Chicago (CNN) – Un día antes de reportarse ante agentes de inmigración, Francisca Lino se enfermó. Las migrañas paralizaron su mente. Su estómago se revolvió. No pudo dormir.
“Me duele todo el cuerpo”, le dijo a CNN.
Su visita, realizada este martes, no hubiera podido ser más humillante. Era la primera vez que esta mujer de 50 años, madre de seis hijos que vive en las afuera de Chicago, tenía que reportarse ante el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) desde que Donald Trump se posesionó como presidente.
A medida que se acercaba el día, la ansiedad era más fuerte. El terror se apoderó de ella. Se preguntó si sería víctima de la dura política inmigratoria del nuevo gobierno, que expandió dramáticamente el poder de los agentes de inmigración y dejó claro que nadie, incluidas las personas que de otra manera no han violado la ley, están a salvo de la deportación.
Ahora que Trump es presidente “eso me preocupa”, dice Lino.
Desde que Trump firmó el primer decreto inmigratorio, en enero, se han agudizado temores similares, mientras familias, abogados y activistas acostumbrados a un proceso relativamente predecible han tratado de adivinar de qué forma las nuevas reglas pueden afectarlos. Hasta ahora, hay poca claridad al respecto.
Algunos inmigrantes han omitido, deliberadamente, sus visitas para reportarse ante las autoridades y se han escondido. Otros se han pronunciado en contra de los cambios y han sido detenidos. Hay quienes han ido a reportarse y han sido liberados, como es habitual.
Mientras tanto, seguidores de Trump han elogiado al presidente por cumplir las promesas de campaña de endurecer las políticas de inmigración para proteger el empleo y la seguridad de los estadounidenses.
Este martes en la mañana, Lino y su familia se sentaron en su cocina. Todos los demás miembros de su hogar son ciudadanos de Estados Unidos. En las demás ocasiones en que tuvo que reportarse ante el ICE, fue autorizada para seguir con su vida y volver con su esposo, sus hijos, su iglesia.
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“Esperando un milagro”
Como en las visitas anteriores al ICE, las tres hijas menores de Lino faltaron al colegio. Desayunaron juntos, las niñas comieron cereal. Lino y su marido bebieron café.
Todos dicen que experimentaban una sensación de calma. “No siento que algo vaya a pasar hoy”, dijo Britzy Lino, de 16 años. “Siento que todos volveremos a casa”. Pero bajo la superficie, el miedo se cocinaba a fuego lento.
“Es una sensación muy pesada. Siento como si algo encima mío me estuviera presionando”, dijo Britzy, recordando las anteriores visitas de su madre al ICE. “Es simplemente atemorizante (pensar) que la única persona que va a salir es mi padre, que mi madre se quedará, y por ahora no sé nada porque ella está adentro y yo afuera, en la sala de espera”.
Si Francisca fuera enviada de vuelta a su México natal, Britzy no lo dudaría. Su madre es su única persona de confianza. Se iría con ella.
Pero a Lino le preocupan sus tres hijos menores. Nacidos en Illinois, los dos más jóvenes no hablan bien español. Sería difícil que se acostumbraran a México, dice.
En la sala de espera, la suegra de Lino está sentada sola, aterrorizada de que la esposa de su hijo sea deportada. Apenas puede hablar. Y cuando lo hace, las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas. “Esto me pone tan triste”, dice María Burciaga, de 62 años.
Doce años antes, cuando se prendieron las luces rojas en el caso de Lino con el ICE, fue detenida durante 28 días. Diego, un hombre saludable, sufrió un ataque cardíaco en el trabajo, dice Burciaga. Britzy, que tenía 4 años, se hundió en la depresión.
“Francisca es una buena mujer. Su único crimen es haber venido a este país y tratar de progresar y ayudar a sus hijos en México para que salieran adelante. ¿Qué madre no haría eso? ¿O qué padre?”, dice Burciaga. “No sé qué va a pasar. El otro presidente le hubiera dado una oportunidad. Pero este, no lo sé. Estamos esperando un milagro”.
Mientras limpiaba lo del desayuno, Lino comenzó a llorar. Se puso su chaqueta, agarró su cartera y sus gafas de leer y se dirigió a la puerta. Saldría al centro en hora pico, anunció la radio. Llegaron 90 minutos tarde a la oficina del ICE.
La escena era extraña. Antes de las otras visitas de Lino, sus defensores habían llevado a cabo ruedas de prensa y círculos de oración afuera del edificio federal, dice la pastora de Lino, Emma Lozano. Ahora, los guardias de seguridad les pidieron a los periodistas que apagaran sus cámaras y alejaran los lentes del edificio.
Lozano le dijo a Lino que esperara a su abogado antes de entrar. Cuando llegó, los tres, más la familia de Lino, entraron juntos.
