(CNN Español) - En 1993, emprendí una gran aventura personal y periodística. Fui a vivir a Filipinas como parte del equipo que abrió, en Manila, la corresponsalía de ECO, el Sistema Permanente de Noticias de Televisa.
Casi al final de verano, vino la primera gran cobertura: la repatriación del cuerpo del exdictador Ferdinand Marcos, quien había muerto en el exilio, en Hawai, el 28 de septiembre de 1989 y que ahora, 27 años después, está a punto de ser finalmente enterrado.
Antes de mudarme a Manila, me documenté lo más que puede -sin Yahoo ni Google- sobre el lugar por el cuál estaba cambiando mi natal Ciudad de México.
En mi memoria estaba fresco aún el recuerdo de la revuelta callejera que derrocó a Marcos en 1986, la Revolución de EDSA (las iniciales de la avenida Epifanio de los Santos, donde se celebraban las airadas protestas contra dictadura).
Los 1.000 pares de zapatos eran lo de menos
Cuando nuestro productor en jefe, Roberto T. Pineda, nos dio la asignación a Claudia Granell -corresponsal-, Israel Torres -camarógrafo- y a mi -como productor- y nos fuimos a la provincia de Ilocos del Norte, para la cobertura del regreso de Marcos -en calidad de cadáver- no teníamos idea de las sorpresas que hallaríamos en el viaje, que se convertirían en interesantes historias para ECO.
La Revolución de EDSA se afanó en mostrar al mundo los excesos en los que los Marcos habían incurrido en sus 20 años en el poder. En todo el mundo, se supo de la supuesta obsesión de la exprimera dama, Imelda Marcos, por los zapatos.
En el Palacio de Malacañang, se hallaron más de 1.000 pares, de los más caros en ese entonces, además de 800 bolsos.
Sin embargo, lo que estábamos por ver aquellos días de principios de septiembre de ese 1993, nos mostraría que en las excentricidades de los Marcos, los miles de pares de zapatos de la “Mariposa de Hierro” eran lo de menos.
Llegamos hasta Batac, un pueblo de la provincia de Ilocos del Norte, muy cerca de las costas que bañan el mar del Sur de China. En Batac está la casa ancestral de los Marcos y la misma albergaba, como era previsible, un museo -modesto, eso sí- sobre el legado del régimen de Ferdinand y la historia familiar de los Marcos Edralin.
Además del árbol genealógico, maquetas, documentos y fotos, había decenas de condecoraciones militares del depuesto dictador.
El encuentro con Doña Josefa
Con Israel “Botellita” Torres, nuestro muy joven y talentoso camarógrafo, hice un rápido recorrido por el lugar para ver qué imágenes podríamos grabar para nuestras notas para ECO.
La modestia del museo daba para poco. Israel se quedó en la planta alta del museo haciendo varias tomas y yo seguí mi recorrido hacía un jardín lateral de la casa.
Vi que varias personas caminaban hacia una pequeña construcción, descubrí que en realidad era un mausoleo. Entré en el lugar y me acerqué a lo que parecía una tumba común y corriente. Lo que vi me desconcertó.
La tumba en realidad era un catafalco de mármol con una ventanilla de cristal -como lo tienen los ataúdes-, que permitía ver el cadáver de doña Josefa Edralin Marcos, la madre del exdictador.
Junto al catafalco estaba su lápida. La madre de Marcos murió a los 95 años, en mayo de 1988, dos años después de que su hijo fuera depuesto y huyera de Filipinas.
Una guía del mismo museo me explicó las razones por las cuáles el cuerpo de doña Josefa seguía ahí -expuesto, momificado-, cinco años después del deceso.
El presidente Marcos, dijo la empleada del museo, le ordenó a la familia que no enterrase a su madre sino hasta que él volviera al país.
En los días, las semanas y los meses que siguieron al fallecimiento de doña Josefa, el otrora poderoso gobernante y su extravagante mujer solicitaron una y otra vez a la presidenta Corazón Aquino levantara la prohibición que les impedía poner un pie de nuevo en su nación.
Marcos pidió primero y presionó después para que el gobierno de su sucesora le permitirá volver al país para sepultar a su madre.
La presidencia le negó al depuesto jefe de Estado que volviera; no fueron suficientes sus argumentos humanitarios.
