Raúl Castro y Barack Obama en Cuba.

Nota del Editor: Jorge Gómez Barata es columnista, periodista y exfuncionario del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y exvicepresidente de la Agencia de noticias Prensa Latina. Las opiniones expresadas en este texto corresponden exclusivamente al autor.

Cuando a fines del siglo XX, el socialismo dejó de existir en Europa Oriental y la Unión Soviética se desplomó, Cuba comenzó –cautelosamente— a introducir reformas. Era evidente que en la isla ocurrirían cambios sustantivos. Entonces, cuando el bloqueo y la confrontación con Estados Unidos constituían obstáculos formidables, mis dudas, más que con el contenido de las mutaciones, se relacionaban con los plazos, los ritmos y las escalas.

Finalmente, veinte años después, ante la evidencia de que el modelo heredado no funcionaba, el presidente Raúl Castro impulsó la remodelación de la economía. Con las nuevas medidas, debutaron actores que han constituido un vasto sector no estatal. Esos factores, sumados a la aparición de estratos formados por gerentes, empleados de  empresas mixtas y extranjeras, y otros, matizaron la estructura social cubana y dieron lugar a que en la isla, la política se enriqueciera y complicara.

Algo que nadie podía prever es que tal apertura coincidiría con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y el inicio de la normalización de los vínculos con el país del norte, lo cual alienta, facilita e impulsa los cambios que ya, por cuenta propia, Cuba había iniciado. La isla no cambia por causa de Estados Unidos, sino que al parecer, ocurre al revés. Tal vez las mutaciones en Cuba dieron a Barack Obama los argumentos que necesitaba para avanzar en la dirección correcta.

Si bien con la apertura y los avances en la normalización se abre paso un clima de confianza y seguridad, tanto en la dirección del país, que no se siente cuestionada ni amenazada por la opinión diferente, como en la sociedad, que disfruta del fin de restricciones injustificadas, crea además condiciones para que la diversidad de criterios e intereses, que siempre existió, comience a expresarse.

De hecho, algunos comentaristas y funcionarios cubanos, usualmente alineados a la opinión oficial, y triunfalistas cuando se trata de eventos políticos o económicos que involucran éxitos de Cuba; insisten en percibir la normalización de las relaciones con Estados Unidos y la visita de su presidente manifestando dudas y matices críticos, y persistiendo en la óptica del “vaso medio vacío”, por lo cual toman prudente distancia del discurso gubernamental, incluso asumiendo matices que los colocan a la izquierda del presidente Raúl Castro.

Aunque usando municiones de bajo calibre y muchas veces expresando afecto y apoyo, en torno a eventos políticos tan complicados como la marcha y el contenido de las reformas, el restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos y la visita de Barack Obama, el presidente de Cuba recibe “fuego amigo”. En ocasiones, incluso aludiendo a ciertos asuntos coyunturales, como es el caso de Venezuela, invocan la lamentable imagen del “palo y la zanahoria”, que recuerda los peores momentos de las políticas imperiales y del sometimiento oligárquico, difícilmente aplicables a la presente situación.

Se trata de reacciones normales ante procesos no solo de gran complejidad, sino también inesperados, que se despliegan con una dinámica a la cual los cubanos no están habituados y aluden a Estados Unidos, hasta la víspera, acérrimo enemigo. El cambio no puede ser más trascendental.

De adversario tradicional, Obama se ha convertido en aliado del pueblo cubano en la lucha contra el bloqueo. Ha pasado a ser el político estadounidense más popular en Cuba desde la época de Franklin D. Roosevelt. Los tiempos y las mentes cambian, la gente también.