Nota del editor: Este artículo contiene imágenes extremadamente perturbadoras de niños muertos.
Con la mirada clavada en el horizonte, jadea tratando a duras penas de respirar. Su diminuto pecho busca desesperadamente inhalar más oxígeno. Sus ojos abiertos de par en par, inmutables; las pupilas contraídas, ocultando el pánico que está detrás.
La niña parece confundida: no entiende por qué se está muriendo, por qué está tumbada en la parte trasera de un camión con otros niños pequeños, algunos con espuma en la boca; otros inmóviles, ya sin vida.
El suelo a su alrededor está lleno de cuerpos, algunos convulsionándose, revolcados en el lodo mientras los equipos de rescate tratan en vano de quitarles a manguerazo limpio el agente químico que los ha impregnado.
Mira el video:
Minutos antes había sido una mañana normal, fresca, en el norte de Siria. La gente de Khan Sheikhoun estaría desayunando, preparándose para ir al colegio, jugando afuera o todavía durmiendo.
Pero poco antes de las 7:00 de la mañana del primer martes de abril, testigos dicen que los aviones del Gobierno bombardearon la ciudad, liberando un gas venenoso que mataría a 92 personas.
Imágenes de las secuelas del ataque, obtenidas por CNN, revelan crudamente lo que ocurrió aquel día. Unas imágenes durísimas para la vista.
Casi cada semana se habla de “crímenes de guerra” y “crímenes de lesa humanidad” en Siria, conceptos abstractos que a menudo se diluyen en medio de la jerga de las maquinaciones geopolíticas del conflicto.
Pero cuando uno ve a estos niños, ahogándose en lo que posiblemente fueron sus últimos alientos, se entiende lo que es el mal.
He viajado a Siria una docena de veces desde que comenzó la guerra civil en 2011, y cada viaje trae consigo nuevas imágenes de muerte y destrucción que se quedan marcadas a fuego en la memoria. El ruido aterrador de la artillería a altas horas de la noche. El sonido ensordecedor de los aviones de combate sobrevolando. La frenética búsqueda de sobrevivientes entre los escombros. Mujeres gimiendo y llorando a sus hermanos y esposos muertos. Los ojos en blanco de un joven muerto en el fuego cruzado. El solemne cortejo de un ataúd camino al cementerio.
Pero hay algo especialmente horripilante en las imágenes de Khan Sheikhoun, algo singularmente desolador al ver los últimos suspiros de gente inocente. Las armas químicas están prohibidas desde el final de la Primera Guerra Mundial. Son bárbaras e inhumanas, una “línea roja” que nunca debe cruzarse. Tampoco hacen distinción entre soldados y niños.
No hay misericordia, ni muerte rápida, ni dignidad en esos últimos momentos. Las víctimas pierden el control de sus facultades, sacan espuma por la boca y se retuercen en el suelo. La vida se les esfuma.
No es la primera vez que el régimen del presidente de Siria, Bashar al Assad, bombardea con gas a su propio pueblo, o que niega haberlo hecho. En 2013, un ataque con sarín dejó más de 1.400 muertos, incluidos más de 400 niños, y un reciente informe de Human Rights Watch denunció que las fuerzas gubernamentales han utilizado agentes nerviosos en al menos cuatro ocasiones en los últimos meses.
Pero Al Assad no sólo negó que su régimen fuera responsable del ataque en Khan Sheikhoun. Negó incluso que se hubiera producido, y lo describió como “un invento 100%”, como si uno pudiera falsificar las agonizantes muertes de los niños captadas en estas imágenes.
Está claro, desde hace bastante tiempo, que el régimen sirio no tiene respeto por la vida humana. Durante seis años, ha reprimido a su propio pueblo en un intento de recuperar el control del país.
Al Assad ha disfrazado el conflicto llamándolo guerra contra el terrorismo. Para las personas que viven en zonas controladas por la oposición, sin embargo, se siente más como una guerra contra la normalidad.
