Nota del editor: El periodista y la productora de CNN David McKenzie e Ingrid Formanek han reportado extensamente desde Sudáfrica. Recientemente, cubrieren el Gran Censo de Elefantes, que registró que la cantidad de estos animales se redujo un 30% entre 2007 y 2014. Cerca de 144.000 elefantes desaparecieron durante ese periodo. Esta historia hace parte de la serie de CNN ‘Vanishing’. Puedes leer más sobre la sexta extinción e involucrarte aquí.
Johannesburg, Sudáfrica (CNN) – El elefante hembra empieza a perseguirnos desde los arbustos, las orejas hacia atrás, en silencio.
Al menos así es como lo recuerdo. Tenía 7 años.
Estoy entre un primo y mi padre, mi abuela está sentada atrás. Nos encontramos en la parte trasera de una camioneta blanca, que es abierta, cerca a las orillas del río Olifants en Sudáfrica.
“¡Arranca!”, le gritamos a mi tío que está en la cabina, mientras golpeamos el techo.
Pero golpear en el techo la señal que hemos acordado para detenernos.
La camioneta para y el elefante está justo detrás de nosotros. Podemos ver la leche que sale de sus senos. Su cría recién nacida está en algún lugar escondida entre los arbustos.
Mi papá saca una escopeta antigua de dos cañones. La carga para hacer un disparo en el aire.
“No le dispares al elefante”, le grita mi abuela y lo golpea.
Sería como dispararle a un elefante con un tic-tac.
Mi primo y yo estamos llorando. Podemos oler el almizcle del elefante: vemos el horizonte a través de sus piernas.
Mi tío ve por el retrovisor al elefante acechando. Pisa el acelerador.
Huyendo del animal que nos persigue, damos saltos a lo largo del camino de tierra. Un poco después, el elefante hembra se da la vuelta.
Estamos a salvo. Justo a la vuelta de la esquina, el eje del camión se rompe en un agujero de cerdo hormiguero.
Mi familia suele recordar esta historia constantemente. Y desde ese incidente aprendí que a los elefantes hay que respetarlos. Incluso temerlos.
Sin preocuparse…
Imagina mi alarma cuando, casi 30 años después, fue asignado por CNN para cubrir una historia en la reserva natural Massai Mara de Kenia.
El guía maneja hasta una manada de crías de elefantes en la pradera y apenas llegamos apaga el motor.
“¿No deberíamos dejarlo encendido?”, le pregunto. Y añado: “¿y tal vez no estar tan cerca?”.
“Los elefantes de esta zona son relajados”, me responde mientras sonríe. “Hakuna Matata”, me asegura.
Lo que quiere decir: “sin preocuparse”.
No puedo entenderlo. Los elefantes no nos acechan. No parecen agitados, como lo viví en mi experiencia pasada. Nos ignoran por completo.
Para ser claros: los elefantes pueden ser peligrosos y algunas veces hasta mortales. Pero en esta zona de Mara no ha habido caza de estos animales por décadas. Están acostumbrados a los vehículos de los turistas.
La finca de recreo de mi infancia, ubicada cerca a Olifants, limitaba al oeste con una reserva de casa. Para ese momento, todavía sacrificaban elefantes en al oeste del Parque Nacional de Kruger.
Los elefantes lo sabían.
“Los elefantes tienen un sentido cognitivo que les indica dónde están a salvo y dónde están en riesgo”, me dijo Mike Chase, el científico que lideró el Gran Censo de Elefantes, durante un viaje reciente a Botswana. Allí ha estado siguiendo los movimientos de estos animales por años. El censo es una investigación pionera de los panafricanos, que busca calcular desde el aire las poblaciones de elefantes que hay en las sabanas del continente.
“Esta realmente es la primera línea, es lo más lejos que (los elefantes) han llegado. No se moverán a través de Namibia oriental hacia Angola y Zambia, pues temen las consecuencias de la caza furtiva”, asegura Chase.
A medida que la caza furtiva aumenta los elefantes saben que deben mantenerse lejos.
Y lo recuerdan.
No, no olvidan.
Algunas veces resulta tentador antropomorfizar (dotar a un animal de características humanas) a los elefantes, pero entre más hablo con las personas sobre ellos más interesantes se tornan estos animales.
Me reuní con Chase y con Ingrid Formanek, una de las productoras en campo más experimentadas de CNN.
La conexión de Ingrid con Botswana es profunda.
