Nota del editor: Frida Ghitis es columnista de asuntos mundiales para el Miami Herald y el World Politics Review, y es excorresponsal y exproductora de CNN. Síguela @FridaGhitis. Las opiniones expresadas en esta columna son solo suyas.
(CNN) – Qué mal que Superman no se haya postulado a la presidencia de Estados Unidos; este habría sido su año. Los estadounidenses, como lo hemos descubierto, estamos molestos, frustrados, desilusionados… y anhelamos tener un salvador.
Esto sucedió antes, hace casi un siglo en Europa. Era una época de desesperación, una época en la que los viejos modelos no parecían estar funcionando, cuando el mundo estaba cambiando de maneras que resultaban confusas, y cuando los individuos sumamente confiados propusieron una forma de escapar al culpar a los chivos expiatorios y prometer un cambio emocionante, casi milagroso. Los resultados fueron catastróficos.
No, Estados Unidos no es la Alemania de los años treinta… en lo absoluto. Sin embargo, las imágenes de Europa después de la Segunda Guerra Mundial siguen viniendo a la mente. Los paralelos no son precisos, pero escuchamos los ecos y vemos las sombras. Deberíamos poner atención a las advertencias.
¿Quién habría pensado que en el siglo XXI, los votantes estadounidenses estarían considerando seriamente como candidatos presidenciales a un neofascista y a un neosocialista… ambos retrocesos a las utopías antiguas y fracasadas? ¡Piensa en la moda retro!
Al ver cómo Donald Trump aviva a sus partidarios para que entren en un frenesí, mientras los ataca a “ellos” —de quien esté hablando en ese momento—, cómo promete regresar a Estados Unidos a la grandeza y luego muestra su sonrisa de satisfacción, la mente se vuelve a esas imágenes noticiosas de Benito Mussolini, el teatral “Duce” italiano, el líder, quien se convirtió en la figura central de la Italia fascista de hace un siglo.
¿Es Trump fascista? No, no del todo. De hecho, Trump no propone nada parecido a una ideología coherente. Él es un “Trumpista”. Y nosotros solo estamos aprendiendo lo que eso significa, junto con él, mientras lo inventa.
Los fascistas consideraban a la nación como un organismo que reemplaza las necesidades del individuo. Eso no coincide con la retórica de Trump. Sin embargo, los fascistas también ridiculizaban y suprimían a la oposición, y adoptaban un nivel de autoritarismo que solo podemos esperar que Trump rechace. Pero ¿quién sabe?
Culto a la personalidad
Una similitud clara entre Trump y los políticos populistas de la década de 1930 es su capacidad para crear y obtener energía a partir de un culto a la personalidad. La principal plataforma de campaña del favorito republicano es que él hará que todo esté bien. Trump lo arreglará. Trump hará que Estados Unidos sea grande de nuevo. ¿Cómo? Eso no está claro. Él lo hará por el poder de su escencia de Trump. Y sabemos que va a funcionar porque míralo, mira lo exitoso que es. Mira lo fuerte e intrépido que es. Hay muy poco en términos de sustancia. Simplemente hay mucho de Trump.
Y para demostrar cuánto lo necesita Estados Unidos, él les recuerda a los estadounidenses que el país está sumido en profundos problemas. Hace alusión a conspiraciones nefastas, menciona cada problema y cada amenaza, y lo hace sonar tan ominoso como sea posible. Y luego promete abordarlos sin piedad, incluso si eso significa cometer crímenes de guerra, violar la Constitución y expulsar a millones de personas del país. Eso, dicho sea de paso, crearía una versión digital a color de esas deportaciones de los años treinta: fuerzas de seguridad estadounidenses armadas (muy armadas) conducían a las personas aterradas a los trenes. (¿O él los haría caminar al otro lado de la frontera?)
El carisma es un poder peligroso en las manos equivocadas. Cuando se combina con un descontento popular y con un cambio que desorienta, puede hacer de la democracia una farsa y puede desfigurar a una sociedad.
