Nota del editor: Juliette Kayyem, analista de seguridad nacional de CNN, es la autora del best seller ‘Security Mom: An Unclassified Guide to Protecting Our Homeland and Your Home’. Es profesora en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de Harvard, antigua subsecretaria del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos y fundadora de Kayyem Solutions, una firma de consultoría de seguridad. Las opiniones expresadas en este artículo son de su propia responsabilidad.
(CNN) – Es una tarea difícil convertir los recuerdos del huracán Katrina en una historia pintoresca de actores gubernamentales bien intencionados incapaces de salvar una ciudad de la destrucción. El presidente Donad Trump logró hacer eso el sábado por la mañana cuando esencialmente culpó a Puerto Rico y su alcaldesa, en una serie de tuits, por la devastación que enfrentan. Desde su propio club de golf, Trump atacó en lugar de reflexionar y ayudar.
Soy analista de seguridad nacional y seguridad interior para CNN y para esta página de opinión. Cuido mis emociones. De hecho, al haber estado sobre el terreno por algún tiempo, habiendo trabajado en muchos desastres, mantengo mis críticas al mínimo, porque sé lo duro que es el manejo de desastres. Vi las impresionantes imágenes de Puerto Rico, pero conociendo la dedicación y la experiencia de los profesionales laborando en el desastre creí que debía haber una explicación.
Por ejemplo, entendí que los desafíos de movilizar productos básicos rápidamente en una isla devastada es arduo, que la proverbial “última milla” para la distribución es el mayor desafío de cualquier movilización masiva. He trabajado dentro de los límites de la anticuada Ley Jones, la ley que prohíbe a barcos extranjeros descargar en los puertos estadounidenses, pero entendí que las exenciones, como la que emitió Trump, estaban disponibles y que la ley en sí misma probablemente no era la causa de la lenta respuesta.
Yo, como cualquiera, vi el tremendo trabajo del equipo de seguridad nacional de Trump en los huracanes en Houston y Miami hace solo unas semanas. De alguna forma, me había convencido de que Trump tenía un pequeño papel en esta tragedia.
Ya no. Un buen hombre con empatía, o que incluso sabe como pretender que la tiene, no dejaría que la tragedia se tratara de él. Un presidente confiable no acusaría a los puertorriqueños de querer “todo hecho”. Un líder autorreflexivo capaz de evaluar críticamente cuestionaría y presionaría a su equipo para enviar más recursos y poner en movimiento la respuesta federal. Un comandante en jefe fuerte sabría que su deber principal no es aplaudirse a sí mismo o responder a tomar represalias debido a un ego lastimado, sino usar su plataforma global para proveer dos necesidades claves: números (socorristas, productos básicos, barcos, comida, agua, maquinaria, etc.) y esperanza.
Esperanza. Es lo más fácil de hacer, dejar que los puertorriqueños, nuestros propios ciudadanos, sepan que entendemos su frustración y temor y que no aceptaremos nada que no sea una resolución.
Y si no es ya lo suficientemente malo para los puertorriqueños, una víctima adicional de la actitud defensiva y la hostilidad son los socorristas trabajando en la respuesta al huracán. Aunque sus tuits del sábado por la mañana pretenden defender a FEMA (Agencia Federal de Respuesta a Desastres) y las tropas – y la secretaria de prensa de la Casa Blanca Sarah Sanders claramente trataría más tarde de sugerir que los críticos de Trump habían sido malinformados sobre el respaldo del presidente a la isla– en realidad hacen exactamente lo opuesto.
En el terreno, trabajadores locales y federales se afanan día tras día en cumplir su labor; podría haber desacuerdos, pero en toda tragedia, esas divisiones desaparecen y todos trabajan unos con otros para aprovechar su experiencia colectiva, salvar vidas y reconstruir.
Trump acaba de levantar un gran muro entre ellos. Él es bueno en eso, aún en una tragedia. Él ha logrado dividir más que unir. Al cuestionar la afiliación partidista de una alcaldesa –una líder latina– él ha llevado la política ante la puerta de la tragedia.
Esto es peligroso y es histórico. Ni siquiera el presidente George W. Bush tomó ese camino durante el huracán Katrina, una crisis que ya no será LA medida para futuras fallas presidenciales. En los años venideros, dejaremos de preguntarnos: “¿es este es el huracán Katrina del presidente?”. En cambio será “¿es este el Puerto Rico del presidente?”. Trump ha elevado la vara de medir. No era nada fácil. Misión cumplida.