(CNN) – Como si se tratara de dos países diferentes, Estados Unidos podría emitir durante las elecciones intermedias un par de veredictos diametralmente opuestos sobre los primeros años del presidente Donald Trump en el cargo.
Por un lado, el mandatario enfrenta una antipatía intensa por parte de los jóvenes y los votantes de minorías, además de una inusual resistencia entre los electores blancos con títulos universitarios, especialmente las mujeres. Una situación que amenaza a los republicanos con con pérdidas generalizadas en suburbios altamente educados –a menudo racialmente diversos– en las principales áreas metropolitanas del país. También está en el panorama la posible pérdida de escaños para el Senado en los diversos y crecientes estados del suroeste: Nevada, Arizona y posiblemente (aunque menos probable) Texas.
En la otra orilla, sin embargo, Trump mantiene un fuerte apoyo entre los votantes blancos evangélicos, rurales y sin educación universitaria, incluidas las mujeres. El presidente ha motivado a estos electores con un argumento de cierre de campaña que apela a los temores y resentimientos raciales de blancos más abiertamente que cualquier otra figura política nacional desde George Wallace a fines de los años sesenta.
Los esfuerzos de Trump se enfocan principalmente en reforzar las oportunidades republicanas de expulsar a los senadores demócratas en funciones de varios estados del interior más antiguos y predominantemente blancos que votaron por él en 2016. El gran entusiasmo de la base del presidente también alimenta las esperanzas republicanas de mantener el control de la Cámara de Representantes por una pequeña diferencia –o al menos minimizar cualquier mayoría demócrata–, al hacerse con el dominio sobre la mayoría de los escaños de lugares que van más allá de los suburbios son de cuello azul.
El resultado podría ser unas elecciones intermedias divididas que, simultáneamente, repudia a Trump y le proporciona cierta reafirmación. Aunque el debate se ha centrado en si una respuesta negativa contra Trump podría genera cierta “ola” de triunfos demócratas, parece más probable que las elecciones de este martes consoliden e incluso profundicen las divisiones geográficas y demográficas que marcaron la victoria de Trump en 2016.
La expectativa de que la participación supere ampliamente el nivel de los comicios en 2014 –cuando se realizaron las últimas elecciones intermedias–, por quizás 20 millones de personas o más, subraya la sensación de que esta campaña puede marcar un nuevo pico en la división de la sociedad estadounidense entre dos coaliciones políticas. Las cuales están separadas especialmente frente al hecho de si acogen o temen los profundos cambios demográficos, culturales y económicos que están rediseñando la vida estadounidense.
En general, los demócratas parecen posicionados para obtener los mejores resultados. Más allá de la batalla por el Congreso, este partido se dirige a obtener victorias significativas en las contiendas de gobernadores, incluidos varios de campos de batalla clave en la región Rust Belt que definieron el triunfo de Trump. Y las encuestas de último minuto sugieren que si hay sorpresas en las contiendas por la Cámara de Representantes y el Senado, es más probable que los demócratas se impongan en el terreno de Trump sobre los republicanos que muestran una fuerza inesperada en las áreas suburbanas culturalmente liberales.
Trump divide al país pero fortalece su base
El énfasis de Trump en un mensaje final de campaña con tal grado polarización racial puede interpretarse como una forma de clasificación en la Cámara de Representantes. Casi todos los asesores republicanos coinciden en que el presidente está empeorando los problemas para congresistas en funciones de este partido que intentan mantener sus escaños en lugares suburbanos, en medio de un gran riesgo. Pero, Trump también puede estar fortaleciendo las defensas republicanas para los asientos de zonas de cuello azul, más allá de los suburbios y de ciudades pequeñas. Dicho de otra manera, el cierre divisorio del mandatario estaría reduciendo las probabilidades de que los demócratas ganen 45 escaños en la Cámara de Representantes, pero al precio de aumentar las posibilidades de que se lleven los 23 puestos que necesitan para recuperar a la mayoría.
Desde principios de la década de 1990, se ha fortalecido el vínculo entre cómo califican los votantes al presidente en funciones y si apoyan o no a los candidatos de su partido en las elecciones a la Cámara de Representantes. Sin embargo, los comicios de 2018 pueden llevar esa trayectoria a un nuevo pico.
