Nota del editor: Michael D’Antonio es el autor del libro Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas de su autor.
(CNN) – Uno es el autoproclamado Señor Oscuro en la Casa Trump (se le puede llamar Casa Blanca). Profano, seguro de sí mismo y sumamente ambicioso, Stephen Bannon se parece al viejo sobreviviente de cicatrices de más batallas de las que puede recordar. Su enfoque en el gobierno exige la destrucción de gran parte de él, según el autodenominado movimiento político de la derecha alternativa, que lo ve como una inspiración. “Dick Cheney, Darth Vader, Satanás, eso es poder”, dice.
El otro es el joven Príncipe de la Luz. A pesar de sus pesadas responsabilidades, que incluyen excesivos problemas internos y diplomáticos, Jared Kushner nunca se nota cansado ni agobiado. Avanza a través de la pista, con el Air Force One detrás suyo, acompañado por su esposa princesa y sosteniendo la mano de su hijo. Kushner rara vez habla en público, y cuando lo hace, revela poco de sí mismo. “Debemos tener excelencia en el gobierno”, asegura.
La intriga palaciega no es algo nuevo en Washington. Aunque fue silenciada durante en el tiempo del No Dramático Señor Obama, el deporte de pelearse por la influencia es tan constante como el Potomac y tan viejo como la República. (Así lo es también el deporte de negar que el juego existe).
Últimamente, el propio presidente ha intervenido, tratando de moderar la disputa entre las dos facciones. En una rueda de prensa este lunes, Sean Spicer aseguró que Trump reconoció que sus asesores tenían diferencias de opinión, pero cree que “nuestras batallas y nuestras diferencias políticas deben quedar a puerta cerrada”.
Sin embargo, esta disputa actual entre las facciones de Kushner y Bannon incluye la característica inusual de una primera hija y un primer yerno instalados en las oficinas del Ala Oeste y cerca del corazón del presidente. Esto sólo sirve para hacer más intrigante aún la historia de la contienda.
Expresidentes como Ronald Reagan y Bill Clinton trajeron familiares poderosos a la Casa Blanca y su influencia fue, a veces, perjudicial. Pero ningún comandante en jefe en la era post-Watergate ha convertido a otros miembros de la familia en consejeros prácticamente inmediatos de la Oficina Oval. La confianza de Trump en su hija Ivanka y su marido Jared es consistente, sin embargo, con su vida anterior a la política presidencial. Este es un hombre que confía en pocos, y siempre depende de la familia.
En la última década ha sido Ivanka —no Melania, la esposa de Trump— quien sirvió como su tablero de resonancia y contrapeso en el desarrollo y operación del imperio empresarial Trump. Muy querida y bien hablada, la mera presencia de Ivanka tranquilizó a las personas que no creían que hubiera algo bueno en el insoportable Trump. Cuando se casó con Jared, ella trajo a la familia a un joven al que su padre casi adoptó como el hijo que hubiera deseado.
Los dos hijos reales de Trump, Donald Jr. y Eric, viven con la carga de ser herederos de la tercera generación de una fortuna inmobiliaria que fue establecida por su abuelo Fred y ampliada a través de la expansión de su padre en Manhattan. Llegaron a la mayoría de edad sin la ardiente necesidad de probarse a sí mismos capturando la atención de la élite de bienes raíces. Ese trabajo ya estaba hecho. Totalmente eclipsados por su padre, han aceptado que serán mayordomos de lo que él creó y se distinguen principalmente a través de sus intereses secundarios. A Eric le gusta la actividad caritativa. A Donald Jr., la actividad al aire libre.
Jared Kushner, por otro lado, utilizó la misma magia que le funcionó al presidente. Llevó a una empresa de desarrollo de propiedades suburbanas a la gran ciudad haciendo un gran acuerdo para comprar un rascacielos en la Quinta Avenida. Esta audacia sin duda resonó en su suegro y, como un hombre que creía que su habilidad de bienes raíces podría trasladarse a cualquier propósito, pensó que las fortalezas de Jared, sin probar cómo estaban, podían implementarse en la Casa Blanca. Junto con Ivanka, Jared ha crecido en reputación durante los primeros meses del nuevo gobierno, sirviendo como el conducto del presidente hacia líderes extranjeros y como una mano constante entre el remolino de la intriga.
