(CNN)– A veces un momento histórico llega como una película IMAX: un evento grande, fuerte y discordante que dobla el arco de la historia.
Sin embargo, otras veces sorprende a las personas. Parece modesto en el momento, pero más tarde los estadounidenses se dan cuenta de que marcó un punto de transformación… que algo nuevo había surgido en el escenario nacional y que las antiguas reglas ya no aplicaban.
¿Acaso el presidente Barack Obama tuvo un momento así esta semana cuando lloró abiertamente por niños que fueron asesinados a causa de la violencia por armas?
Algunos dicen que sí, y que las lágrimas de Obama fueron más radicales de lo que las personas se dan cuenta. La mayoría de personas conocen el trasfondo: mientras anunciaba las órdenes ejecutivas el martes para fortalecer la ley de control de armas, Obama se detuvo con el clic de las cámaras. Trató de recuperar su compostura, pero luego las lágrimas fluyeron a medida que él hablaba sobre los 20 niños que fueron asesinados por un atacante en la escuela primaria de Sandy Hook en 2012.
Algunos comentaristas dijeron más adelante que el momento fue notable porque Obama es conocido por su aparente objetividad tipo Spock.
Pero el momento fue más que notable, fue revolucionario, dijeron varios historiadores y politólogos.
“Esta es la mayor emoción que un presidente estadounidense ha mostrado jamás frente a la cámara”, dijo Jerald Podair, profesor adjunto de historia en la Universidad de Lawrence en Wisconsin “Casi puedo garantizar que cuando haya alguna clase de collage que muestre el mandato de este presidente, este momento estará allí”.
A Obama no solo se le llenaron los ojos de lágrimas, dicen Podair y otros. Él le presentó algo nuevo a la vida pública estadounidense en tres niveles: espiritual, político y presidencial.
Él demostró el ‘poder de la impotencia’
¿Recuerdas la película de Hollywood Avión presidencial? En la película de 1997, un grupo de terroristas rusos secuestran el avión del presidente mientras él está abordo. Pero se metieron con el presidente equivocado. El comandante en jefe, interpretado por Harrison Ford, retoma el control del Air Force One, intercambiando golpes e involucrándose en tiroteos con los terroristas.
La exitosa película reforzó la noción del presidente como héroe, un hombre poderoso que sabe cómo dar un asunto por terminado. Esta es la razón por la que algunos historiadores hablan con admiración abierta acerca de la racha infame del presidente Andrew Jackson, quien una vez mató a un hombre por insultar a su esposa, la fortaleza del imponente Abraham Lincoln, o incluso la astucia maquiavélica de Lyndon Johnson, quien una vez dijo que no podía confiar en un hombre “a no ser que tenga su miembro en mi bolsillo”.
Sin embargo, Obama fue inspirado por un nuevo guión cuando lloró abiertamente ante una audiencia en la Casa Blanca, dice Meg Mott, profesora de ciencias políticas de Marlboro College en Vermont.
Obama es el primer presidente de Estados Unidos que viene de una tradición afroamericana, donde a los pastores y a las congregaciones se les anima a ser abiertos respecto a su dolor e incluso sus fracasos, dice Mott. Ella hizo referencia al contexto político de las lágrimas de Obama: estaba admitiendo que no podía lograr que una legislación sobre el control de armas fuera aprobada incluso después de lo ocurrido en Sandy Hook porque el tema se había vuelto tan polarizado.
“Él supuestamente debe ser la persona más poderosa del mundo”, dice Mott. Es el líder del mundo libre. Pero al llorar es como si dijera que no hay nada que pueda hacer sino aceptar y admitir la impotencia de mi situación”.
Eso no es lo que los líderes políticos estadounidenses han hecho tradicionalmente, dice. La mayoría de ellos desde hace mucho han sido definidos por sensibilidades protestantes de los blancos: es mejor si el dolor se mantiene en privado, un pequeño suspiro y quizá los ojos llenos de lágrimas en público, pero eso es todo.
“La mayoría de nuestros líderes protestantes blancos han hecho que sea un orgullo mantener sus sentimientos controlados”, dice Mott.
Obama es diferente. Él viene de la tradición de la iglesia negra, dónde los líderes no ocultan cómo se sienten. Su apreciación de la iglesia negra y a sus líderes más famosos es bien conocida. Tiene un busto del reverendo Martin Luther King Jr. en el Despacho Oval. Invocó la frase de King, “la intensa urgencia de ahora” en su discurso desde la Casa Blanca sobre el control de armas. Y, al igual que un predicador negro que siente el momento, se apartó del texto para improvisar durante ese discurso.
En la tradición de la iglesia negra, se espera que los líderes muestren emoción, incluso dolor. Cuando King pronunció su último discurso la noche antes de que fuera asesinado —en el que dijo, “Yo he estado en la cumbre”— sus ojos aparentemente se le llenaron de lágrimas mientras le admitía a la audiencia que podría no vivir mucho tiempo más.