“En ese momento, Cory (Aquino) dijo que Marcos no volvería ni muerto a Filipinas”, aseguró la guía del museo.
Y sí volvió, pero muerto
El 7 de septiembre de 1993, un día después de mi sorpresivo encuentro con el catafalco de doña Josefa, el cuerpo de su hijo volvió a Filipinas. Llegó al aeropuerto de Laoag, la capital de Illocos del Norte.
Para entonces, Aquino había dejado la presidencia y su sucesor, Fidel V. Ramos, permitió que los restos del exdictador fuesen repatriados.
El traslado del cuerpo, organizado por un grupo denominado “Fuerza de Tarea para el regreso del Presidente Marcos” movió una multitud ese día y varios días más, en la provincia del norte de Filipinas.
El comité organizador quiso recibir el ataúd como si se tratara de un jefe de Estado, con bandas y saludos de militares retirados, exgenerales de su régimen. A pesar de la pompa de la ceremonia, se trató de algo privado porque el gobierno también le negó honores oficiales.
En realidad, las gestiones para la repatriación del cuerpo del exgobernante empezaron mucho antes de ese 7 de septiembre de 1993. Primero, fueron largas negociaciones y después tensos argumentos legales entre el gobierno de Corazón Aquino y la familia Marcos y grupos leales a su dinastía que no fructificaron.
El argumento de la entonces mandataria era la seguridad nacional y la posibilidad de un brote de agitación social si se permitía la entrada al cuerpo del exdictador desterrado.
Pero después de todo, la prohibición de Aquino le daba potestad al jefe del ejecutivo de decidir sobre la materia. Así, el gobierno posterior del presidente Ramos y los deudos de Marcos suscribieron un memorándum de entendimiento que hizo posible el “regreso triunfal” de Ferdinand a Filipinas.
Eso sí, el documento imponía condiciones para aceptar la entrada al país del cadáver del exhombre fuerte: los restos deberían llegar directamente a Laoag y el funeral llevarse a cabo en Batac, el pueblo ancestral de Marcos.
El funeral de Doña Josefa
El ataúd, con los restos de Ferdinand Marcos, fue llevado al centro de Laoag, en una interminable caravana flanqueada por muchos seguidores del hombre que los gobernó con puño de hierro y de miles de curiosos que querían ser testigos del paso de la carroza.
En la plaza central de Laoag estuvo expuesto un día, en una capilla ardiente abierta a todo aquel que quisiera presentar sus respetos. Y fueron miles. Muchos, en una época en donde no existían los selfis, fueron con sus cámaras para tomarse una foto al lado del féretro de Marcos.
Hubo una misa en la catedral de San Guillermo en Laoag, donde pidieron por su descanso eterno.
Mientras, en Batac, el cuerpo de doña Josefa fue extraído del catafalco en el que estuvo expuesto casi 4 años. Prepararon el cadáver para el velorio.
El 9 de septiembre, se dio una situación extraña que, al menos yo y millones de filipinos, nunca habíamos visto: los ataúdes del exdictador y su madre se reunieron en un sólo velorio que se llevó a cabo en la universidad Mariano Marcos -nombrada así en honor del padre de Ferdinand-. Los Marcos cumplían así otra de las voluntades del exgobernante: esperar a su regreso para sepultar a su made.
Y finalmente, un día después terminaba el ir y venir para los restos de doña Josefa, que recibió cristiana sepultura en el lote familiar del cementerio de Batac.
Una espera más para Ferdinand
La familia Marcos tenía otra determinación, la cual sostendría los siguientes 23 años: no sepultarían a su patriarca hasta que el gobierno aceptara su entierro en el Cementerio Nacional de los Héroes (LNMB, por sus siglas en tagalo).
El dilema de cómo mantener el cadáver fue solucionado con la construcción de un suntuoso y muy caro mausoleo en donde fue depositado el cuerpo embalsamado del exdictador, vestido elegantemente, dentro de un gran catafalco de cristal, en su casa de Batac, muy cerca del mausoleo en el que estuvieron los restos de la madre.
Los restos de doña Josefa pudieron esperar 4 años el regreso de su hijo -en otra urna refrigerada- antes ser enterrados. Los de Ferdinand esperaron 4 años para ser admitidos en su país y otros 23 para finalmente descansar, como parece inminente y pese al descontento de muchos, como su familia deseaba: como un héroe, en el LNMB.