(CNN) – Los padres dan la vida a sus hijos. Ahora, el hijo de John Barnes le devolvió el favor.
Barnes, de Michigan, tenía cirrosis, y necesitaba un trasplante de hígado para sobrevivir. Su nombre estaba en una lista con cerca de 17.000 pacientes, cada uno esperando desesperadamente un hígado. La sombría estadística muestra que 1.500 personas mueren cada año mientras esperan. Simplemente no hay suficientes donantes.
Odiaba la idea de que alguien tuviera que morir para que él pudiera tener un hígado.
“¿Cómo alguien podría desear que esto suceda?”, se preguntaba.
Pero había otra manera.
Los médicos de Barnes le dijeron que un segmento de hígado sano puede regenerar en un órgano completo. Si un donante vivo compartía solo una parte de su hígado, tanto el donante como el receptor podrían vivir de forma saludable.
Los donantes vivos, sin embargo, son aún más difíciles de encontrar que los muertos.
A menudo hay más probabilidades de encontrar un donante compatible dentro de la familia, pero Barnes pidió a sus cuatro hijos que no hicieran la prueba.
Por suerte para él, su hijo más joven desobedeció.
Brian Barnes, que tenía 23 años y trabajaba en Washington DC, hizo la evaluación sin dárselo a conocer a su padre. Cuando el hospital le sugirió que la pérdida de peso podría maximizar sus posibilidades de pasar la prueba, él perdió 25 libras en tan solo seis semanas.
“Quedarme de brazos cruzados y no ser donante habría sido un peso muy grande sobre mis hombros”, dijo el hijo. “Él siempre ha estado ahí para mí, así que esto parecía lo menos que podía hacer”.
Barnes se puso eufórico al escuchar que se había encontrado un donante. Sin un trasplante pronto, según los médicos, había una probabilidad del 15% de que no sobreviviera más de tres meses.
Pero cuando supo que el donante era su hijo menor, dijo que sentía culpabilidad y un miedo abrumador.
“Me sorprendió. Yo estaba preocupado por el riesgo para él. Fue una gama de emociones abrumadoras y complejas esa noche, y muchas lágrimas.”
Los médicos de Barnes le aseguraron que valía la pena el riesgo. Pero el padre todavía está preocupado por su hijo.
“Mirando a los ojos de Brian cuando el personal médico lo preparaba para la cirugía, sostuve la mano que le agarré el día en que nació -la mano de un niño pequeño que ahora engullía la mía- para asegurarle que todo iría bien. Su ojos decían lo mismo”, escribió John en su relato en primera persona sobre esta experiencia.
La operación fue un éxito. El hijo volvió a casa para recuperarse junto con su padre.
“Él tiene una cicatriz que le recuerda lo que me dio, y tengo una cicatriz mucho más grande para recordarme que me salvó la vida”, dijo Barnes. “Esto es algo que vamos a compartir para siempre”.