En 1999, ella se mudó a Manu, a las puertas del delta de Okavango, para documentar la rehabilitación de los animales. Vivió allí por temporadas durante cinco años.
Ingrid recuerda la historia de un elefante huérfana por los sacrificios que ocurrían en el Parque Nacional de Kruger: su nombre era Shireni.
El entrenador de Shireni le enseñó un truco: quitarle el sombrero de la cabeza a su adiestrador con la trompa para ponérselo en en la suya y después devolverlo al lugar donde estaba. Ingrid observaba mientras el elefante aprendía este comportamiento.
Casi una década después, Ingrid volvió y se encontró con Shireni.
“Ella me recordaba con ese sencillo gesto: quitarme el sombrero de la cabeza para ponérselo en la suya. Después me lo devolvía y lo dejaba de nuevo sobre mi cabeza. Hizo el vínculo a ese momento de nuestras vidas”, relató Ingrid. “Shireni no había hecho eso en todos los años que pasaron entre los dos momentos. Estaba fascinada y, la verdad sea dicha, halagada”, añadió.
Cualquiera que haya estudiado o trabajado con elefantes tiene su propia historia sobre lo aguda que es la memoria de estos elefantes.
Expertos como Dame Daphne Sheldrick, quien ha rescatado cientos de crías huérfanas, habla sobre de que los elefantes se acuerdan de las personas y las cosas que les ocurrieron con ellos: buenas y malas.
Sheldrick se refiere a los animales que fueron reintegrados a la vida silvestre y regresaron años después, algunas veces hasta décadas, buscando ayuda con alguna herida o solo para decir “hola”.
Manadas que desaparecen
A pesar de su evidente inteligencia emocional e instinto de supervivencia, los elefantes no pueden escapar de los estragos humanos.
Los científicos creen que antes de la colonización europea, África pudo haber albergado hasta 20 millones de elefantes. Para 1979, solo quedaban 1,3 millones y el Gran Censo de Elefantes reveló este años que el panorama solo ha empeorado.
La población de estos animales en África ha sido destrozada: solo quedan 352.271 animales registrados en los países encuestados. Una cifra que está muy por debajo de las estimaciones previas.
En apenas siete años, entre 2007 y 2014, los números cayeron por lo menos en 30%, lo que implica 144.000 elefantes menos.
Y los casos específicos son aún más dramáticos. En la reserva Selous Game de Tanzania y en la reserva Niassa de Mozambique las poblaciones de elefantes se redujeron en más del 75%, durante los últimos 10 años a medida que los cazadores arrasaban con manadas enteras, de acuerdo a la encuesta.
“Cuando piensas en cuántos elefantes había en las mismas áreas hace 10 0 20 años, el panorama es increíblemente desolador”, aseguró Chase.
“Históricamente, estos ecosistemas fueron el hogar de muchos miles de elefantes comparado con los pocos cientos o decenas que hemos podido contar”, añadió.
Durante mucho tiempo se pensó que en Botswana los elefantes estaban a salvo. Era parte del “refugio” de Sudáfrica, que comprende el 60% de los animales que se pudieron contar en las sabanas para el censo.
Pero las guerras de caza furtiva por el marfil, impulsadas principalmente por la demanda asiática, limitan con la zona.
Botswana está dando una guerra poco convencional para intentar detener la masacre contra elefantes, con la Fuerza de Defensa que se moviliza en toda la región fronteriza.
Más de 700 soldados, entrenados especialmente para este propósito, están ubicados en 40 bases hacia el norte. Sin embargo, esa protección no parece ser suficiente.
Un nuevo recuerdo
A distancia puede parecer que el elefante estuviera descansando. Pero el olor revela la verdad.
El alguna vez glorioso animal se encuentra sin vida en una sección seca del pantano de Linyanti, en Botswana. Su cara fue brutalmente cortada por los cazadores furtivos.
Cuando nos acercamos, vemos que los colmillos han sido removidos. El tronco está a 10 pasos del cuerpo. El cadáver lleva ahí dos o tres días. Y ese es sólo uno de los más de 20 que hemos contado en Linyanti en tan solo 48 horas.
Con las tasas de caza furtiva que hay hoy en día, los elefantes desaparecerán de algunos de los estados donde vivían.
Incluso podrían ir a extinguirse localmente, dice Chase.
“Me han preguntado si soy optimista o pesimista sobre el futuro de los elefantes de África”, explica, “y en días como hoy, siento que les estamos fallando los elefantes”.
Y esta horrible escena podría ser la única manera de recordarlos.