(CNN) – Washington se ha preguntado durante meses cómo manejaría su primera crisis genuina el presidente Donald Trump.
Mientras Puerto Rico lucha por recuperarse después del huracán María, la respuesta ahora está clara: la respuesta de Trump ha sido un frenético microcosmos de su turbulenta y combativa presidencia.
Muchos de los rasgos de la personalidad política de Trump, desde su desprecio por lo convencional hasta su aguda sensibilidad por el más mínimo desprecio personal, se han magnificado a medida que la crítica se ha ido construyendo lentamente sobre su gestión de la crisis.
Bajo presión, Trump improvisa, polariza y se victimiza. Se le ve contento de crear su propia realidad —en este caso sobre la verdadera naturaleza de la difícil situación de la isla— si la que prevalece es desfavorable para él. Su frustración ha creado prolongadas tormentas en Twitter, ofreciendo ciertas ideas sobre su estado mental. En presidencias anteriores los estadounidenses han tenido que esperar por autobiografías o libros de historiadores para conocer esto.
Trump también ha sido rápido con las excusas: su gobierno ha señalado reiteradamente que Puerto Rico es una isla rodeada de agua, por lo que es más difícil enviar ayuda masiva a diferencia que en Florida o Texas.
Y, como lo hizo durante su campaña, el presidente ha buscado defenderse buscando enemigos para tildarlos de chivos expiatorios y desviar la culpa de sus propios errores, como por lo hizo, por ejemplo, con la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz.
Estos vistazos al carácter de Trump sugieren que las expectativas de que él pueda llegar a tener un registro más convencionalmente “presidencial” cuando las trivialidades de la vida política diaria sean reemplazadas por decisiones de vida o muerte, pueden estar equivocadas.
También pueden ser un indicio de cómo lideraría una crisis de seguridad nacional con implicaciones globales más graves que los problemas de Puerto Rico, quizás el enfrentamiento con Corea del Norte sobre su programa nuclear, o en el caso de una explosión de las tensiones con Irán.
El drama de la temporada de huracanes también ofrece señales sobre cómo Trump ve el trabajo de la propia presidencia.
El estilo de liderazgo de Trump en los últimos días no le ayuda a su carácter cuando se trata de la adversidad. Siguiere, en cambio, que el trabajo de su presidencia es diferente al de sus predecesores.
Hay poca evidencia de que Trump acepte que su gobierno es un lugar de confianza pública y de donde viene el dinero, justamente o no. Su reacción a las críticas sobre Puerto Rico sugiere lo contrario, que él ve su trabajo más como una extensión de su propio ego y prestigio.
Trump estuvo todo el fin de semana rechazando personalmente la noción de que había serios problemas en los esfuerzos de socorro, incluso aunque muchos puertorriqueños aún no tengan acceso a agua potable, energía eléctrica, gasolina y aún necesiten cubrir las necesidades básicas.
“Hemos hecho un gran trabajo con la casi imposible situación en Puerto Rico. Fuera de las falsas noticias o ingratos motivados políticamente… la gente está ahora reconociendo el asombroso trabajo hecho por FEMA y nuestro gran ejército”, tuiteó Trump este domingo.
Es muy poco probable que otro presidente moderno —especialmente en la era posterior al huracán Katrina— considere apropiado insultar a un funcionario local que pide ayuda en una zona de desastre, como lo hizo Trump con la alcaldesa de de San Juan.
Y además, el presidente también pareció culpar a las víctimas del huracán diciendo que “quieren que todo se haga por ellos cuando debería ser un esfuerzo comunitario”.
También es difícil de imaginar otro comandante en jefe volando, como lo hizo Trump, a un lujoso campo de golf durante el fin de semana en medio de las críticas por su manejo d ela situación mientras aquellos golpeados por la tragedia enfrentan necesidades y devastación.