Durante los servicios de adoración en las iglesias negras, no es raro escuchar que las personas “testifiquen” públicamente sobre sus adversidades, o pidan ayuda a gritos. Existe una autoridad moral en la impotencia: ser capaz de perdonar, mostrar misericordia y “seguir adelante” aunque la situación parezca desesperada.
Obama “ha experimentado ese poder, el poder de la impotencia”, dice Mott.
Quizá el único líder político nacional que tuvo un momento como el de Obama de pura vulnerabilidad fue un político que sabía algo sobre el sufrimiento. Su nombre era Robert Kennedy.
El momento de Kennedy se produjo en Indianápolis en 1968. Él se había postulado a la presidencia y había hecho una parada en una comunidad negra para dar un discurso cuando se enteró de que King había sido asesinado. Debido a que temía que hubiera disturbios, se subió a la parte trasera de un camión de plataforma y le dio a conocer la noticia a la impresionada multitud.
Luego invocó su sufrimiento al referirse al asesinato de su hermano, el presidente John F. Kennedy.
“Para aquellos de ustedes que son negros y están tentados a… llenarse de odio y desconfianza por la injusticia de tal acto en contra de todos los blancos, solo puedo decirles que en mi corazón tengo el mismo sentimiento”, dijo. “Perdí a un miembro de mi familia, pero él fue asesinado por un hombre blanco”.
No hubo disturbios en Indianápolis esa noche. Dos meses después, Bobby Kennedy fue asesinado.
“Tuvo que impedir que Indianápolis explotara”, dice Mott. “En lugar de decirle a la multitud que puedo resolver este problema porque soy un Kennedy, él dijo que podemos trabajar juntos porque yo sé qué se siente perder a alguien tras ser asesinado por alguien de raza blanca”.
Un hombre negro se vuelve común y corriente
Los presidentes no solo son líderes políticos. Son figuras paternales. A George Washington lo llamaron “el padre” de nuestra nación. Lincoln era conocido como el “Padre Abraham”. Estas designaciones íntimas hablan del vínculo cercano que muchos estadounidenses tradicionalmente han forjado con sus presidentes.
Sin embargo, Obama desde hace mucho ha luchado por ser aceptado como “uno de nosotros”, debido a que es tan diferente de sus predecesores en el Despacho Oval. Algunos críticos han tratado de convertir su singularidad en un pasivo político. Las acusaciones —de que es socialista, de no provenir de lo que en realidad es Estados Unidos, las conspiraciones sobre su lugar de nacimiento— trasladan una sospecha de que Obama es un intruso en la Casa Blanca.
El exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani le dio voz a esa sospecha el año pasado, cuando declaró en una cena “yo no creo que el presidente ame a Estados Unidos”.
“Él no te ama a ti. Y no me ama a mí”, dijo Giuliani. “No fue criado de la forma en la que tú y yo fuimos criados; yo fui criado por medio del amor a este país”.
Sin embargo, esa afirmación no tendrá el mismo impacto tras las lágrimas de Obama sobre la muerte de niños estadounidenses en una escuela, dice Podair, el historiador de la Universidad de Lawrence.
Aquí vimos a un hombre negro que lloraba por el asesinato de niños blancos. Aunque en su discurso Obama también invocó a los niños negros que fueron asesinados a causa de la violencia en Chicago, Podair señaló que el momento en el que Obama perdió el control fue cuando citó los asesinatos de niños en una escuela primaria predominantemente blanca.
En ese momento, dice Podair, Obama dejó de ser el intruso en el Despacho Oval con el nombre curioso.
“Cuando llora muy conmovido frente a la cámara, y llora por niños blancos, ahora es el padre en jefe”, dice Podair. “Ellos son sus hijos. Él evidentemente está derramando lágrimas por niños blancos a quienes también considera como sus hijos. Es un momento importante”.
El momento también es importante debido a cómo Estados Unidos tradicionalmente ha visto a los hombres negros, dice Podair. Ellos desde hace mucho tiempo han sido considerados como “Los otros”: la gran amenaza criminal, el gran atleta, el gran animador.
Sin embargo, Obama era solo un hombre y un padre cuando lloró, dice Podair. Cualquier persona común y corriente podía relacionarse con lo que estaba sintiendo.
Y el hecho de que un hombre negro sea ordinario en Estados Unidos es, bueno, extraordinario, dice Podair.
“Él ya no es ‘El otro’”, dice Podair. “Es nosotros, y en muchas formas, ese es el mayor triunfo de Obama”.
Redefinir la masculinidad presidencial
Este fue uno de los mejores momentos de George Washington. Y sucedió lejos del campo de batalla.
