Nota del editor: Kristen Stine es la directora de recursos humanos de Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA). Las opiniones expresadas aquí son de su propia responsabilidad.
(CNN) – La noticia sobre la muerte de Tilikum fue algo muy personal para mí. Crecí en Florida, a las afueras de Orlando. El viaje a Sea World era una tradición familiar cada verano.
El momento cumbre siempre llegaba al ver las “actuaciones” de las orcas. Mis amigos y yo nos sentábamos antes del final del espectáculo, cuando Tilly salía y mojaba al público. Capturó mi corazón. De inmediato me di cuenta que quería ser entrenadora.
Luego de graduarme de la universidad, obtuve una pasantía en mercadotecnia en Sea World y apenas podía contener mi emoción. Me senté feliz en mi asiento durante la orientación de la compañía, decidida a tomar notas y a dejar una buena impresión. Pero, en algún momento, la frase “cómo tratar con los activistas de los animales” apareció en la pantalla del salón.
“¿Por qué a la gente que le interesan los animales estaría en contra de Sea World?”, me pregunté. Escuché atentamente sobre cómo debemos estar seguros de decir “ambiente” en lugar de “tanque” y “comportamientos” en lugar de “trucos”, y de cómo el colapso de la aleta dorsal era “perfectamente normal en las orcas y ocurre en la naturaleza todo el tiempo” (lo que más tarde supe que no era cierto). Memoricé mis notas, pero una molesta sensación se comenzó a quedar en mi mente.
Tras la orientación, fuimos a conocer los animales. Fue entonces cuando me enteré de que a pesar del lindo nombre, el “vivero” de los defines no era más que un pequeño y estéril tanque de hormigón donde éstos nadaban en círculos sin fin. Y ahí estaba ese sentimiento de nuevo. Tal vez a las orcas jóvenes y a otros miembros de la familia de los delfines les va mejor en espacios pequeños, razoné. Sea World lo sabría después de todo, ¿por qué no?
Pero ahí estaba todo ese concreto. ¿Cómo iba a funcionar la ecolocación de los animales si están rodeados por duros muros? Sacudí mis dudas, y nos fuimos al siguiente lugar del recorrido.
Cuando comenzamos a aproximar al estadio Shamu, estaba mareada. Nos acercamos al tanque (digo, “ambiente”). Se veía más pequeño de lo que recordaba de mis primeras visitas como espectadora. Mis ojos buscaron a Tilly. Entonces lo vi y mi corazón se hundió. Estaba sólo flotando allí, confinado en lo que en realidad solamente puede ser descrito como una jaula, un poco más grande que él. Se le veía desganado.
“¿Cuándo nada él?”, pregunté. “Durante los espectáculos”, fue la rápida respuesta, y antes de que pudiera seguir con mi impresionante conocimiento de que las orcas en el océano pueden nadar hasta 160 kilómetros al día, el personal ya le estaba dando cabida a otras preguntas. El grupo caminó y yo los seguí, aunque más lentamente. Miré hacia atrás. ¿Era posible que él luciera tan triste, incluso solo? Y ahí estaba ese sentimiento de nuevo. Comencé a pensar acerca de lo que significa interesarse por los animales. Encontré el sitio web de PETA y la frase “los animales no son nuestros…” me deslumbró. Tilikum había sido apartado de su casa y su familia y estaba aislado. ¿Cómo podríamos haberle hecho eso alguien que amamos? ¿Había yo estado errada sobre todo?
Eventualmente, encontré un modo de trabajar por los animales, no como su captora, si no como su liberadora. Tilly nunca se fue de mis pensamientos. Con el anuncio de Sea World de que le está poniendo fin a sus “actuaciones” de orcas en San Diego, pensé “Hasta aquí llegó todo. Este es el comienzo del fin”. Deseo que Tilly haya sabido de todo lo que intentamos por él, y lo mucho que seguimos haciendo por las orcas a las que aún se les despoja de todo lo que es natural e importante para ellas. Descansa finalmente en paz, Tilikum.