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Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor y analista político de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal.

(CNN Español) – La celebración de los diálogos de paz en La Habana entre las FARC y el gobierno del presidente Juan Manuel Santos fue una excelente jugada de los comunistas colombianos y de sus camaradas cubanos.

Nunca debe olvidarse que las FARC son el brazo armado del Partido Comunista local, y que los lazos entre esta organización narcoterrorista y el régimen de los hermanos Fidel y Raul Castro data de los años 60 y nunca se han interrumpido, dado que la isla siempre fue parada y fonda para todos los grupos subversivos. Por ejemplo, dos de los hijos del comandante Raúl Reyes –liquidado en un campamento de Ecuador por la aviación de Colombia– estudiaron en Cuba, becados por la Revolución.

El escritor Juan F. Benemelis, diplomático y exmiembro destacado de los servicios de inteligencia de Cuba, cuenta en ‘Las guerras secretas de Fidel Castro (2003)’, que la contribución de Castro a la formación de las FARC fue “absoluta”.

Benemelis relata –y así fue publicado en la revista Cuba-Encuentro en un artículo escrito e investigado por Michel Suárez–, que el 17 de marzo de 1965 los hombres de Tirofijo saquearon el municipio de Inzá (Cauca), quemaron los edificios públicos y asesinaron a varios vecinos. “Dos días después –acota la publicación–, el ejército arrestó a nueve personas que habían recibido adiestramiento en Cuba”.

Pero había más: según Benemelis, el embajador cubano en Colombia, “Fernando Ravelo, logró un acuerdo entre el M‑19, el Cartel de Medellín y otros grupos guerrilleros, con el fin de que las facciones se apoyasen mutuamente”.

“Desde inicios de los ochenta se había hecho evidente —por las cartas náuticas, los diarios de navegación y los aviones que se estrellaban en Colombia— que Cuba facilitaba el tráfico transcaribeño de narcóticos. Los funcionarios colombianos comentaron por esa época que los aviones transportadores de la droga retornaban con cargamentos militares para las FARC. Para el otoño de 1981, las evidencias eran incuestionables”, alegó Benemelis.

El autor cita en la edición del 3 de agosto de 1987 del diario El Tiempo, que “varios desertores de la FARC revelaron que en varios frentes guerrilleros existían asesores cubanos. La historiadora venezolana Elizabeth Burgos cree que sí existieron negocios de narcotráfico entre Marulanda y los Castro. El ELN fue una creación cubana; pero las FARC y los paramilitares eran los que dominaban el mercado de la droga. Hubo una economía de la droga en la que La Habana participó”.

Los Castro han sido unos maestros en la estrategia de jugar simultáneamente con dos barajas. Con una de ellas el ELN –hechura total de La Habana— secuestraba en 1983 a Jaime Betancur Cuartas, magistrado y hermano del entonces presidente Belisario Betancur, y con la otra conseguía que lo pusieran en libertad.

Exactamente la misma estrategia fue utilizada con Juan Carlos Gaviria, hermano del presidente César Gaviria, secuestrado en 1996 por Freddy Geofrey Llanos (alias Santiago el Gordo). El secuestro fue resuelto por Fidel Castro y el secuestrado y siete secuestradores terminaron en Cuba, mediación por la que César Gaviria le quedó muy agradecido al dictador cubano sin percatarse de que acaso había caído en una curiosa trampa.

Como seguramente cayó el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez en 1989 cuando, a poco de inaugurar su segundo mandato, fue secuestrado su cuñado, Norberto Rodríguez, también en Colombia, y luego resultó liberado por intercesión de Fidel Castro en ese rol de padrino que tanto disfruta el viejo comandante cubano.

En definitiva, ¿qué buscan los Castro y las FARC utilizando la capital cubana como sede de las conversaciones de paz?. Procuran, claramente, tres objetivos:

1. Pulirle la imagen a un régimen como el cubano, que en el 2013 fue descubierto enviándole de manera oculta armas y aviones a Corea del Norte en un barco detenido en Panamá.

2. Tener a los negociadores colombianos bajo la pupila y las escuchas incansables de la poderosa inteligencia cubana, tanto en la isla como en Bogotá. Esto le servía a las FARC para saber exactamente las posiciones de Juan Manuel Santos y hasta dónde estaba dispuesto a llegar.

3. Tercero, cambiar la estrategia y prepararse para tomar el poder por otros medios, con el auxilio de los experimentados operadores cubanos.

Plinio Apuleyo Mendoza, uno de los grandes escritores colombianos, lo explicó muy bien en una carta abierta dirigida a Mario Vargas Llosa publicada en El Tiempo:

“Es un triunfo de la nueva estrategia de lucha que años atrás ideara su máximo comandante ‘Alfonso Cano’ cuando debió abandonar para siempre el mito castrista de una revolución armada después de que sus tropas fueran diezmadas bajo el gobierno de Uribe”.