En las últimas tres elecciones intermedias (2006, 2010 y 2014), entre el 82% y el 84% de los electores que desaprobaron el desempeño del presidente votaron en contra de los candidatos de su partido para la Cámara, mientras que entre el 84% y el 87% de quienes aprobaron la gestión votaron a favor de los aspirantes del partido del mandatario. En la más reciente encuesta de CNN, el 91% de los que aprueban a Trump indicaron que planean votar por republicanos, mientras que el 92% de quienes rechazan la gestión del presidente señalaron que tienen la intención de elegir demócratas.
Estados demócratas y estados republicanos
Según estándares históricos, el número de electores en distritos que votaron por el candidato presidencial del otro partido es muy bajo: solo 25 republicanos están en distritos que prefirieron a Clinton y apenas 12 demócratas tienen escaños en distritos que respaldaron a Trump. Al menos dos tercios de los republicanos en los lugares donde ganó Clinton están en grave peligro, lo que significa que el número de miembros del Partido Republicano en esos escaños podría caer a un solo dígito después de las elecciones. A su vez, este partido tiene al menos alguna posibilidad de sacar a cerca de un tercio de los demócratas en los distritos donde Trump se impuso, aunque los demócratas ahora también tienen oportunidades de compensar eso al obtener más de una docena de los distritos que el presidente ganó.
El Senado podría tener el mismo patrón. Actualmente es mucho más difícil para los senadores ganar en estados que usualmente votan a la inversa en las elecciones presidenciales. Por ejemplo, la senadora Susan Collins de Maine, que se enfrenta a la reelección en 2020, es la única republicana que queda de los 30 senadores elegidos en los 15 estados que votaron por demócratas en todas las elecciones presidenciales desde 1992.
Esta elección podría afectar aún más las ya disminuidas filas de senadores demócratas en terrenos de inclinaciones republicanas:
- 13 estados han votado por el Partido Republicano en las siete elecciones presidenciales desde 1992. Los demócratas tienen solo dos de sus 26 escaños en el Senado y corren un alto riesgo de perder uno de ellos, el de Heidi Heitkamp en Dakota del Norte. (Podrían reemplazar ese asiento si Beto O’Rourke derrota al senador Ted Cruz en Texas, estado que también ha votado por republicanos en cada una de las últimas siete elecciones presidenciales).
- 5 estados han votado por republicanos en seis de las últimas siete elecciones presidenciales. Los demócratas tienen apenas dos de sus 10 escaños en el Senado, y esos dos –Jon Tester y Joe Donnelly– están en alto riesgo (aunque Kyrsten Sinema en Arizona está intentando convertirse en el tercero).
- 6 estados votaron por republicanos en cinco de las últimas siete elecciones presidenciales. Los demócratas solo tienen dos de sus 12 escaños. Joe Manchin y, especialmente, Claire McCaskill se enfrentan a contiendas difíciles. (Phil Bredesen en Tennessee, estado que también votó por republicanos en cinco de las últimas siete elecciones, podría reemplazar a uno de ellos).
- 2 estados le dieron su voto a los republicanos en cuatro de las últimas siete elecciones. Los demócratas tienen tres de sus cuatro escaños en el Senado, pero Bill Nelson está en una contienda difícil para mantener uno de ellos por Florida.
En total, los republicanos ya cuentan con 43 de los 52 escaños del Senado en los 26 estados que han conducido al menos cuatro de las siete elecciones presidenciales desde 1992. Si los demócratas tienen una mala noche, los republicanos podrían acumular más de 45 de esos asientos.
En contraste, con la recuperación de la zona Rust Belt, los demócratas no parecen correr el riesgo de perder ninguno de los 40 escaños del Senado que ahora ocupan en los 24 estados donde han ganado en al menos cuatro de las últimas siete elecciones presidenciales. Tienen una buena posibilidad incluso de agregar una más, Nevada, donde el representante demócrata Jacky Rosen está presionando al senador republicano Dean Heller.
Todas estas dinámicas apuntan a la misma conclusión: es probable que estas elecciones intermedias intensifiquen la realineación de la nación en dos bloques distintos con visiones hostiles, no solo sobre la presidencia beligerante de Trump sino también frente los cambios sociales, raciales y económicos subyacentes.