Nota del editor: Kate Maltby es conductora y columnista en Reino Unido. Escribe una columna semanal sobre política y cultura en el diario británico ‘The Financial Times’ y es crítica de teatro para el ‘Times of London’. Está terminando un doctorado en Literatura del Renacimiento y recibió un doctorado de parte de la Universidad de Yale y del University College de Londres. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autora.
(CNN) — Es 2017. El hombre ha caminado en la Luna; el ingenio científico erradicó la viruela, dividió el átomo y procesó el bit. Sin embargo, en mi país, Reino Unido, sigue habiendo una familia real.
Conforme las imágenes de la gira real más reciente dan la vuelta al mundo (el príncipe Guillermo, nuestro supuesto futuro rey, visita Polonia con su esposa Catalina y sus hijos, Jorge y Carlota), podríamos perdonar a los analistas de todo el mundo por preguntarse si todo esto no es un poco arcaico. Rango hereditario, poder político y privilegio hereditario: en Estados Unidos se abolieron en 1776.
A muchos británicos les gustaría hacer lo mismo: la conferencia anual de Republic, un movimiento antimonárquico, se llevó a cabo en Newcastle-upon-Tyne el fin de semana pasado. Pero ante la inseguridad política que sacude tanto a Reino Unido como a Estados Unidos, la monarquía británica goza de una popularidad inusual en casa.
Para algunos británicos, el que Donald Trump haya resultado electo presidente de Estados Unidos (y las dudas que rodean a su campaña) expuso la debilidad de las democracias presidenciales.
En Reino Unido ha habido dos grandes referendos y dos elecciones generales en los pasados tres años; los electores están agotados y divididos por la acritud que genera la política populista.
La política nunca había sido tan amarga en sentido personal. La nueva normalidad de los británicos son las grandes disputas por diferencias electorales. Los miembros del Parlamento, particularmente las mujeres o los judíos, han reportado un incremento excepcional en el acoso político focalizado. Hace apenas un año, en el punto culminante de la campaña del brexit, asesinaron a una legisladora en plena calle.
En vista de todo esto, parece que la familia real británica es la institución más estable que tenemos. La reina ha trabajado con 13 primeros ministros durante su reinado (y con más de 160 de toda la Mancomunidad). Pocos sabemos quién será el primer ministro dentro de seis meses. Theresa May se tambalea mientras los ministros del gabinete conspiran abiertamente para destituirla.
Por otro lado, un Partido Laborista dividido resurge y espera tras bambalinas. Si puede forzar y ganar una moción de confianza en el Parlamento británico (posibilidad muy real cuando ningún partido político tiene el control total), bien podríamos ser testigos de unas elecciones repentinas y de un gobierno laborista.
El lema electoral más reciente del Partido Conservador (que ha sido objeto de muchas burlas por su ubicuidad y su vacuidad) fue “fuerte y estable”. Meses después, es la figura venerable de la reina Isabel II, no la tambaleante figura de Theresa May, la que encarna ese lema reconfortante.
Sin embargo, hay otra razón por la que los británicos se aferran a la familia real más que nunca. Desde que Reino Unido decidió abandonar la Unión Europea, el país ha agonizado mientras reflexiona sobre su situación en el mundo. ¿Cometer errores por nuestra cuenta nos hará dignos de más respeto? ¿Acaso perder nuestro lugar en la mesa de la Unión Europea significa que tendremos que esforzarnos más para crear alianzas y pagar más por los acuerdos comerciales y el acceso político?
Sin embargo, si envías a un miembro de la familia real británica, cualquier jefe de gobierno programará una reunión. O al menos eso espera el gobierno británico.
Como Guillermo y Catalina son miembros jóvenes de la familia real en una monarquía constitucional, no tienen poder ejecutivo; sin embargo, encarnan el principio del poder simbólico: la capacidad de influir, de encantar, de llamar la atención del mundo.
El dramaturgo Mike Bartlett hizo un agudo retrato de la situación de la pareja real en su exitosa obra King Charles III. En un momento de gran triunfo político, su Kate Middleton ficticia le dice a la madrastra de su esposo: “El ancho de nuestras columnas es la mayor influencia que tenemos”. Todos quieren que los fotografíen a su lado en la revista Vogue. La cancillería británica lo sabe. No habrá sido coincidencia que el primer viaje del príncipe Guillermo, después del referendo del brexit, haya sido a Alemania para visitar a su líder, Angela Merkel. En esa visita dio un discurso en el que celebró la relación de Alemania con Reino Unido y le aseguró al público alemán que “esta alianza continuará a pesar de que, recientemente, Reino Unido decidiera abandonar la Unión Europea. La profundidad de nuestra amistad con Alemania no cambiará”.
Guillermo y Catalina visitaron Alemania, después de su primera escala en Polonia; es un viaje que la cancillería británica planeó en gran medida para consolidar los lazos personales de los miembros de la familia real británica con los líderes que decidirán el futuro del acceso de Reino Unido al comercio en la Unión Europea.
Al ir acompañados de la princesa Carlota y del príncipe Jorge en su primer viaje al extranjero como familia, los Cambridge están presentando a una nueva generación de embajadores, que seguirán encantando al público europeo mucho después de que las fricciones de este año en materia diplomática hayan pasado.
¿Esa facultad de la familia real de generar una sensación de bienestar a nivel internacional justifica el absurdo de un sistema que otorga privilegios y poder por un simple accidente del destino? Para muchos de nosotros, no. A veces, el poder es tan simbólico que su influencia parece insignificante.
El príncipe Guillermo está tan enfocado en generar buena voluntad que ha hablado poco de los derechos humanos en Polonia. Sus opciones para hacerlo están limitadas: el gobierno británico necesita al euroescéptico gobierno polaco de su lado en las futuras negociaciones con otros Estados europeos. Nunca sabremos qué piensa Guillermo sobre esto mientras recita lugares comunes que el gobierno británico escribió.
Una cosa está clara. Reino Unido necesita amigos en Europa. Nuestra familia real está educada desde la cuna para estrechar montones de manos con una sonrisa en el rostro en un día y para hacerlo mejor que el político más consumado. ¿Es un sistema perfecto? Tal vez no. Pero conforme se derrumban otras certidumbres diplomáticas, Reino Unido se siente agradecido por la durabilidad de su arma secreta real.