede creer en eso”. Otra sostiene que así son los musulmanes. Una anciana dice que los musulmanes quieren obligarnos a tener las mismas creencias que ellos.

El experimento se pone bueno cuando los chicos preguntan a la gente cuáles son las principales diferencias entre la Biblia y el Corán. Hay que verlo: la gente responde que el Corán es muy agresivo y que la Biblia dice cosas más positivas. Cuando se descubre la verdad, la gente se queda de una pieza.

“La diferencia entre una idea y un prejuicio es que una idea se puede explicar”, me dijo alguien hace muchos años . Y tenía razón.