(CNN) – Las tensiones que quedaron al descubierto entre Cataluña y el gobierno federal de España, por el referéndum de este domingo, tienen una historia larga y dolorosa que hunde sus raíces en la época de la dictadura de Franco e incluso más atrás. Sin embargo, desde que España se convirtió en una democracia las relaciones nunca habían estado así de polarizadas ni el lenguaje tan provocativo.
Durante la noche de este domingo, el presidente de Gobierno de España Marino Rajoy acusó a los secesionistas catalanes de “adoctrinamiento de niños, acoso a jueces y acoso de periodistas”. Por su parte, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, publicó en su cuenta de Twitter que “un presidente de Gobierno cobarde ha inundado de policía nuestra ciudad”.
Mientras los catalanes ocupaban las escuelas para asegurarse de que las podrían abrir como centros de votación, en Andalucía aparecieron de repente varias banderas españolas colgadas en los balcones. José Luis Nantunez, un joyero jubilado en Córdoba, le dijo a CNN que los catalanes eran “traidores rencorosos, adoctrinados desde una edad temprana para convertirse en nacionalistas”.
El breve momento de solidaridad, cuando el rey Felipe y Rajoy fueron aplaudidos durante un homenaje en la Plaza Cataluña después los ataques terroristas de agosto pasado en Barcelona, parece haber sido hace mucho tiempo.
Incluso entonces, las críticas de lado y lado se reanudaron en cuestión de días: la policía catalana se quedó de Madrid los había privado de información proveniente de la Europol, la agencia policial de Europa. El ministro del Interior de España, Juan Ignacio Zoido, sostuvo que ese tipo de información sólo podría compartirse “bajo una atmósfera de acuerdo y confianza”.
Siglos de desconfianza
La confianza ha sido escasa desde que el ejército del rey Felipe V capturó Barcelona en 1714, un hecho que todavía se conmemora cada 11 de septiembre, el día nacional de Cataluña. Sin embargo, mientras Barcelona se convirtía en la potencia industrial de España a principios del siglo XX, el sentimiento separatista volvió a agitarse. También contribuyó al estallido de la Guerra Civil en el país: los aviones del general Francisco Franco bombardearon la ciudad en 1938 y sus fuerzas entraron a principios de 1939.
Barcelona comenzó a retirar las últimas placas de la era franquista este año, aunque los nombres de las calles que recordaban su mandato fueron modificados hace mucho tiempo. Pero las casi cuatro décadas dictadura militar todavía provocan una reacción visceral entre los catalanes mayores.
Aunque Franco prohibió el uso del lenguaje catalán en público, hoy lo hablan por lo menos cuatro millones de personas y se enseña en todas las escuelas como idioma primario. Cultural, económica y futbolísticamente, los catalanes se sienten parte de una nación distinta. La bandera de rayas amarillas y rojas está por todas partes.
Tal vez, las semillas de la crisis actual se sembraron cuando España adoptó constitución democrática en 1978. Este modelo le entregó poderes a las regiones, justamente como una manera de asegurarse que no se repetiría el poder central y arrogante de Franco. Pero, a la vez, también buscaba recalcar la “unidad indisoluble de la nación española”.
Pese a ello, los gobiernos catalanes siempre han querido más. Y el apoyo a la independencia absoluta alcanzó un pico máximo durante la crisis económica que atravesó el país entre 2008 y 2012.
Cataluña es el motor económico de España: su economía es del mismo tamaño que la de Portugal. Desde hace años, la región se queja de que sus ingresos públicos son “saqueados” por Madrid, pues pagan 12.000 millones de dólares más de lo que reciben, una visión que está respaldada por la mayoría de los análisis económicos. Sin embargo, el gobierno central sostiene que la diferencia es mucho menor. Charles Powell, profesor de historia en la Universidad CEU-San Pablo, sostuvo que el cálculo catalán es “absurdo”, aunque la región sí recibe menos inversión de lo que su tamaño justificaría.
La confianza propia de los catalanes
Hace cerca de 20 años, hablé con el entonces alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall. La ciudad estaba disfrutando de los exitosos Juegos Olímpicos, para los que había transformado gran parte de su infraestructura. Cuando le pregunté cómo estaban las relaciones con Madrid, se encogió de hombros. Barcelona se consideraba así misma como una ciudad europea, respondió.
Su réplica fue una prueba de la autoconfianza que estaba emergiendo en Cataluña. En una época en la que los movimientos nacionalistas –desde Escocia hasta los países bálticos y Bélgica– estaban encontrando su voz, los políticos catalanes sintieron que la corriente de la historia estaba moviéndose a su favor.
La autoconfianza cosmopolita de Barcelona suele interpretarse como arrogancia en otros lugares. Powell indicó que muchos otros españoles sienten que los catalanes “tienen un complejo de superioridad irritante. A los catalanes les encanta describirse a sí mismos como más ‘europeos’ que el resto de España”.
En Andalucía, una de las provincias más pobres de España, las personas mayores recuerdan que debieron viajar a Barcelona para poder trabajar. Powell señaló que el despegue económico de Cataluña en los años 60 “fue posible en gran parte gracias a los miles de inmigrantes que llegaron de las partes más pobres de España (principalmente Andalucía, Extremadura y Murcia) a trabajar allí”.
La expresión más intensa de la rivalidad se expresa en el fútbol, cuando los dos gigantes de la Liga, el Barcelona y el Real Madrid se enfrentan. El expresidente del FC Barcelona Joan Gaspart le aseguró al escritor Sid Lowe que la historia los transformó “en algo más que un club de fútbol: Barcelona es la defensa de un país, un idioma, una cultura”. Y el Real Madrid era el equipo de Franco.
Este domingo, en el vacío estadio Camp Nou, el marcador no mostraba la cuenta de los goles de un partido. Tenía una una única palabra escrita: Democracia. Por su parte, los jugadores de Las Palmas, el rival al que enfrentó el Barcelona este domingo, tenían la bandera española bordada en sus camisetas para la ocasión.
A pesar de las crudas emociones, sería erróneo analizar la opinión de cualquier lado como monolítica. El resultado de este referéndum fue distorsionado por las circunstancias. Las encuestas sugieren que el apoyo a la independencia catalana ha patinado durante los últimos años. En las elecciones de hace dos años, por ejemplo, los partidos independentistas obtuvieron el 48% de los votos.
En el resto de España, a excepción del País Vasco que tiene su propia historia con Madrid, muchos de los ciudadanos desaprueban lo que consideran son estrategias de mano dura por parte del gobierno central. Además, también les preocupan los efectos colaterales más amplios. Existe un riesgo real de que el gobierno minoritario en Madrid pueda colapsar.
El líder del pequeño –pero en expansión– partido centralista Ciudadanos, Albert Rivera, nació en Barcelona. Y este es el dicho que tiene: “Cataluña es mi patria, España es mi país y Europa es nuestro futuro”.
Pero estamos donde estamos. Powell le explicó a CNN que “el uso de la fuerza por parte del gobierno ha manchado su imagen en el país y en el exterior. Se ve como incompetente y de mano dura”.
Como escribió el diario El País en la noche de este domingo, la democracia española se enfrenta a su mayor desafío.