Validando prejuicios
Trump tiene una extraña habilidad para sacar a relucir los peores instintos de las personas. Él valida los prejuicios que las personas tratan de borrar de sus corazones. Trump parece alarmantemente reacio a distanciarse a sí mismo del apoyo del KKK. En lugar de debatir ideas y políticas, Trump insulta y se burla de las personas. Él rutinariamente aparece para defender los crímenes violentos en contra de los manifestantes, otro retroceso inquietante hacia los años treinta, y establece una marcada distinción entre “nosotros” y “ellos”.
No sabemos qué clase de presidente sería. Es difícil imaginar que seguiría hablando de golpear a las personas en la cara, o que se seguiría burlando de las personas con discapacidades, o que cumpliría sus propuestas ilegales o disparatadas como jefe de Estado. Sin embargo, no se sabe. Él ya ha desafiado todas las predicciones.
En una nueva serie de sucesos desde el debate republicano del jueves, los oponentes de Trump, quienes habían parecido estar intimidados por los ataques que Trump hizo contra Jeb Bush, finalmente han decidido enfrentarlo. Es bueno ver que desafían sus propuestas vacías, pero es inquietante ver que el senador Marco Rubio también recurre a ataques impulsados por la personalidad, lo que genera risas por parte de sus partidarios. A pesar de las risas, se trata de un espectáculo triste.
Sanders encontró un chivo expiatorio
Luego está el otro extremo del espectro político: el senador Bernie Sanders, el político socialista independiente de toda la vida independiente ahora se postula como demócrata.
Sanders no es un marxista de los años treinta. Él no defiende la toma de control por parte del estado de los medios de producción, y la abolición de la propiedad privada. Pero en el espíritu de sus convicciones socialistas, él también ha encontrado un chivo expiatorio para todo lo que afecta a Estados Unidos. Sanders exprimiría a los ricos, para quienes no oculta su desprecio. A modo de demagogo declaró que “El fraude es el modelo de negocios de Wall Street”.
Sanders propone programas sociales que contienen la semilla de ideas posiblemente útiles, y sin duda apunta a fallas muy reales en el sistema. Sin embargo, su enfoque general, si alguna vez podría ser implementado, tiene los ingredientes de un desastre económico. Lo sabemos porque eso ya fue probado.
La abrumadora victoria de Hillary Clinton en Carolina del Sur podría marcar el principio del fin para el movimiento de Sanders, lo que quizá es una señal de que los votantes saben que las ofertas idealistas de Sanders, sin importar cuán atractivas sean, están desconectadas de lo que es posible.
Sus planes crearían déficits tan grandes que no hay suficientes ceros en la calculadora para registrarlos. Sus planes producirían déficits de entre 18 billones de dólares a 30 billones de dólares a partir de nuevos gastos. Puedes exprimir a los multimillonarios de Wall Street tanto como quieras. Incluso ellos no tienen esa cantidad de dinero. Y mientras estás en ello, puedes ver qué es lo que le ocurre a la economía si impones los impuestos requeridos para siquiera iniciar esos programas.
Sanders dirige una campaña honorable, pero equivocada
Tanto Trump como Sanders defienden el hecho de otorgarle mayores poderes al gobierno. Sin lugar a dudas, Sanders parece apuntar a obligar a que se dé una discusión de temas importantes en la campaña y, a diferencia de Trump, ha dirigido una campaña honorable, razonada y respetuosa.
Trump aparentemente ampliaría al gobierno para asegurar al país frente a enemigos e inmigrantes. Sanders haría que pagara por los planes sociales. Ambas posiciones recuerdan un poco a Nirvana, al decirle a los votantes que se sienten intranquilos —por la creciente desigualdad, las costosas guerras que nos e han ganado, y por una sensación de que Estados Unidos se está empezando a quedar atrás— que tienen una respuesta para reparar al país, para hacer que se sientan seguros.
De nuevo, aquí no hablamos de Europa en los años treinta, pero la experiencia europea conlleva una advertencia: ten cuidado de los políticos que ofrecen soluciones fáciles. Los discursos provocadores no son garantía de un mejor futuro.
Cuando Europa estuvo bajo la influencia de las ideologías utópicas, los hijos de los inmigrantes europeos que viven en los Estados Unidos crearon Superman. Para entonces, el mundo necesitaba desesperadamente a un superhéroe.