Nota del Editor: Exdirector de la biblioteca Richard Nixon, Timothy Naftali enseña historia y política pública en la Universidad de Nueva York. Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) – La curiosa decisión del presidente electo Donald Trump de pelear contra la comunidad de inteligencia estadounidense, que pronto se reportará ante él, tras su evaluación sobre el hackeo ruso durante la campaña presidencial de 2016, ha enturbiado innecesariamente las aguas sobre una cuestión de importancia nacional e internacional . “No hubo absolutamente ningún efecto”, dijo Trump después de recibir un reporte especial altamente clasificado “sobre el resultado de las elecciones, incluyendo el hecho de que no hubo alteración alguna de las máquinas de votación”. Pero he aquí el problema: la comunidad de inteligencia nunca acusó públicamente a los rusos de manipular máquinas de votación o de que ese esfuerzo haya decidido el resultado de las elecciones. En cualquier caso, si el hackeo tuvo algún efecto en las elecciones estadounidenses es algo que la comunidad de inteligencia no está en la capacidad de medir.
A menudo se dice que la verdad es la primera víctima en una guerra, lo cual es bastante malo, pero no debería ser la primera víctima en una elección democrática. No debería haber duda de que la campaña de desinformación de Rusia afectó a las elecciones presidenciales. Lo que no podemos saber con certeza es cuán significativo o decisivo fue como factor. Lo que más debería preocuparnos es que muchos estadounidenses, incluido el presidente electo, creen firmemente que no desempeñaron ningún papel en absoluto.
Esta no es sólo una cuestión de corrección histórica. Es una cuestión de estar prevenidos antes de que los órganos de desinformación jueguen con otros elementos o eventos en nuestro país en los años por venir. Una de las lecciones de los comicios del 2016 debería ser que, como ciudadanos, necesitamos toda la ayuda que podamos para diferenciar la verdad de las noticias falsas.
En su conmovedor discurso de despedida, el presidente Obama reconoció sutilmente el problema de las noticias falsas, diciendo que “sin una base común de hechos, vamos a seguir teniendo un diálogo de sordos”. Y él podría creer que al instruir a la comunidad de inteligencia a hacer pública una versión del reporte altamente clasificado titulado “Evaluación de las actividades y las intenciones de Rusia en las recientes elecciones de EE.UU.”, que ha sentado las bases para una sana conversación nacional sobre la realidad del ataque del Kremlin sobre la soberanía estadounidense durante la campaña de 2016. Sin embargo, como los proveedores de noticias falsas están ganando cada vez más poder, la necesidad de una mayor transparencia es cada vez más apremiante.
Aunque le queda poco más de una semana de mandato, nuestro presidente saliente sigue siendo la única persona en una posición para asegurar un debate nacional franco y preciso sobre la intervención rusa en las elecciones de 2016, haciendo pública mucha más documentación.
¿Cómo un presidente puede hacer la diferencia?
Los presidentes tienen la autoridad para desclasificar cualquier cosa. En raras ocasiones cuando creen que es necesario, revelan señales de inteligencia y otras fuentes altamente sensibles. En abril de 1969, en respuesta al derribo de un avión de reconocimiento estadounidense en la costa de Corea del Norte, Richard Nixon pareció revelar que Estados Unidos podría interceptar señales de radar norcoreanas. En abril de 1986, para culpar al líder libio Muammar Gaddafi por un ataque terrorista en una discoteca de Berlín Occidental, donde murieron un soldado estadounidense y un civil turco y 230 personas más resultaron heridas, Ronald Reagan reveló que Estados Unidos podía leer mensajes confidenciales del gobierno libio, lo que implica que habíamos roto sus códigos.
Creo que ahora nos encontramos en uno de esos raros momentos en nuestra historia cuando nuestro presidente tal vez tenga que arriesgar una fuente extranjera o dos por el bien de nuestro país. Aunque en su conferencia de prensa de este miércoles, el señor Trump reconoció por primera vez que Rusia hizo operaciones de hackeo durante la campaña, sus declaraciones hasta la fecha sugieren que, por cualquier razón, él no está interesado en la comprensión pública de lo que hizo Rusia en el 2016. La cuestión no es la legitimidad de su elección. Le da mucho crédito a Moscú en haber roto la “muralla azul” de Hillary Clinton. Sin embargo, la actitud defensiva de Trump acerca de las operaciones rusas de desinformación sugiere que su gobierno no comunicará mucho acerca de cualquier acción de inteligencia acerca de Rusia desde el 20 de enero.
