Nota del editor: Michael D’Antonio es el autor del libro ‘Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success’. (Nunca es suficiente: Donald Trump y la búsqueda del éxito) Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) – Cuando el subsecretario de Justicia de Estados Unidos Rod Rosenstein nombró a un investigador especial para indagar por el presidente y sus socios, le impuso a Donald Trump algo que ha pasado toda una vida evitando: la rendición de cuentas.
En un momento de serenidad, incluso Trump podría admitir que esta situación tenía que llegar. Aunque lo que publicó en Twitter durante la mañana de este jueves refiriéndose a la decisión como una “cacería de brujas” en su contra sugiere que todavía se considera a sí mismo como intocable.
En menos de cuatro meses como presidente, Trump ha puesto a prueba los límites de todas las instituciones que existen para evitar que el jefe ejecutivo de Estados Unidos se convierta en un déspota.
El Congreso respondió con investigaciones sobre sus conexiones con Rusia. Los tribunales rechazaron sus prohibiciones inconstitucionales a los visitantes musulmanes. Y la prensa ha alertado al mundo sobre sus innumerables violaciones al sentido común y la decencia.
Sin embargo, él se ha negado hasta ahora a hacer el trabajo para el que fue elegido, prefiriendo dedicarse a tuitear, a actuar con dejo imprudente y a jugar mucho al golf.
El nombramiento de un fiscal especial, que tendrá un enorme poder de investigación, fue precipitado por el despido del director del FBI James Comey por parte de Trump y la revelación de que supuestamente le pidió a este funcionario que no continuara con las investigaciones sobre los posibles vínculos de su campaña presidencial con Rusia.
Aunque estas dos historias explosivas se conocieron en apenas un par de días, en ese mismo período también nos enteramos de que cuando el presidente recibió recientemente al ministro de Asuntos Exteriores y al embajador de Rusia, supuestamente divulgó secretos de alto nivel sobre amenazas terroristas, que fueron suministrados por socios extranjeros que esperaban ser protegidos.
La práctica que ha mantenido Trump toda la vida de explotar a otros y de eludir su responsabilidad garantizaron que se complaciera en la conducta imprudente que lo ha llevado tanto a él como al mundo a este punto de crisis.
Este es un hombre que ha pasado décadas hiriendo a otros (y a sí mismo) a una velocidad asombrosa. Además, ha respondido a los diversos desastres con una combinación de negación y actitud defensiva. Estas características clásicas del bravucón le han permitido evitar la mayor parte de las consecuencias derivadas de su comportamiento.
Antes de convertirse en una figura política nacional, la mayoría de los estadounidenses desconocía el hecho de que los negocios de Trump perdieron por lo menos 1.000 millones de dólares, y tal vez hasta 6.000 millones, durante una carrera de negocios que según él fue un éxito rotundo. El dinero fue suministrado por inversionistas y, como fue filtrado a través de la corporación, Trump nunca fue señalado de responsable.
Él también ha evitado reconocer el dolor que causó a las personas que intimidó en negocios inmobiliarios o que engañó con iniciativas como la llamada Universidad Trump. En este último caso, su negocio debió pagar 25 millones de dólares para llegar a un acuerdo en la demanda, pero el hombre era tan inmune a ser responsabilizado que resultó elegido justo cuando este pleito era ampliamente divulgado por los medios de comunicación.
La campaña electoral fue, en retrospectiva, la máxima demostración del triunfo que tuvo la arrogancia del bravucón. Comenzó con una diatriba contra los inmigrantes, a quienes clasificó como traficantes de drogas, violadores y asesinos. Luego vinieron los mítines, donde Trump aparentemente incitó a la violencia e insultó a sus competidores en los términos más crudos: comparó al doctor Ben Carson con un acosador de niños, y a Hillary Clinton la tildó de criminal.
Tras ser recompensado con la lealtad de quienes amaron el espectáculo, Trump declaró: “Podría estar en medio de la Quinta Avenida, dispararle a alguien y no perdería votos”. Esto lo dijo en Iowa, apenas dos meses después de que manifestara públicamente lo “estúpidos” que eran los residentes de ese lugar por escuchar a uno de sus oponentes del Partido Republicano.
Aunque Trump desafió a las personas de Iowa a rechazarlo, este estado le dio una victoria aplastante y eso le permitió compensar los votos del Colegio Electoral del estado. Al entregarle su apoyo, los estadounidenses de Iowa ignoraron los insultos y el comportamiento grosero, poniéndose del lado del Trump perturbador, como quieren hacerlo muchos espectadores que están tan excitados como aterrorizados del bravucón, del bully.
Luego, los republicanos en Washington, incluyendo muchos que sentían que él era inadecuado para el cargo, se convirtieron en facilitadores de Trump , con el fin de disfrutar el poder que venía con el control de la Cámara, el Senado y la Casa Blanca. En una cobarde demostración de aversión propia, Ben Carson se convirtió en el campeón de Trump.
Ganar lo es todo para el ahora mandatario, y en su vida antes de la presidencia utilizó los mismos métodos limitados (desafío, engaño, distracción) una y otra vez para conseguir lo que quería.
Pero escondido dentro de estas tácticas estaba el riesgo inherente en que otros se atrevieran a oponérsele.
Sin poder aprender nuevos trucos, este Trump de 70 años finalmente ha llegado a los límites de su arrogancia. Se ha estrellado contra un sistema de leyes diseñado para salvar al país de alguien como él. Por lo visto, Rosenstein, un hombre íntegro, le ha dado por fin a un hombre que está desprovisto de esta cualidad exactamente lo que ha estado pidiendo desde el principio.