Aunque incluso el Príncipe de la Luz ha sido objeto de algunas críticas, incluso por su reunión con un banquero ruso y el embajador de ese mismo país durante la campaña y su elección de vestuario reciente para un viaje a Bagdad. Sin embargo, incluso con sus tropiezos, Kushner continúa sirviéndole como un consejero leal al presidente. Y en contraste con el Kushner de aspecto sereno, Bannon ha parecido estar agitando, si no incompetente. Su papel fue evidente en el discurso inaugural de Trump, que era una oda a la clase de distopia pronosticada por uno de los libros favoritos de Bannon, The Fourth Turning, An American Prophecy. El discurso estaba plagado de inexactitudes, y las opiniones sobre este fueron casi uniformemente negativas. En su titular, Time lo calificó como “discurso divisivo sin precedentes”. El Washington Post lo consideró como “lo más espantoso”.
Bannon también fue el arquitecto detrás de la primera iniciativa de política de Trump, que fue el intento de prohibirle la entrada a Estados Unidos a los viajeros de ciertos países de mayoría musulmana. El decreto resultó en un desastre que fue rechazado en todo el país y fue suspendido inmediatamente por los jueces federales.
Además del fiasco de esta prohibición, Bannon pudo haber sido responsable del otro gran fracaso de Trump: el colapso de su esfuerzo para derogar y reemplazar a Obamacare. Al igual que otros republicanos que han prometido durante años destruir la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio, Trump hizo campaña con la idea de desmantelar el programa de reforma que agregó a la seguridad social a más de 20 millones de personas. Infortunadamente para él, no estaba más preparado que los republicanos en el Congreso para escribir una ley de reemplazo. Mientras el esfuerzo del presidente para cumplir su promesa estaba siendo derrotada, Bannon se fue al Capitolio para presionar a los representantes que no estaban a favor.
De acuerdo con una persona que estaba en la sala, Bannon dijo: “Esto no es una discusión, no es un debate, no tienes otra opción que votar por este proyecto de ley”. Esto no cayó bien entre aquellos opuestos a la ley que sentían que tenían el criterio de su lado. Al final, el colapso de la iniciativa podría ser visto, al menos en parte, como el fracaso de Bannon.
La situación empeoró cuando salió la noticia según la cual Bannon quería asegurarse de que la Cámara fuera encuestada sobre la legislación para poder poner a los que no la apoyaban en una lista de enemigos. El enfrentamiento fue evitado cuando el presidente de la Cámara, Paul Ryan, la retiró antes de ser rechazada formalmente.
Hace dos semanas, después de Trump haberse perturbado por el ataque de gas venenoso del régimen sirio en un área rebelde, que mató a muchos niños, castigó a Damasco con 59 misiles de crucero. Aunque principalmente se vio como una especie de envío de mensaje, el ataque le hizo ganar elogios a Trump por parte de muchos expertos. Representaba el tipo de activismo internacional al que Bannon se opondría, y al parecer trató de disuadir al presidente.
Una foto de la sala de situación improvisada en la que se tomó la decisión mostró a Bannon en un asiento en el fondo y a Kushner en la mesa con el presidente. Otras señales, incluyendo la prominencia del amigo de Kushner, Gary Cohn, ahora empleado de la Casa Blanca, son malas para Bannon.
Visto desde fuera, el declive de Bannon y el ascenso de Kushner señalan la posibilidad de una normalidad en la Casa Blanca de Trump, y esto debería tranquilizar a quienes temen la ideología de derecha, que tiene una larga tradición en xenofobia y poco compromiso con el mundo.
Sin embargo, Bannon no se ha ido todavía, y Kushner es, aunque menos espantoso, una figura política primípara y sin experiencia. El Príncipe de la Luz puede derrotar al Señor Oscuro, pero su victoria no garantizará que la Casa de Trump le sirva bien al pueblo. Como escribió el exsecretario de Trabajo Robert Reich hace unos días, el estilo más estable de liderazgo de Kushner probablemente favorece a la élite rica, uno de los grupos que los votantes buscaron castigar cuando eligieron a Trump.