(CNN) – La trabajadora social Lisel Vargas visitó recientemente a don Gregorio en su casa afectada por el huracán María, en las empinadas laderas de Humacao, una ciudad en la costa este de Puerto Rico. Es una zona cercana a donde el huracán de categoría 4 tocó tierra en septiembre pasado.
Gregorio, un excarpintero de 62 años que vive solo, se veía pálido. Había dejado de tomar su medicamento para la depresión más de una semana antes, dijo, y no había dormido por cuatro días. Se sentía ansioso y nervioso, agregó, frotándose la cabeza y jugueteando con el reloj plateado de su muñeca. Con voz monótona y apenas entendible, le dijo a Vargas que había tenido pensamientos suicidas.
De hecho, la tasa de suicidios en Puerto Rico aumentó significativamente en los meses inmediatamente posteriores al huracán María, particularmente entre los adultos mayores, según estadísticas del Departamento de Salud Pública de Puerto Rico, y esa angustia continúa.
El descenso de Gregorio, de una víctima de la tormenta descorazonada pero decidida a este momento de desesperación es un camino recorrido por muchas personas mayores aquí, en Puerto Rico. Psicólogos y trabajadores sociales, como Vargas, dicen que las personas mayores son especialmente vulnerables cuando sus rutinas diarias se ven interrumpidas por largos períodos. Los que una vez estuvieron activos, dijo, ahora se quedan solos en casa.
“Antes solían ver televisión, veían sus novelas, escuchaban la radio”, dijo Vargas. Esa previsibilidad de los programas de televisión y grupos de la iglesia o de ver a los amigos suele dar significado y orden a sus vidas. “Debido a que se sienten deprimidos, no desean mantener esa rutina de compartir en la comunidad”, dijo.
En las semanas posteriores a la tormenta, dijo Gregorio, lloró todo el día, todos los días.
Luego se puso a trabajar, limpiando ramas rotas y ayudando a sus vecinos.
Pero a medida que pasaban los meses y su iglesia -la fuerza organizadora de su época- permanecía cerrada, sus grupos no podían reunirse y muchas de las personas que veía cada día se mudaban a Estados Unidos. Pasó seis meses sin electricidad y se perdió la rutina nocturna de ver las noticias locales. Ahora, dijo, se siente apático y triste.
“No puedo hacer nada. Hace como dos meses que no he podido hacer nada”, dijo. “No estoy motivado”.
Así que se sienta la mayor parte del día en la entrada de su casa. Lee su Biblia, prepara comida enlatada para la cena y se acuesta temprano.
“Tenemos ancianos que viven solos, sin electricidad, sin agua y con muy poca comida”, dijo Adrián González, jefe de operaciones del Hospital General Castañer, en Castañer, un pequeño pueblo en las montañas centrales de la isla. La pérdida de la rutina ha creado una ansiedad generalizada entre los ancianos, dijo. “Tenemos dos psicólogos internos y ahora sus [horarios] están llenos”.
Ángel Muñoz, un psicólogo clínico de Ponce, dijo que las personas que cuidan a los adultos mayores necesitan capacitación para identificar las señales de advertencia de suicidio. “Muchos de estos ancianos viven solos o son atendidos por sus vecinos”, dijo Muñoz. “Ni siquiera son parientes”.
En Humacao, la iglesia ha intentado retomar sus actividades, pero don Gregorio dijo que a menudo no tiene ganas de ir. Muchas de las personas con las que alguna vez pasó tiempo abandonaron Puerto Rico después de la tormenta.
De pie en la ladera, detrás de su casa, y examinando sus árboles de plátano que están volviendo a crecer, Gregorio dijo: “Me gustaría irme también. Ruego a Dios que me saque de esta casa porque he vivido en el mismo lugar 62 años”.
Recientemente llamó a su hermana a Jacksonville, Florida, y le preguntó si podía mudarse con ella. “Ella dijo: ‘No, no puedes vivir conmigo’”, contó, lamentándose.