Como resultado, Obama debería considerar cerrar esa brecha y desclasificar en los días restantes de su presidencia parte de los siguientes puntos de la evaluación de la comunidad de inteligencia estadounidense sobre las intenciones y actividades rusas en las elecciones presidenciales del 2016:
- La declaración según la cual “se evaluó con alta confianza que el GRU (la inteligencia militar rusa) transmitió a WikiLeaks el material que adquirió del Comité Nacional Demócrata (DNC, por sus siglas en inglés) y altos funcionarios demócratas”. El público, aquellos que votaron por el señor Trump, y aún más que los que no lo hicieron, necesitan entender la base de la creencia de nuestra comunidad de inteligencia de que Julian Assange era, al menos, un instrumento de la política de seguridad nacional de Rusia.
La declaración de que “Rusia tuvo como objetivos a algunos republicanos, pero no llevó a cabo una campaña de divulgación similar”. Esta información podría debilitar la idea perjudicial y generalizada de que los rusos no robaron nada de los republicanos.
- Además, si la Casa Blanca publicara una evaluación de la comunidad de inteligencia redactada sobre el papel de Putin en los eventos en Ucrania en el 2014, esto también ayudaría a informar al público sobre la naturaleza del gobierno del líder ruso.
Los roles de precedente y preservación
Esta no es la primera vez que un presidente estadounidense enfrenta el dilema de divulgar o no información altamente reservada sobre actividades secretas que podrían haber influido en las elecciones presidenciales. Tres días después de los comicios de 1968, después de que la vigilancia del FBI sobre la embajada de Vietnam del Sur sirviera para darse cuenta de más conversaciones conspiratorias entre un representante de la exitosa campaña de Nixon y diplomáticos survietnamitas, el consejero de Seguridad Nacional de ese entonces, Walt Rostow, le escribió al presidente Lyndon Johnson: “Con esta información es tiempo de hacerle sonar el silbato a estos amigos”. Johnson, presumiblemente para no escatimar ninguna esperanza en las negociaciones de paz sobre Vietnam, decidió no hacerlo.
Si hubiera aceptado la sugerencia de su asistente, el público estadounidense y los medios de comunicación habrían sido advertidos acerca del lado oscuro de su presidente electo y los motivos del gobierno de Vietnam del Sur. Pero dado que no tomó esa decisión, al público le tomó cuarenta años saber lo que se conoció como el Asunto Chennault, en el que Nixon intentó sabotear las negociaciones de paz. Dada la información actual, el paralelo entre 1968 y 2016 es inexacto, pero lo que está claro es que una vez más una potencia extranjera puso un pulgar en la escala para ayudar a un candidato presidencial.
Hay algo más que el presidente Obama puede y debe hacer para el futuro. Bajo la Ley de Registros Presidenciales, sus materiales, que incluyen cualquier cosa enviada a su Casa Blanca, irán a un centro de archivos después del 20 de enero. Sólo incluirán materiales creados o recibidos por el presidente o su personal. En los días que quedan, el presidente Obama y su personal del Consejo Nacional de Seguridad (NSC, por sus siglas en inglés) deben asegurarse de que tengan un registro lo más completo posible de inteligencia primaria que respalde los juicios clave en la inteligencia procesada o acabada que recibió sobre el hackeo, la desinformación y los trolls rusos dirigidos hacia Estados Unidos en el 2016 y el papel de Putin.
El informe público de la semana pasada se refiere a “información de apoyo, incluida información específica sobre elementos clave de la campaña de influencia”, que se incluye en el informe secreto enviado al presidente Obama, pero que no se hizo público. El informe no abordó la cuestión de posibles contactos entre el gobierno ruso y cualquier político estadounidense. Es fundamental tener un registro de inteligencia tan completo sobre la desinformación rusa en la Biblioteca Presidencial de Obama como sea posible y una completa compilación de material clave de todas las fuentes posibles sobre los más pertinentes contactos rusos con estadounidenses durante la campaña. Si existen, deben ser preservados en esa Biblioteca.
Ninguno de estos materiales altamente clasificados probablemente será liberado a investigadores privados durante algún tiempo, pero como parte de la colección presidencial de Obama, estarían protegidos para siempre por estatutos y por archiveros federales imparciales. Si un comité del Congreso decidiera comenzar una investigación sobre la influencia rusa en las elecciones del 2016, los documentos le serían más fácilmente accesible a los investigadores del ente legislativo al no tener que solicitarlos agencia por agencia. A petición de Johnson, por ejemplo, Walt Rostow creó un expediente “X” con la evidencia altamente clasificada de la trampa de la campaña de Nixon en 1968. Hoy, aunque lamentablemente algunos elementos siguen estando clasificados, los investigadores pueden consultar ese archivo en la Biblioteca de Johnson en Austin, Texas.
En una era que necesita de forma desesperada de noticias reales para desplazar lo falso, el presidente Obama debería considerar tomar algunos riesgos para liberar y preservar más noticias fidedignas, especialmente cuando se trata de una cuestión de seguridad nacional.