Los soldados estadounidenses estaban a punto de amotinarse en el ocaso de la Guerra de Independencia. Ellos estaban molestos porque el Congreso no les había cumplido con el pago retroactivo y las pensiones. Alrededor de 500 oficiales organizaron una reunión para discutir si las tropas deberían tomar el control del nuevo gobierno.
“Caballeros”, dijo, “tienen que disculparme, ya que no solo me han salido canas sino que me he quedado ciego en el servicio a mi país”.
Los oficiales quedaron desarmados. Algunos lloraron abiertamente. Su enojo se convirtió en vergüenza. El motín había terminado. La intervención de Washington duró más o menos 15 minutos, pero salvó la democracia estadounidense.
Él demostró que un presidente podía sobrevivir al demostrar una vulnerabilidad emocional, si lo hacía de la manera correcta, dice William G. Howel, historiador presidencial y profesor de ciencias políticas en la Universidad de Chicago.
“Él trasladaba una vulnerabilidad que había surgido de un gran sacrificio”, dice Howell, autor del próximo libro “Relic: How Our Constitution Undermines Effective Government – and Why We Need a More Powerful Presidency”.
Históricamente, los políticos temían expresar demasiada emoción como los atletas temían las lesiones en sus rodillas: podían ponerle fin a sus carreras.
La campaña del fallecido senador Edmund Muskie fue condenada en 1972 cuando supuestamente lloró mientras defendía públicamente a su esposa del ataque de un periódico durante una parada como parte de su campaña en Nuevo Hampshire. Y las ambiciones de ocupar el Despacho Oval del excandidato demócrata Howard Dean fueron condenadas por su famoso “grito” durante un escandaloso evento de su campaña.
Sin embargo, Obama demostró que un político podía llorar públicamente y demostrar fuerza al mismo tiempo, dice Howell.
“Los presidentes se meten en problemas cuando parecen estar alejados, distantes o desafectos. Esta fue la antítesis de esto”, dice Howell. “Este no es un presidente fuera de control. Este es un presidente que está trasladando una determinación obstinada”.
En medio de sus lágrimas, Howell dice que el presidente hizo un argumento sutil. Él dijo que tal como la Constitución le daba a los estadounidenses el derecho a portar armas, también les daba el derecho de congregarse pacíficamente, el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad… derechos que les eran quitados a las víctimas de la violencia por armas”.
“Él está siendo vulnerable y decidido. Está expresando enojo, pero destaca sus derechos constitucionales”, dice Howell. “Parece profundamente embriagador, pero existe esta profunda expresión del corazón que también está siendo trasladada”.
La manera en la que el presidente se comporta tiene un impacto más allá de la política, dice Podair, el historiador de la Universidad de Lawrence.
Dice que los hombres estadounidenses a menudo obtienen sus indicios de masculinidad de los presidentes. La “vida extenuante” de Theodore Roosevelt —su énfasis en la caza, la aventura, estar “en el estadio”— inspiró a hombres estadounidenses que temían estarse debilitando a medida que más de ellos se trasladaban a ciudades a finales del siglo pasado. John Kennedy inspiró a toda una generación de hombres para que dejaran de llevar puestos sombreros en público, y su comportamiento irónico y desprendido le dio forma a la cultura masculina a principios de los años sesenta, dice Podair.
“La mayoría de presidentes ponen su sello culturalmente en sus épocas”, dice Podair. “Ellos le dicen a las personas ‘Así es como debes ser hombre. Así es como debes vestirte. Así es como te debes comportar’”.
Obama hizo lo mismo por los políticos y los hombres cuando lloró esta semana, dice Podair.
“Ahora está permitido que los hombres lloren. Y está permitido que los presidentes lloren”.
Las lágrimas de Obama podrían desaparecer del ciclo de noticias. Pero él ya ha sugerido que el momento no desaparecerá de su memoria. Durante una reunión pública sobre las armas, organizada por CNN, él dijo estar sorprendido por sus lágrimas. También dijo que seguirá impulsando por un mayor control de armas, independientemente de los costos políticos.
“Esa fue la única vez en la que he visto al Servicio Secreto llorar mientras estaban de servicio”, dice Obama sobre su visita a Newtown, Connecticut, luego del tiroteo en Sandy Hook. “Eso me sigue atormentando. Fue uno de los peores días de mi presidencia”.
El martes podría resultar siendo uno de los días más inolvidables de su presidencia. Se trata de un presidente que demostró que no es un héroe poderoso, un hombre negro que lloró por niños blancos, un político que cambió las reglas sobre las lágrimas públicas… quizá algo efectivamente ocurrió esta semana.
Desde hace mucho tiempo, los críticos de Obama han dicho que es un radical, alguien nuevo para Estados Unidos, alguien diferente a sus predecesores en el Despacho Oval.
Al menos esta semana, tuvieron razón.