Nota del editor: Timothy Stanley es historiador y columnista para el Daily Telegraph de Gran Bretaña. Es el autor de “Citizen Hollywood: How the Collaboration Between L.A. and D.C. Revolutionized American Politics”. Las opiniones expresadas en este comentario son exclusivamente las del autor.
(CNN) – Donald Trump desafía a sus críticos, y este es uno de los aspectos que sus seguidores más admiran de él. Es llamativo, crudo y filosóficamente impreciso: él debería haberse venido abajo como candidato presidencial republicano hace mucho tiempo.
Sin embargo su importante victoria en las primarias de Nueva Hampshire finalmente demuestran que sus resultados en las encuestas nacionales pueden convertirse en votos. Trump puede ganar. Deben detenerlo.
Trump es un magnate de los bienes raíces que ayudó a transformar el horizonte de Nueva York en los años ochenta, antes de dedicarse a un imperio de casinos y ventas al por menor que incluye una línea de ropa de mal gusto. Previamente se identificaba como un independiente y demócrata, antes de aparentemente cambiarse a la derecha hace diez años.
Cuando entró a las primarias presidenciales republicanas, muchos de nosotros lo descartamos como un ardid publicitario. El hecho de que fuera una publicidad tan mala debió habernos dicho que estábamos equivocados. Trump atacó a los inmigrantes ilegales, —tildó a muchos de ellos de “violadores” y afirmó que “algunos, asumo, son buenas personas”— y prometió rodear el país con un muro.
A partir de ello los expertos dedujeron que él era de extrema derecha, si no es que un nacionalista, como Marine Le Pen de Francia. Pero su atractivo resultó ser más complejo.
En algunos temas nacionales es más del ala izquierda: salud, gasto en infraestructura e impuestos. En temas sociales, como la inmigración, su apariencia de tipo rudo toca una fibra sensible con las personas que sienten que han sido traicionadas por un débil liderazgo nacional y silenciadas por la corrección política.
Ellos se deleitan en el descaro de un hombre cuya fortuna significa que no está en deuda con nadie… y a quien no parece importarle si gana o pierde.
Los estadounidenses eligen a sus candidatos presidenciales en una serie de elecciones o primarias estatales… y Trump perdió las primeras elecciones en Iowa. Eso probablemente se debió a que el estado es bastante religioso y a que los ganadores ahí tienden a tener una buena estrategia base. Sin embargo, ganó en el estado de Nuevo Hampshire, el cual es más secular y tiene un distrito electoral interesante que incluye a personas que se describen como moderadas y a nuevos votantes.
En otras palabras, la campaña de Trump plantea un desafío para el liderazgo del partido Republicano y su ‘establishment’ conservador. El liderazgo no ha logrado defenderse porque se encuentra tristemente dividido.
¿Pueden los republicanos moderados unirse para derrotar a Trump?
En Nueva Hampshire había cuatro candidatos moderados al estilo del ‘establishment’: Jeb Bush, Chris Christie, Marco Rubio y John Kasich. Cada uno de ellos tiene fortalezas y debilidades. Kasich, el gobernador de Ohio, se ubicó segundo lugar y tiene una buena base como para dirigir la lucha contra Trump. Pero no tiene ni el dinero ni la organización necesarias para organizar una campaña a lo largo de estas primarias que son tan complejas y costosas. Jeb Bush tiene la mayor cantidad de dinero y activistas, pero ha abrumado a los votantes.
Existe una oportunidad de frenar a Trump en Carolina del Sur el 20 de febrero. Ese estado es más conservador desde el punto de vista ideológico, con un liderazgo partidario local más fuerte y una tradición de preferir a los candidatos de la corrientes tradicionales. Sin embargo, si el campo moderado sigue estando dividido, es muy probable que Trump gane de nuevo.
Y eso sería malo para todos nosotros. Tump ha cumplido con un propósito útil: ha minado la arrogancia del ‘establishment’ y ha demostrado que el carácter puede derrotar a grandes cantidades de dinero en la política estadounidense. Sin embargo, él representa una política de protestas, y eso rara vez se traduce en un buen gobierno.
Su caracterización de los migrantes mexicanos —legales o de otra forma— está mal y es perjudicial en una época en la que Estados Unidos está evolucionando hacia una sociedad menos blanca. Su postura sobre la inmigración musulmana, la cual interrumpiría hasta que la amenaza terrorista sea controlada, es racista.
A Trump no le interesan las cosas por las que los conservadores regulares han luchado durante toda su vida: el control del aborto, la protección del matrimonio y la reforma al mercado del cuidado de salud. Su inclinación hacia ampliar al gobierno y ponerlo del lado de su pueblo no es terriblemente constitucional. Y su afirmación en un debate en relación a que el propósito del conservadurismo es preservar la riqueza es espiritualmente empobrecida.
El Partido Republicano tiene que detenerlo… antes de que sea demasiado tarde.