El abogado estaba esperanzado sobre el reporte ante los oficiales de inmigración. “Saldremos de acá, no hay problema”, le dijo a CNN este lunes, mientras preparaba la visita al ICE. “Ella no será detenida por el ICE porque tiene estadía hasta el 27 de abril”.
Lino trató de entrar por primera vez a Estados Unidos en 1999. Contrató a un coyote, o traficante de personas, que le dio una visa. No sabía que era falsa, asegura. Los agentes fronterizos la detuvieron y la mandaron de vuelta a casa.
Pero días después, volvió a intentarlo y logró llegar a Chicago, donde conoció y se casó con un ciudadano estadounidense, y donde dio a luz a cuatro niños estadounidenses. Es miembro activo de su iglesia.
Después de que se casaron, su esposo llenó los formularios para que Lino obtuviera la ‘tarjeta verde’. Contrataron a alguien para que les ayudara con los documentos. Lino dice que durante su última entrevista personal, le dijeron que sus documentos no concordaban con lo que ella les estaba diciendo a los oficiales del ICE. Fue detenida.
La liberaron cuatro semanas después. Desde ese momento, su familia vive con miedo de que sean separados y ella debe reportarse periódicamente con el ICE.
Alegría, luego angustia
En el edificio federal en Chicago pasó cerca de una hora antes de que Lino volviera a salir, a través de las puertas de cristal.
Aplaudió, aceleró sus pasos y corrió, con los brazos extendidos. “¡Gracias a Dios!”, gritó. “Gracias a todos ustedes”.
“Sí, ella podía”, le gritó una persona que la apoya.
“Tengo que regresar en un año”, le dijo Lino a CNN. “Así que vamos a tratar de luchar por mi visa”.
Pero el alivio duró cinco minutos. Entonces, apareció el abogado de Lino. “Me llamaron y me dijeron que el agente ante el que se había presentado y el jefe a cargo de su caso querían hablar con ella, tienen información sobre su caso. No sé lo que eso significa”.
Lino se preocupó. Los ojos de Britzy se llenaron de lágrimas. La familia volvió a desaparecer dentro del edificio. Menos de media hora después, Lino regresó.
“Hubo cambios”, dijo. Los agentes de inmigración le dijeron a Lino que debe volver el 11 de julio, con las maletas empacadas y un boleto de avión en sus manos. En otras palabras, la fecha de deportación está lista.
Dentro, en la oficina del ICE, Britzy sufrió un ataque de pánico. “No podía respirar”, le dijo la adolescente a CNN. “No podía hablar. No es justo que nos hagan eso, que nos digan ‘Oh, tienes un año’ y justo después digan ‘Oh no, tienes pocos meses’. No es justo”.
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Tiempo para un plan
Lo que sucedió este martes muestra que el gobierno de Trump está actuando, dice Bergin. No hubiera sucedido bajo el gobierno de Obama.
“La razón de ser de la política de Obama era la discreción”, le dijo Bergin a CNN. “A alguien con una orden de deportación que tiene esposo e hijos, todos ciudadanos, que han estado aquí por siempre, sin antecedentes penales, que nunca ha causado problemas… la hubieran dejado en paz”.
El ICE tuvo poco que decir sobre la aparente confusión en el caso de Lino, más allá de la narrativa general en estos casos.
“Francisca Burciaga-Amaro, ciudadana mexicana, fue previamente deportada en 1999 tras recibir una orden final de expulsión”, dijo la vocera del ICE Gail Montenegro en un correo electrónico. “Más adelante, volvió a entrar a Estados Unidos ilegalmente. El 7 de marzo, Burciaga-Amaro se reportó en la oficina del ICE en Chicago como se le había pedido y fue advertida del restablecimiento de la anterior orden de deportación”.
La agencia no hizo más comentarios al respecto.
Lino dice que está lista para presentarse ante las autoridades cada vez que se lo pidan, que no huirá y que no buscará un santuario.
Pero no todos piensan igual. Y dado el miedo que se ha extendido entre las comunidades de inmigrantes, algunos temen que la experiencia de Lino pueda tener un efecto adicional.
“El ICE debe ser cuidadoso y no convertir las visitas rutinarias de libertad vigilada en hechos con alto riesgo de detención”, dice León Fresco, quien fue fiscal general adjunto en la Oficina de Inmigración del Departamento de Justicia durante el gobierno de Obama.
“De lo contrario, involuntariamente crearán más fugitivos que no acudirán a esas visitas”.
Lejos de sentirse derrotadas, las personas que apoyan a Lino juraron pasar los próximos cuatro meses buscando la forma de que se quede.
“Seguiré luchando”, dice Lino. “Tengo que seguir luchando. No me van a separar de mi familia”.
Su hija, aquella que dice que no puede vivir sin su madre, no aceptará algo distinto.
Rosa Flores reportó desde Chicago y Michelle Krupa escribió esta historia en Atlanta.