(CNN Español) – Una lluvia de pétalos de plástico rojo cubre la alfombra del cuarto 417. Sobre la cama, globos blancos y más pétalos. En el televisor, rodeado de velas también de plástico que alumbran dos alianzas de plata, suena una canción del puertorriqueño Marc Anthony.
Sobre la mesa, un bizcocho de nata rodeado por unos 12 cupcakes de color rosa y pistacho. A su lado, como mudo testigo de la escena, la cara de una muchacha en la oscuridad, envuelta en la bandera de Puerto Rico, mira desde un lienzo inacabado. Es casi la medianoche del 23 de marzo en un hotel de Nueva York. “El día de hoy es mi boda. I am so excited! (¡Estoy muy emocionada!)”, dice Mirel A. Marrero Misla, de 22 años, mientras acaricia su barriga de dos meses de embarazo.
Mirel llegó hace tres días a este hotel acompañada de su novio Jorge Giovanni León López, de 25 años, su hija, de 4 años, y su suegra Astrid López Pérez, de 57 años. Antes estuvieron viviendo en un hotel, en el Bronx, junto a otras familias boricuas que escaparon de las secuelas que dejó en la isla la destrucción del huracán María, del 20 de septiembre del 2017.
Se estima que 174 familias de Puerto Rico se encuentran en Nueva York acogidas al programa Transitional Shelter Assistance (TSA), de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA). La última extensión de ese programa vence el 14 de mayo para los que cualifiquen —las familias que sean elegibles—, según la agencia.
“No podemos estancarnos en la idea de que no podemos salir (adelante)”, dice Mirel minutos antes de su boda. “Tienes que salir a buscar esas oportunidades. La vida es una. Al menos, yo estoy tratando de aprovechar la mía bajo todas estas circunstancias”.
En un rincón, la madre de Mirel, Michelle, entretiene a su nieta cantándole “¡Qué bonita bandera / qué bonita bandera / es la bandera puertorriqueña!”. En unos segundos, todos se contagian y se suman al coro que lidera la niña vestida con un traje estampado con flores rojas y anaranjadas.
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De repente, tocan la puerta. Es Darma V. Díaz, la oficiante, a cargo de celebrar la ceremonia nupcial. Díaz no es partidaria de los formalismos. “Yo prefiero que la pareja hable desde el corazón, porque es más natural”, dice.
La emoción desborda a Mirel, que rompe en un llanto de amor. Giovanni la mira, hipnotizado con una sonrisa de felicidad plena.
“Con el poder que tengo yo, a través del Estado de Nueva York, los declaro ahora esposo y mujer. You may kiss the bride!”, dice Díaz, interrumpida por un fuerte aplauso.
Comienzan el baile de abrazos, “¡El viva los novios!”, los llantos, el brindis con soda y el reparto del bizcocho nupcial. Como en todo evento puertorriqueño, no faltan los “sandwichitos de mezcla”, la ensalada de papas y las bandejas de quesitos, jamoncitos y galletas.
Sentados en la cama, los invitados miran a los recién casados bailar su baile nupcial también en voz de Marc Anthony con el tema “Valió la pena”.
Pasada la medianoche, la novia se quitaba los zapatos de “rhinestones”, prestados por su madre Michelle. La suegra Astrid repartía los piscolabis, mientras la niña jugaba. La madre de la novia, sonriente todo el tiempo, inmortalizaba el momento con la cámara de su celular. Sobre la mesa con restos del bizcocho nupcial, la oficiante firmaba los últimos documentos para validar finalmente el casamiento.
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Ya era la madrugada del domingo 25 de marzo en el cuarto del hotel cuando la joven pareja se juró amor eterno contra viento y marea.
“Yo amo mi Puerto Rico,” afirma con emoción Mirel. “Eso está es mis venas. Yo puedo estar hasta en la China y yo voy a seguir siendo puertorriqueña, …pero lamentablemente a veces en la vida nos toca triunfar en otro lugar”.