El mensaje del régimen es claro: bombardearemos tus hospitales, sus mercados, sus panaderías y sus escuelas; mataremos a tus hijos, tus madres y tus hermanos. Te hambrearemos, encarcelararemos, torturaremos y lanzaremos gas hasta que sea imposible vivir en estas áreas. En un suburbio de Damasco que estaba bajo asedio, una graffiti en un muro resumía esta política: “Muere de hambre o arrodíllate [ante Al Assad]”.
El despiadado cinismo del régimen de Al Assad, sostenido por el apoyo financiero y militar de Irán, Rusia y la milicia libanesa de Hezbollah, ha horrorizado y paralizado a la comunidad internacional.
Después del genocidio en Rwanda y de la masacre de Srebrenica, las Naciones Unidas se comprometieron ante el mundo a que no volviera a suceder “nunca más”. Pero las realidades geopolíticas destruyen cualquier idealismo. La comunidad internacional no ha llegado a un consenso sobre quiénes son los culpables en la guerra de Siria o sobre cómo avanzar.
Los ataques con misiles de Estados Unidos contra la base desde donde se cree que se lanzó el ataque a Khan Sheikhoun podrían servir de dura advertencia. Quizás Al Assad se lo piense dos veces la próxima vez antes de volver a usar el gas sarín.
Pero los bombardeos no han cesado. Siguen atacando hospitales y siguen muriendo civiles inocentes. La historia no será benigna con los líderes mundiales por no impedir que la matanza del pueblo sirio continúe.
Más de 20 miembros de la familia Youssef murieron en el ataque contra Khan Sheikhoun. Entre ellos estaba Yasser al-Youssef, un hombre de 39 años que tenía un supermercado y era voluntario en la mezquita local. Sus amigos dicen que Yasser, como muchos otros padres, estaba muy preocupado por la educación de sus hijos en Siria.
Dos de los hijos de Yasser, Muhammed, de 12 años, y Amer, de 4, también murieron en el ataque. A Muhammed le encantaba jugar al fútbol cuando la situación era suficientemente segura como para estar al aire libre, dijo su primo a CNN.
Amer, por el contrario, prefería perseguir pollos y palomas en la finca familiar. Una fotografía, captada en una situación mucho más feliz, los muestra abrazados y sonriendo a la cámara, con el brazo protector de Muhammed envolviendo a su hermano pequeño.
Su madre, Sana Haj Ali, de 36 años, también murió. Uno de sus parientes le dijo a CNN que estaba observando por la ventana a Amer, quien jugaba afuera, cuando el avión sirio dejó caer su carga química.
FOTOS | Las imágenes del dolor en Siria: los niños víctimas de la guerra
Sana vio a Amer caer al suelo y gritó a Yasser para que fuera a rescatarlo. Yasser salió corriendo, recogió a Amer y logró subir al coche antes de sucumbir a los efectos del gas. Sana salió corriendo tras ellos, y cayó muerta a la entrada de su casa.
Sana es una de las miles de madres que han muerto en Siria tratando de proteger a sus hijos. Amer y Muhammed están entre los miles de niños inocentes que han muerto en esta guerra sin sentido.
No hay nada excepcional en estas personas. En muchos sentidos, son como nosotros. No podemos hacer nada para devolverles la vida. No podemos acabar con las pesadillas o mitigar el dolor de los que sobrevivieron. Quizás lo mínimo que podemos hacer es prestar atención.
VIDEO: El inimaginable horror del ataque con gas tóxico en Siria
Todavía hay una varios grupos de ayuda humanitaria y organizaciones no gubernamentales que trabajan incansablemente para proporcionar asistencia médica, alimentos, refugio y otras necesidades básicas a los sirios que viven dentro y fuera del país. Más de 5 millones de personas han huido de Siria desde 2011, pero muchos permanecen. Al menos 6,3 millones de personas han sido desplazadas de sus hogares y 4,7 millones están atrapadas en áreas de difícil acceso, según la Agencia de Refugiados de la ONU.