(CNN) – Hay dos cosas que van en aumento en la Península Antártida: las temperaturas y el turismo.
Una temperatura sin precedentes de 17,5 grados fue registrada por la Organización Metereológica Mundial en la Base Esperanza, de Argentina, en marzo del 2015. Un clima casi para vestir solamente una camiseta.
Entretanto, a partir de julio del 2017 hay 63 embarcaciones registradas con la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida, incluyendo algunos grandes nombres en la industria de los cruceros como Hurtigruten, Holland America Line, Seabourn, Silversea y Celebrity Cruises.
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Entre todos ellos trajeron 38.500 visitantes en expediciones turísticas al continente blanco en la temporada 2015-2016, un aumento de casi 10.000 personas frente a la década pasada.
¿Pero estos viajes que requieren alto consumo de gasolina son finalmente perjudiciales para la región o también pueden ser una fuerza positiva?
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A bordo del Lindblad Expeditions National Geographic Explorer, a principios de febrero del 2017, pude observar escenas turísticas típicas de la Antártida.
Pasajeros armados con binoculares y cámaras fotográficas con teleobjetivos, con parkas color naranja brillante, adornadas con varios parches que atestiguan que sus dueños han vivido otras aventuras intrépidas.
Cuando el buque se acerca a un gran bloque de hielo compacto, y a lo lejos se puede observar un pingüino rey que ojea el barco antes de caminar balanceándose, la jornada hacia el sur de esos viajeros ha terminado. El océano ya está muy congelado como para seguir adelante.
Rito de iniciación
“Me alegra que no vayamos a llegar al Círculo Antártico”, dice abordo el naturalista y profesor de fotografía Eric Guth, quien como parte de su trabajo en Lindblad Expeditions participa en un proyecto de investigación creado por James Balog, con el que se han puesto cámaras en la Antártida para monitorear el retroceso glacial.
Para muchos turistas polares, cruzar ese límite invisible es como un rito de iniciación.
“Solo es un ejercicio inútil por el hecho de decir que hiciste algo abstracto, mientras se quemaron toneladas de combustibles fósiles en el proceso”, argumenta.
Tiene razón. Contribuir con el cambio climático realmente no es el espíritu de visitar esta naturaleza virgen.
Todo esto te hace pensar si debemos visitar esta zona, dejando nuestra sucia huella de carbono en la nieve.
“Aumentar el turismo en la Antártida es algo de lo que tenemos que ser muy conscientes, con todos estos barcos quemando combustibles fósiles”, dice John Durban, investigador británico de ballenas asesinas que trabaja con la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés).
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Turismo regulado
Sin embargo, Durban insiste en que no se deben menospreciar los beneficios de llevar al público a esos ambientes: las expediciones polares aumentan la conciencia sobre el cambio climático y crean embajadores de la vida silvestre, mientras que los dólares de los turistas financian expediciones científicas como aquella sobre las orcas en la que él participa.
“El turismo no está progresando de un modo no regulado”, dice Durban. “El esquema de la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida está de acuerdo en exigir las mejores prácticas para minimizar el impacto en el medio ambiente”.
Los recorridos registrados de la Asociación están limitados a no más de 500 pasajeros en los barcos, con solo 100 de ellos en tierra en un momento determinado. Y antes de acercarse a la Península Antártida, los buques deben cumplir con rigurosos procesos de descontaminación.
Durante el viaje que hice en febrero, Kendrick Taylor, jefe científico de la Fundación Nacional de Ciencia que investiga el papel de los gases de efecto invernadero en el cambio climático y la estabilidad de la capa de hielo de la Antártida, les dio a los turistas unos datos escalofriantes que ha recolectado analizando muestras de núcleos de hielo.
Al contener burbujas de aire antiguo y preservar capas de polvo antediluviano, el hielo actúa como un registro eterno de los gases atmosféricos y, según Taylor, claramente muestra que los niveles de CO2 están hoy en su punto más alto, al menos en los últimos 800.000 años.
Con la información provista por los bloques de hielo, Taylor dice que para el 2100 las temperaturas pueden aumentar varios grados y, más allá de los números, es posible incluso que áreas como Manhattan, por ejemplo, terminen inundadas.
Y el aumento de las temperaturas en la Península Antártica en los últimos 50 años ya está teniendo efectos en la vida marina de la región.
Las ballenas asesinas tipo B1, por ejemplo, se alimentan casi exclusivamente de focas Weddell, que cazan en los trozos de hielo. Pero como cada vez hay menos hielo, las focas Weddell pasean ahora casi siempre en pedazos de tierra, e involuntariamente se quedan en lugares a los que las orcas no pueden acceder.
Un reporte de la NASA de marzo del 2017 encontró menos hielo marino rodeando al continente Antártico que en cualquier otro momento desde que se hacen los registros, en 1979.
En la Estación Palmer, una base de investigación de Estados Unidos, está la tienda de souvenires más al sur del mundo, con camisetas, sudaderas y calcomanías a la venta. Claramente, fue puesta allí para la llegada de turistas.
Y mientras cientos de miles de turistas vestidos con parkas llegarán a visitar a los pingüinos en el hielo en la temporada 2017-2018, las ganancias del turismo responsablemente administrado ayudarán a financiar expediciones científicas a la Antártida.
Necesitamos cambiar nuestros hábitos para asegurar la supervivencia. Y para los humanos, la clave para conseguirlo es a través de la educación. Cuando un barco con turistas regrese a casa, lo hará lleno de activistas verdes a bordo.
James Draven es un premiado periodista de viajes independiente, editor, bloguero y fotógrafo. Sus textos y fotos han sido publicados en National Geographic Traveller, The Sunday Times Travel, The Guardian, The Telegraph y The Independent, entre otros.