La tierra se abrió y la gente comenzó a correr. Aturdido por un golpe y por el fuerte movimiento de su coche, de un lado a otro, el futbolista paraguayo Paolo Ortíz se quedó inmóvil en el asiento del conductor y pudo ver, horrorizado, cómo una camioneta roja que llevaba a una familia desaparecía por una enorme grieta del asfalto. Todos murieron. La ciudad portuaria de Manta acababa de ser sacudida por el terremoto más mortífero de la historia de Ecuador.

ESPECIAL: Ecuador, un año después del terremoto

Ortíz y otros dos futbolistas paraguayos, que jugaban para el equipo local, sorprendentemente lograron sobrevivir al sismo de magnitud 7,8 y a las miles de réplicas que vinieron después, pero lo perdieron todo. A un año del devastador terremoto, Ortíz recuerda con dolor lo que sucedió el 16 de abril y cómo tuvo que volver a empezar.

“Éramos una familia los tres”

Manta, el principal puerto de Ecuador, a unos 264 kilómetros de la capital, Quito, es conocido por sus playas y su industria de pesca de atunes. Allí llegó Paolo Ortíz para jugar como arquero en el Delfín Sporting Club, durante 2014, y, después de un paso por el equipo Club Técnico Universitario, en la ciudad de Ambato, regresó a Manta para ponerse la camiseta del Manta Fútbol Club, en 2016. Iván Villalba y Diego Vázquez, dos de sus compatriotas, llegaron a unirse a ‘los atuneros’ en febrero de ese año.

Como eran los únicos paraguayos en el equipo, Vázquez y Villalba rápidamente se volvieron amigos cercanos de Ortíz. Ese sábado del terremoto que dejó 219 muertos en Manta, más que en ninguna otra ciudad, los tres futbolistas se habían puesto de acuerdo para cocinar comida paraguaya después del partido. Iban a cocinar en el apartamento de Ortíz, en un cuarto piso.

Después de comprar la carne y llegar al apartamento, Ortíz recibió una llamada de otro compañero del Manta que le pidió que le ayudara a llevar un aire acondicionado a su casa, a las afueras de la ciudad. Ortíz dejó a sus amigos en su apartamento y tomó su auto. Cuando regresaba ocurrió el sismo.

“Llegué a mi apartamento y lo veo todo derrumbado, veo mi apartamento hecho escombros. Entonces yo me arrodillo y empiezo a llorar, llorar, llorar, porque pensaba que mis amigos estaban ahí dentro, que estaban atrapados, que estaban muertos. No sabía qué hacer”, recuerda Ortíz desde Caaupé, una ciudad a 54 kilómetros de Asunción, Paraguay.

Pasaron las horas y no podía comunicarse con su familia en Paraguay y no sabía nada de sus amigos. En las horas siguientes al terremoto, en Manta establecieron dos albergues. Ortíz fue al primero a buscar a sus amigos, a algún conocido. No encontró a nadie.

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“En el segundo albergue los encontré. Me acuerdo muy bien. Tengo grabada la imagen del momento en el que nos encontramos los tres y ellos estaban descalzos, con shorts y una remera. Fue muy difícil ese momento porque nos encontramos los tres, nos abrazamos y empezamos a llorar como si fuéramos criaturas”, relata.

Ortíz dice que Vázquez y Villalba se salvaron “de milagro”. Según le relataron en el segundo refugio, cuando empezó a moverse el edificio supieron que tenían que salir. Pero antes ayudaron a la vecina del quinto piso a sacar a sus hijos y corrieron escaleras abajo hacia la calle. Minutos después el edificio se desplomó.

“Esa noche nadie durmió en Manta, era imposible dormir, cada rato había temblores. Nos pasamos escuchando las noticias en el carro, la gente llamaba y decía que sus familiares estaban desaparecidos, contaban que su familia había muerto”, cuenta Ortíz.

A las 5 de la mañana decidieron salir del albergue a recorrer las calles. “Éramos los tres paraguayos. Prácticamente nosotros éramos nuestra familia, los tres. Salimos a recorrer, a ver qué se podía hacer. Nosotros los paraguayos nos caracterizamos por ser solidarios y tenemos esa cultura, ese corazón solidario, nos gusta ayudar”.

Pero el horror que vieron en Manta fue más fuerte que su intención. La ciudad quedó devastada, sin luz, sin agua. Los cuerpos de rescate no daban abasto. Y seguía temblando.

Volver a casa

Llegaron hasta el sector donde vivían y encontraron una casa de tres pisos bastante deteriorada, pero aún de pie. Desde afuera podían escuchar los gritos de las personas, entre ellos, niños. Ortíz quería entrar a la casa, intentar ayudar a alguien. Sus amigos le pidieron que no lo hiciera.

“Les dije: ahí hay gritando una criatura. No, no y no, me decían. No pasó ni 10 minutos que estábamos afuera y la casa se vino abajo y no se escucharon más gritos, no se escucharon más llantos. Se cayó la casa y murieron los que estaban atrapados. Y en ese entonces el Iván se desmayó”, recuerda Ortíz.

“Lo único que ellos me decían era: Paolo, sacanos de aquí, por favor sacanos de aquí, no queremos saber más nada. Queremos irnos de aquí”.

El edificio de dos pisos donde vivían Vázquez y Villalba aún estaba de pie. En una decisión arriesgada, pero que dice que tomó porque sabía “lo duro” que era perder todo, Ortíz entró al apartamento de sus amigos, en el segundo piso, y con calma y cuidado sacó todo lo que pudo: dinero, documentos, ropa.

El domingo llegaron a Guayaquil, a casa de Fernando Giménez, paraguayo jugador en ese entonces del Emelec, y días después viajaron a Paraguay.

Vázquez y Villalba no volvieron a Manta, pero Ortíz regresó después de una semana con su familia para cumplir su contrato, que terminaba en diciembre.

Paolo Ortíz, el día en que se despidió del Manta.

Un año después de la tragedia al futbolista se le quiebra la voz recordando ese tiempo. Dice que perdió muchos amigos, gente que lo recibía con los brazos abiertos. Pero también añora la época que vivió allí, pues tiene muy buenos recuerdos de Ecuador, dice, y no se arrepiente de haber pisado ese país.

“Yo perdí absolutamente todo. Mi vida empezó de cero a partir del 16 de abril de 2016. Pero todo lo material se recupera, que gracias a Dios llegué a Paraguay, en diciembre del año pasado, y volví a comenzar. Soy padrino de cinco criaturas en el Ecuador. Creo que si futbolísticamente no he hecho bien las cosas en lo humano pude haber hecho algo bueno porque tener cinco ahijados de distintas familias es algo que a mí me llena de orgullo y creo que a mi familia también”, agrega.

Ortíz juega ahora para el equipo Caacupé. Villalba jugó unos meses en el Rubio Ñu de Paraguay y, en enero de 2017, firmó con el Peñarol de Uruguay. Vázquez regresó a Ecuador, aunque no a Manta, para jugar con el Mushuc Runa, un equipo de Ambato.

Poco se ven ahora por la distancia, pero comparten por siempre las lecciones que les dejó la tragedia, la tristeza, pero también la fortuna de un nuevo comienzo, que aunque difícil, es un privilegio que no tuvieron 671 personas en Ecuador.